No es que ya entonces fuese agorero, es el conocimiento de la naturaleza de las cosas lo que me lleva a menudo a entreverar el futuro. Y ya sabía yo, y asi lo dije y lo escribí, que sin la colaboración de los medios de comunicación y del poder judicial poco iban a conseguir el legislativo y el ejecutivo en cuyos puestos estuviesen políticos dispuestos a poner en marcha un Estado nuevo más allá de los afeites y bambalinas que el texto constitucional le había dotado...
Han pasado 42 años y cada vez es más firme mi convicción de que no son ni el legislativo ni el ejecutivo los que están diseñando ni el marco y el lienzo político de la España pintada. Son el poder judicial conservador e involucionista, por un lado, y el periodismo monárquico y neoliberal, por otro, quienes la están configurando con la tremenda fuerza de sus respectivas energías y con la colaboración, claro está, de esas grandes proporciones de españoles en el Congreso que vienen simulando desde 1978 deseos de cambios soñados durante las cuatro décadas de dictadura pero que nunca permiten tampoco que pasen de serlo. Total, más monarquía, más hipercentralismo, menos posibilidades de un referéndum monarquía/república, menos ejercicio del derecho de autodeterminación, menos autenticidad en los políticos y más marcado el camino de vuelta a un franquismo enmascarado por retazos relacionados con la moral y el sexo que, de haber seguido vivo el dictador, no hubiera tenido más remedio que transigir: divorcio, homosexualidad, lgtbi y mayor libertad de expresión en general. Ahí se acaba todo. En todo lo demás, de poco han venido sirviendo, y de poco servirán, los intentos de gente de buena fe de sacar a este país del hoyo en que está irremediablemente metido desde hace quinientos años... Los supuestos avances son sólo consecuencia de una cierta dependencia de la Comunidad Económica Europea por la cuenta que nos trae por las ayudas, y pare usted de contar.
No sigo el día al día de la política que está, por lo que acabo de ver en eldiario.es, exclusivamente centrada en expulsarles, no sólo de su casa, a Pablo Iglesias y a Irene Montero y a sus hijos, sino también del país. Apenas han podido hacer algo políticamente significativo y los verdaderos delincuentes, al menos en palabras y actitudes de unos y en la omisión y pasividad de otros, les vienen tratando como si fueran delincuentes. Pero la cosa es que están centrados en echarles no sólo los de siempre más o menos reconocidos como hijos de la caverna, sino la parte del pelotón de fiscales y de jueces que tienen en sus depachos todas las causas abiertas contra ellos o por ellos contra indeseables. Y no sólo la judicatura en esa proporción, sino también el periodismo y los periodistas que, recibiendo subvenciones oficiales y ayudas a espuertas de empresarios adinerados, no están dispuestos a permitir a ese partido minoritario no digo ya disposiciones y normas de su ideario, sino ni siquiera intentonas para remontar la basura acumulada durante cuatro décadas en una España donde sólo caben en la vida pública las malas personas, mientras las sagaces, las prudentes, las valientes, las dotadas de una sensibilidad social que los otros no conocen, no tienen más remedio que retirarse si antes no las han defenestrado los canallas.
A fin de cuentas, lo sabemos bien los juristas: los hechos penales y su tipificación son como el chicle. Un hecho cualquiera, tan pronto puede ser considerado por la justicia un delito de lesa humanidad como ser archivado nada más haber pasado por el registro de entrada del juzgado de guardia. Esto es tan fundamental que por eso están invertidos constantemente los papeles: sufren prisión personas que no han hecho nada siquiera reprochable, juzgadas por su intención y no por el resultado (siendo el derecho penal un Derecho de resultados), y en cambio se permite vivir a lo grande a tantos enriquecidos por vías delictivas difícilmente probables por los entorpecimientos de rigor, o tras saqueos metódicos de las arcas públicas. Un(a) política, ante luz y taquígrafos, califica gravemente al padre de quien luchó como buenamente pudo contra la dictadura sin cometer ningún crimen, y sin embargo su altanera y baja estofa la basa en el renombre de unos ancestros, un duque, "simplemente" por cometer en nombre de la Corona, innumerables crímenes en los Países Bajos, por ejemplo, donde todavía se asusta a los niños diciéndoles que viene el duque de alba, fernando alvarez de toledo. O bien un monarca de opereta se reboza en dinero, gloria y honores habiendo manchado a la monarquía que impuso el dictador, hasta no soportarle ya ni siquiera sus turiferarios y sus lameculos... Estas son algunas pinceladas de la famosa España democrática y del no menos famoso Estado de Derecho, que sólo existen en la imaginación de los que vienen hablando de ambos desde hace ya casi medio siglo sin el menor juicio crítico. Pero son tantas las pinceladas del mismo estilo que podrían continuar que acabaría viéndose a este país como trazos pintarrajeados por un niño de tres años…
Es decir, y esto sociológicamente es lo más grave, las únicas personas, aparte las que resisten y siguen a su lado, que se preocupan por los débiles sociales e intentan cambios que venimos esperando inútilmente desde hace más de cuatro décadas, están siendo perseguidas con una saña inusitada. La persecución, casi desde el mismo momento de su irrupción en la política de ese partido, corre a cargo de una parte -la envilecida-, del poder judicial (ya lo demostró expulsando a los pocos jueces íntegros que había) y de un pelotón de periodistas rastreros, como dije antes subvencionados y financiados por villanos en la sombra, tan rastreros como ellos...
Lo que, en vista de que esta España no tiene remedio, debiéramos hacer muchos millones de españoles de bien es marcharnos de este país y dejar solas a las ratas. Sería la única manera de que los focos permitieran a Europa y al mundo entero ver qué clase de mandamases y caciques de los antiguos campan por sus respetos por aquí y cómo luego se destrozaban entre sí pugnando, unos para que predominase el franquismo puro y otros un franquismo atemperado. Pero en cualquier caso todos luchando para que sigan reinando en España la monarquía, el franquismo, que es el nombre que aquí recibe el fascismo, y un neocatolicismo trasnochado pero en todo caso reforzado.