Las múltiples protestas y manifestaciones que han tenido lugar en los últimos tiempos en varios países de América Latina, demuestran fehacientemente que la región se ha cansado de sufrir las consecuencias de las leyes neoliberales impuestas por regímenes de turno que siguen las directrices emanadas desde Estados Unidos.
Esas políticas se acrecentaron en la segunda mitad del siglo XX en las que primaron las privatizaciones de empresas y servicios estatales, venta de terrenos públicos, caída del poder adquisitivo de la mayoría de los habitantes, menor participación del Estado en los servicios de salud y educación, ampliación de la desigualdad y proliferación del hambre y la pobreza.
A principio del siglo XXI surgieron gobiernos nacionalistas y progresistas que trabajaron por ofrecerles a sus pueblos beneficios sociales y una mayor participación de sus habitantes en las decisiones estatales pero varios fueron derrotados por una fuerte ofensiva derechista organizada y dirigida desde Estados Unidos.
Golpes de Estado en Paraguay contra Alejando Lugo; en Honduras contra Manuel Zelaya; en Brasil contra Dilma Rousseff; en Bolivia contra Evo Morales. Derrotas en las urnas después del cerco económico-financiero y campañas difamatorias mediáticas contra los gobiernos justicialistas argentinos de Néstor y Cristina Kischner o la traición de Lenin Moreno en Ecuador contra el Partido Alianza País creado por el expresidente Rafael Correa, fueron varias de los fracasos más destacadas.
Pero cuando el neoliberalismo parecía adueñarse nuevamente de Latinoamérica, llevado de las manos de Estados Unidos y del Fondo Monetario Internacional (FMI), la resurrección de los pueblos contra ese sistema capitalista vuelven a dar la esperanza de que un mundo mejor no solo es posible, sino completamente necesario.
En México, el gobierno de Andrés López Obrador abre una puerta en busca de las viejas reivindicaciones de su pueblo que durante décadas de regímenes neoliberales han dejado enormes rastros de miseria y hambre en casi la mitad de su población.
El triunfo de Alberto y Cristina Fernández en Argentina dieron al traste con el desgobierno de Mauricio Macri que endeudó al país por cien años con millonarios empréstitos del FMI y hundió a esa nación en la pobreza.
Sumamente relevante y aleccionador ha sido la victoria en las urnas del Movimiento al Socialismo (MAS) en Bolivia que logró destronar a un régimen de facto de ultraderecha que surgió después del golpe de Estado contra el presidente Evo Morales en noviembre de 2019, quien había ganado las elecciones por mayoría pero que la nefasta OEA declaró que hubo fraude.
Tras implantar un régimen dictatorial y autoproclamarse jeanine Añez como presidente de facto, la represión dejó más de 30 muertos y numerosos heridos mientras los líderes y simpatizantes del MAS fueron perseguidos, encarcelados y obligados a abandonar el país.
La ola de indignación creció con fuerza lo que obligó a los impostores a programar nuevas elecciones en las que con más del 55 % de los votos, logró alzarse la formula Luís Arce-David Choquehuanca. El pueblo reconoció en ellos el enorme trabajo a su favor que realizó durante 13 años de gobierno el primer presidente indígena de su historia, Evo Morales.
En Chile, estudiantes, jóvenes, obreros y hasta las clases medias, que han sufrido los embates de gobiernos neoliberales que sucedieron a la dictadura de Augusto Pinochet, han realizado una de las más grandes hazañas de los últimos tiempos en el país tras volcarse en masa a las calles, pese a las violentas represiones ordenadas por el régimen del multimillonario Sebastián Piñera que lo obligaron a realizar un plebiscito para acabar con la Constitución pinochetista de 1980.
Con una aprobación de más del 70 % de los electores, en su mayoría jóvenes, se tendrá que redactar una nueva Carta Magna y tratar que la oligarquía nacional no la temporice a sus intereses.
Los colombianos se cansan de sufrir regímenes que los maltratan, discriminan, asesinan a dirigentes sociales y políticos, explotan a sus trabajadores, profundizan la pobreza colectiva, desatienden los sistemas de salud y educación, convierten el territorio en bases militares estadounidenses, todo lo que ha provocado numerosas manifestaciones contra la política del presidente Iván Duque. La minga indígena fue la última demostración masiva que arrastró a otros sectores nacionales.
Miles de trabajadores, maestros, estudiantes secundarios, universitarios y representantes de diversos sectores sociales han realizado marchas en varias ciudades de Ecuador, en rechazo a la política económica de Lenin Moreno y contra la firma de acuerdos con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
El debilitado régimen de Moreno, que solo cuenta con la aprobación del 11 % de la población, cada día sufre los embates de un pueblo que añora los años de gobierno de Rafael Correa quien sacó al país del enorme atraso económico-social de anteriores administraciones de derecha.
Costa Rica, mientras tanto, esta sumida en una ola de paros a raíz de la propuesta de un acuerdo que el presidente Carlos Alvarado intentó llevar a cabo con el FMI para intentar paliar los estragos de la pandemia. Las manifestaciones populares obligaron al régimen a detener las conversaciones con la institución financiera internacional, pero la población se mantiene movilizada para evitar que se endeude aun más al país.
Casos similares ocurren en Haití, República Dominicana, El Salvador, Perú, Paraguay. La pandemia de Covid-19 ha sacado a relucir la indigencia social y económica que han dejado a los pueblos latinoamericanos, las políticas neoliberales impuestas desde Washington, otras potencias occidentales y los organismos financieros internacionales.
América Latina se alza hoy frente a esas injusticias. El neoliberalismo está en caída aunque se resiste a desaparecer, y tratará de reajustarse a los nuevos tiempos. Eso lo deben tener en cuenta nuestros pueblos.