La civilización era "el inevitable sino de toda cultura", "el extremo y más artificioso estado al que puede llegar una especie superior de hombres", el "final irrevocable". Sin embargo la noción cíclica del tiempo lleva a la convicción no propiamente de los hechos accidentales, sino de los estados de plenitud y agotamiento, dentro de los cuales se multiplican las vicisitudes de las culturas y de los pueblos, las decadencias y las renovaciones.
A esa voluntad general de negociación confluía las utopías sociales revolucionarias, la rebelión personalista egocéntrica y la voluptuosidad de la transgresión, el rechazo a la moral burguesa y a los, de cualquier índole, pregonado por ella. El nihilismo está a sus anchas entre el absurdo entronizado, el existencialismo fáctico y las disciplinas de la negatividad. El hijo primogénito del nihilismo fue el terrorismo y la consecuencia cultural, un juego permanente reversiones sistemáticas, del cual forma parte el desconstructivismo a la moda, postestructuralista.
La inteligentzia norteamericana no podía faltar en esta orgía de demolición seudoinnovadora y exponentes prototípicos son los movimientos que se proclaman a sí mismos como vanguardia. Todo ello concurre a sustentar el nihilismo el cual desemboca por vía natural, en el Caos, entendido como desorganización social y psicológica. Resulta sintomática el culto rendido a Sade, desde la publicación de su obra y el gusto de los surrealistas y sus demoníacas escenas reiteradas con intención cada vez más exaltada, de vengarse de Dios por haber creado el hombre.
Esa orgía de nihilismo cultural alentó el nihilismo nacionalsocialista. El nazismo interpretó el asco y la iconoclastia de la esfera pensante de una manera inesperada, contraria al marxismo filosófico, al dejar hacer democrático, capitalista, burgués, para crear una estructura implacablemente jerárquica y totalitaria, que controló todas las actividades del pueblo. Impuso el culto ideológico nacionalsocialista el cual reaccionó contra la doctrina de bondad de Jesús y exaltó valores primitivos y pacanos del culto a la sangre, a la raza, a la fuerza, a la fraternidad militar, a los mitos germanos y, por un sesgo profundo, a las potencias de destrucción, de la implacabilidad, del mal.
El nacionalsocialismo fue una respuesta al nihilismo de la cultura y de la civilización liberales, capitalistas y burguesas, pero también al marxismo economicista y político empeñado en la tarea de construir el futuro. El nazismo quiso ser el verdadero reconstructor del mundo, para lo cual había que pasar por la disolución del poder existente y de su cultura liberal y permisiva. Creó un espacio propio y mezcló la mitología germana con la tecnología, el totalitarismo político y la esoteria en búsqueda de poder destructivo.
Tal concepción cíclica diferente a la de las procesiones equinocciales, fue asimilada por los ideólogos y jerarcas nazis en su reacción contra el cristianismo y el liberalismo y una vez provocada la Segunda Guerra Mundial, la derrota terminó en un crepúsculo incendiado por las explosiones de las bombas y los obuses, en un Berlín en ruinas. La vida, efectivamente, renació después de ese espantoso sacrificio ritual moderno.
El nacionalsocialismo, empujado por razones políticas e históricas, se replegó hacia sus tradiciones antiguas y tomó fuerzas para acabar con un mundo al que juzgó senil y degenerado, reiterando la guerra entre los dioses "Ases y Vanes". En su obsesión de regeneración del mundo, se acogió a la "ragna rock" en la que se hundió.
¡La Lucha sigue!