La Quinta Guerra Mundial del Imperialismo Occidental

Lunes, 12/10/2020 06:30 AM

La historia oficial reconoce dos guerras mundiales que tuvieron lugar en el siglo XX, la primera, conocida en su momento como la gran guerra, producto de la disputa por la distribución de las riquezas y las posesiones ultramar entre las potencias coloniales europeas, con la participación del emergente EEUU, ya expansionista en el continente americano y que había ingresado al club colonial al despojar a España de Cuba y Filipinas; y la segunda guerra mundial, que se produce ante el colapso del débil orden de la Sociedad de las Naciones surgido en la posguerra y el choque frontal entre los tres proyectos imperiales más poderosos de la época por tomar posesión de los dominios de un imperio británico ya en franco retroceso, es decir, el proyecto del espacio vital alemán del fascismo, el japonés por crear su dominio imperial en Asia-Pacífico, y finalmente el proyecto de la Gran Área de Estados Unidos, quien ya había determinado, desde muy temprano en el siglo XX, su imposibilidad de autarquía con los recursos propios, y en consecuencia la necesidad de controlar una gran área del planeta para alcanzar y mantener un estatus de gran potencia mundial que se correspondiera con su destino manifiesto y el gran sueño americano.

La tercera y la cuarta guerra mundial son llamadas así por los propios estadounidenses, tanto por la clase política del departamento de estado, como por los halcones del Pentágono, que representan el poder formal, como el verdadero poder detrás del poder, que no es otro que el complejo militar industrial y el llamado estado profundo conformado por las elites dominantes de esa sociedad en coalición con las demás elites del norte global, que son quienes determina la política exterior estadounidense, más allá del partido y presidente de turno; para ellos está muy claro que EEUU vivió y vive una guerra permanente a lo largo del siglo XX y el primer cuarto del siglo XXI, para los militares de ese país está perfectamente claro, y se refleja en sus discursos, que la llamada guerra fría, no fue más que una muy prolongada tercera guerra mundial, con la que esperaban terminar con un ataque nuclear preventivo contra la URSS a mediados de los 50, pero que se volvió un conflicto de largo aliento al verse frustrados los planes iniciales por el desarrollo nuclear soviético en el 49, estableciéndose un equilibrio estratégico por la capacidad de represalia de los soviéticos y el principio de la destrucción asegurada; simplemente se volvió imposible acabar con los odiados rusos sin suicidarse en el proceso. La tercera guerra mundial ve su fin con el colapso de la URSS como consecuencia de los errores propios y la campaña imperial del occidente colectivo para provocar el desgaste e implosión del proyecto soviético.

La cuarta guerra mundial, bautizada así por Woolsey, ex director de la CIA, no es otra que la mal llamada guerra contra el terrorismo internacional, que formalmente comienza con los atentados del 9/11 contra las torres gemelas, pero que en realidad se corresponde con los planes de la clase dominante estadounidense, desarrollados años antes, para aprovechar el momento unipolar generado por la caída de la URSS; planes que establecían el acoso y perturbación, así como el ataque y destrucción de los estados desde el norte de África, hasta Asia central, pasando por todo el mal llamado medio oriente, propósitos que recibieron luz verde y se vieron acelerados por el evento tipo Pearl Harbor del 11 de septiembre, que permitió contar con todo el apoyo de una sociedad renuente a las guerras desde Vietnam. Para Heinz Dietrich, en su obra “Las Guerras del Capital”, predice que esta guerra tendrá dos fases, la primera, en pleno desarrollo en ese momento (2005), marcada por la globalización neoliberal destinada a convertir al mundo en una maquiladora global militarizada, y una segunda fase, caracterizada por la implementación de un salvaje proyecto neofascista global dirigido por Estados Unidos; en este sentido, para este autor, lo que estamos viendo actualmente sería el inicio de esta segunda fase; no obstante, desde el punto de vista de quien escribe, los cambios geopolíticos mundiales son tan trascendentales que han obligado a EEUU a reconfigurar de tal manera la política exterior y la doctrina militar imperial, bajo la dirección de la elite nacionalista de extrema derecha, que más que una nueva fase de la cuarta guerra, estaríamos siendo testigos presenciales del comienzo de la quinta guerra mundial.

Este 2.020 bien podría asumirse como el inicio formal de esta quinta guerra, aunque al igual que en las anteriores se ve precedido por una serie de hechos que la prefiguran, como el ascenso de los nacionalismos de extrema derecha al poder en muchas de las potencias establecidas y emergentes del mundo, como en el caso de Trump en EEUU, Modi en la India, Johnson en Reino Unido y Bolsonaro en Brasil, por poner algunos ejemplos emblemáticos; con Trump, el ala ultranacionalista y supremacista del estado profundo puso a andar una nueva estrategia que se manifestó en los hechos de los años recientes, como la salida sistemática de los organismos multilaterales como la UNESCO y la OMS, tratados fundamentales como el PAIC con Irán y los 5 + 1, el desconocimiento progresivo del derecho internacional, y el desbaratamiento del sistema de control de armas de destrucción masiva, incluyendo la salida del INF y el tratado de cielos abiertos, así como volver casi imposible la renovación del START III. La razón por la que este año puede ser considerado como el inicio formal de la quinta guerra mundial, está en la escalada de las tensiones geopolíticas con potencias resurgentes como Rusia a través del bucle de la anaconda, potencias regionales como Irán con el asesinato de Soleimani y posterior represalia iraní, pero sobre todo con la declaración de China como el enemigo y rival principal del imperialismo estadounidense, que se manifiesta en una guerra comercial profundamente desleal, guerra tecnológica, sanciones unilaterales, injerencia política en los asuntos internos y acoso militar permanente contra el gigante asiático.

La característica fundamental y fundacional de la quinta guerra es el reconocimiento de facto de EEUU de que ya no puede pretender ejercer en solitario la dominación mundial, algo que reconoce el propio Kissinger al hacer un llamado a su país para cambiar el rumbo de su política exterior con China, para evitar una colisión, en virtud de que se están creando condiciones muy similares a las que produjeron la primera guerra mundial; es decir, que el momento unipolar es cosa del pasado, misma razón por la cual el servicio de inteligencia británico, el MI6, aconseja a su gobierno aprender a convivir con China; el asunto es que los chinos aceptaron y adoptaron las reglas del juego de un orden políticamente unipolar y económicamente neoliberal, para darle sus propias características y no solo alcanzar e igualar a los EEUU en algunas áreas, sino para, incluso, atreverse a adelantar y superar al hegemon en materias como el 5G, la IA y el Hipersonido. Esta toma de conciencia obligo a las elites estadounidenses a reformular profundamente su doctrina militar, concebida luego de la caída de la URSS, como de gendarme global, para intimidar/disuadir a los enemigos, y preparada básicamente para la guerra contrainsurgencia, para pasar a una nueva doctrina de rivalidad estratégica y confrontación entre grandes potencias, en la que China es el principal enemigo, haciéndose necesaria crear una alianza global anti China, a la que incluso han invitado a Rusia, repitiendo en sentido inverso la jugada que hicieron al poner a los chinos en contra de la URSS para contenerla, una propuesta firmemente rechazada por el gobierno de Putin; este es un cambio tan radical como el giro económico de la globalización neoliberal, al resurgimiento de los proteccionismos nacionalistas de extrema derecha, de corte fascista, junto con nuevas formas de neocolonialismo y explotación del sur global para el control de sus pueblos y recursos; ese cambio, desde mi perspectiva, es tan radical que considero que es más que suficiente hablar de la V guerra mundial, en lugar de una nueva fase de la cuarta.

La asignación del 2.020 como el año de inicio formal de la V guerra mundial del imperialismo occidental, tiene ya suficientes argumentos a favor, al menos en mi opinión, pero este año histórico, hasta ahora, sobre todo por la pandemia mundial de la Covid-19, aún no culmina y tenemos por delante, al momento de escribir este artículo, las elecciones de EEUU, y la pronosticada sorpresa de octubre que podría precederla; además se encuentran en pleno desarrollo, como diría nuestro querido Walter Martínez en su muy extrañado Dossier, procesos geopolíticos de tensión creciente en prácticamente todos los continentes: Las guerras en Siria, Libia y Yemen, el conflicto en el Cáucaso entre Armenia y Azerbaiyán, la fuerte disputa entre griegos y turcos en el mediterráneo oriental, el recalentamiento entre India y China por el diferendo territorial, el intento de Maidan en Bielorrusia, el bloqueo y amenaza permanente de agresión contra Venezuela, Nicaragua y Cuba, y sobre todo la permanente presión ejercida en torno a las fronteras y zonas de influencia de Irán, Rusia y China, que podrían provocar con cualquier error de cálculo una confrontación de gran escala. Para muchos analistas, que podemos considerar optimistas, la V guerra mundial será una reedición de la tercera, una nueva guerra fría, para otros más pesimistas, en cambio, puede volverse una conflagración verdaderamente mundial, con consecuencias globales y un potencial destructivo que superaría con mucho el alcance de la primera y la segunda combinadas, para mí el problema está en que la crisis estructural del capitalismo y el retroceso del poderío estadounidense como potencia hegemónica mundial, han llevado a la elite supremacista del estado profundo a buscar un status similar al del segundo lustro de los años 40, retomando la tesis suicida del ataque preventivo para evitar por cualquier medio ser superado, arrastrando en su locura desesperada a toda la humanidad, comprometiendo la supervivencia misma de la especie. No queda más que esperar que impere el sentido común y se eviten los conflictos bélicos, para de esta forma tener la oportunidad de demostrar que otro mundo es posible, con una visión diferente de las relaciones entre los seres humanos, y de estos con el medio natural, que permita la reproducción de las condiciones necesarias para la vida y supere las desigualdades y profundas injusticias.

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