En el capitalismo las riquezas, bienes y servicios de un país se encuentran muy desigualmente distribuidos. La parte del león la detentan los capitalistas, los Bancos y las multinacionales, mientras que la gran mayoría de los asalariados, desempleados y marginados (incluyendo en A. Latina a las comunidades indígenas y negras) se quedan con las migajas.
Cuando explota la pandemia del COVID19 y los Gobiernos se ven obligados a decretar la suspensión de las actividades no esenciales, todos los empleados informales (por ejemplo, en A. Latina la masa de vendedores ambulantes), y muchos de los hasta entonces empleados formales y empleadas domésticas se quedan sin ningún ingreso, y les resulta imposible hacer la requerida cuarentena; los marginados siguen sin ingresos, como antes. Los desempleados siguen dependiendo de la ayuda estatal, cuando la tenían, y ven sumarse a ellos a millones de ex-empleados que ahora también la necesitan para poder sobrevivir junto a sus familias (y así también poder hacer la cuarentena). Pero la ayuda estatal capitalista es siempre de poca monta y duración, pues los empresarios presionan a los Gobiernos para que la economía vuelva a su ritmo anterior cuanto antes, aunque sea al precio de sacrificar al COVID19 la vida de muchos trabajadores.
En ese contexto el capitalismo produce sólo raras novedades humanitarias, como el Programa de Ingreso Mínimo, aprobado en junio de 2020 por el Gobierno español; pero hay que registrar que los valores concedidos en ese Programa que se quiere permanente son muy insuficientes para poder vivir decentemente (por ejemplo a quien no tiene ingreso o lo tiene muy escaso, se le asigna la ayuda que le permita llegar a 450 Euros mensuales, cuando personalmente pudimos comprobar que ya en 2009 en las afueras de Madrid el alquiler más barato costaba 500 Euros). Mientras tanto, los grandes capitalistas, los Bancos y las multinacionales siguen quedándose con la parte del león.
Y mientras el capitalismo siga existiendo, con o sin Programa de Ingreso Mínimo, su producción orientada al lucro será generadora de continua y muchas veces irreversible devastación y contaminación de las tierras, aguas y aire, al tiempo en que se verifican simultáneamente el sobreconsumo de una pequeña parte de la Humanidad y el infraconsumo de bienes y servicios básicos por parte de miles de millones de personas.
Muy distinto a ese panorama es el que se abre a partir del Sistema Presupuestario de Financiamiento (SPF) defendido por Ernesto Guevara como pilar de la economía socialista (obviamente sin patrones) cuya columna vertebral sería el Plan de Producción y Distribución (que hoy debe ser también de Reducción de insumos y residuos y de Reutilización y Reciclaje de estos últimos). El Che postuló como base de la construcción del Ser Humano Nuevo el trabajo consciente guiado por el interés comunitario orientado hacia el comunismo, en el que se prioriza el estímulo moral y en el que el estímulo material se acepta sólo cuando el beneficio individual se encuadra en un beneficio para la comunidad nacional (la "gran comunidad", como decía el Che, que abarca y subordina a la pequeña comunidad de cada empresa) y resulta de una cualificación mayor a la poseída anteriormente por el trabajador. Articulada por el Plan, el Che veía a toda la economía del país como una sola gran empresa administrada por el Estado (con control popular, aunque creemos que éste y la participación popular deberían ser mayores a los previstos por el Che) en la que los intercambios entre las partes no tendrían carácter mercantil y podrían desviarse de la ley del valor, siempre que el déficit en una parte fuese equilibrado con el superávit en otra; y en ese contexto las personas, siempre empleadas (o sea, abolido para siempre el desempleo) podrían circular al sabor de sus sucesivas cualificaciones y de las necesidades de la comunidad nacional, para ganar ingresos distribuidos en pocas fajas salariales (mientras se caminaría hacia la desaparición del salario y del dinero) que en su totalidad cabrían dentro de lo disponible por el país. La única fuente de financiamiento de cada empresa sería el Presupuesto nacional, y el Banco Nacional no daría créditos con intereses, limitando su función a un simple registro del debe y haber de cada empresa y de los intercambios no mercantiles entre empresas y sectores de la economía.
La realidad mostró que tal concepción haría posible en Cuba (con y a pesar del feroz bloqueo de los EEUU) sólo una digna vida frugal, sin ningún lujo ni consumo superfluo, pero que, con la puesta de todos los recursos del país al servicio de todos, evitó la pobreza extrema y garantizó la universalización de la educación y la salud gratuitas. Ahora, nótese que esa frugalidad, cuando es voluntaria, es positiva, a la luz de la tercera norma fundamental de la Ética, que exige preservar-regenerar la salud de la naturaleza humana y no humana, y es el medio necesario para controlar y revertir la devastación y contaminación masiva provocada por la producción y el consumismo capitalistas.
La concepción guevariana se revela más pertinente aún en tiempos de pandemia. En ésta, se vela obsesivamente por cada vida, y la cuarentena, el distanciamiento social y las medidas de higiene son las únicas herramientas de combate mientras no se disponga de una vacuna o, antes, de un remedio paliativo de gran eficacia. Y cuando la cuarentena exige que buena parte de los productores se queden en casa, sólo la puesta en común de las riquezas, bienes y servicios generados por las actividades esenciales permite evitar que ciertos sectores se queden desamparados, lo que ocurre en el capitalismo antes de que la insuficiente ayuda estatal emergencial sea implementada, y después de que la misma cesa. La concepción guevariana permite que muchas de las personas refuercen, si fuera necesario, las actividades esenciales, en especial en las áreas de la producción y distribución de alimentos, los servicios sanitarios, la investigación científica y las comunicaciones (que hacen posible, por ejemplo, la telemedicina y el trabajo a distancia). Y simultáneamente, aquella concepción garantiza que la mayor parte posible de la población guarde la cuarentena y que en función de la disminución de bienes y servicios disponibles derivada de la merma de la producción, todos los adultos sanos se aprieten por igual el cinto, sin que haya privilegios, para que los priorizados en la distribución sean los enfermos, los viejos y los niños. Cuando la pandemia es superada, la puesta en común de toda la producción social repotencializada permite volver a atender (idealmente en un nivel superior), las necesidades básicas para el "buen vivir" de todos (para usar un término acuñado por las comunidades indígenas de A. Latina, cuyo contenido es muy distinto del individualista y consumista "confort" capitalista, por su frugalidad ecológica y carácter comunitario).
Claro que para que esa cobertura universal de las necesidades fundamentales de todos pueda funcionar a cabalidad, el país debe ser lo más autárquico posible; en especial en lo relativo a la producción de todos los alimentos que consuma, y de los equipos e insumos que se usen en las áreas de la salud, educación, vivienda, transporte público, vestimenta y comunicación (incluyendo informática e internet). En ese contexto tiene papel destacado la autosuficiencia energética, que, en la economía actual, si el país no dispone de la cantidad de hidrocarburos que consume, se impone que su matriz energética haya evolucionado o evolucione lo más rápidamente posible hacia otras fuentes de energía con las que pueda autoabastecerse; pensamos por ejemplo en las energías eólica y/o solar, o en la de los biocombustibles (fabricados a partir de cultivos de caña de azúcar, por ejemplo). Infelizmente Cuba, debido al feroz bloqueo de los EEUU pero también a errores propios, no ha logrado hasta ahora esa deseada autarquía, ni siquiera en el área alimentaria, y padece periódicamente por la escasez de algunos productos básicos
Ahora, cuanto más le falte al país para lograr esa autarquía, tanto más difícil le resultará implantar la idea del SPF guevariano, pues la necesidad de importar equipos, insumos y bienes, lo obligará a generar divisas y contraer deuda externa; lo primero distorsiona la lógica de la producción equilibrada destinada únicamente a satisfacer las necesidades frugales de toda la población; y no menos distorsionante es la deuda externa, pues puede sacarle, y en el capitalismo que hoy domina el mudno efectivamente le saca, autonomía e independencia al país; y si el país se propone superar el capitalismo, como es el caso de Cuba, a ese peligro se le sumará el hecho de que tendrá que desviar el equilibrio de su producción destinada a satisfacer las necesidades frugales de toda la población, para lograr las divisas necesarias para el pago de esa deuda.
Por eso no es de extrañar que en el período inmediatamente anterior a la pandemia, el actual Gobierno cubano (aunque no siga aplicando el SPF guevariano) haya manifestado su voluntad de crecer económicamente sin producir deuda. (Hay que saber que Cuba no ha podido pagarla en día, a pesar de algunas quitas obtenidas con algunos acreedores).
Otro sería el caso si la concepción guevariana de empresa única se extendiese al mundo (en el socialismo ecomunitarista), pues así toda la especie humana constituiría una sola familia que, contando con la capacidad de cada uno, produciría cooperativamente, y repartiría solidariamente lo logrado para que cada individuo tenga lo necesario para desarrollarse plenamente, en los límites de lo compatible con la manutención de los equilibrios ecológicos y respetando la interculturalidad. En ese contexto habrán desaparecido la ley del valor, el salario y el dinero.
Hacia allá invitamos a caminar a la Humanidad.
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