España no acaba de ser Europa

Miércoles, 23/12/2020 09:17 AM

Estas cosas son así. Unas cuantas familias de patricios que arrastran a centenares y estas a miles, con el refuerzo de la jerarquía religiosa, se imponen en España desde tiempo inmemorial a todos los demás... Vestigios estos de tiempos primitivos que no se aprecian en ningún otro país europeo, y menos en los que proceden de la disolución del socialismo real.

Sospecho que España nunca llegará a entenderse ni a desenvolverse con soltura con Europa. Desde una perspectiva antropológica, hay una gran distancia entre la idiosincrasia de la población europea aunque naturalmente sea heterogénea, y los rasgos de carácter de las clases sociales que dominan de hecho y desde hace quizá tres siglos en España. Esa distancia empieza con la religión y la moral. Por un lado, está aquí ese típico catolicismo exacerbado, entrometido y siempre amenazante, y por otro en Europa están el catolicismo atemperado y más cercano al mensaje evangélico y un cristianismo no católico; ambos mucho más proclives a predicar y practicar tolerancia. Lo que tiene una importancia suma. Diferencias que se acusan demasiado en el carácter de los dirigentes políticos, económicos, empresariales pero sobre todo judiciales españoles respecto a los rasgos de sus homónimos de la Europa Unida.

España ha soportado siempre muy mal el hundimiento de aquel imperio donde no se ponía el sol y luego la pérdida de las Colonias. De entonces datan muchísimas de esas familias. Y esa frustración siempre han tratado de compensarla con el infantil orgullo de ser y declararse diferente. Desde luego lo es. Pues ese complejo, el haber hecho del catolicismo ideología, con sus consecuencias psicológicas y morales, una guerra civil en la que la derrota hizo de la paz un sufrimiento incurable para muchos millones de españoles por muchos años, una dictadura de 40 años, y la no implicación en dos grandes guerras que ha originado una inevitable ósmosis entre los dos bandos esforzados desde entonces a entenderse, problematiza considerablemente la relación política y judicial entre España y Europa. Y más precisamente entre España y la Unión Europea. Pues a la Unión no le interesa las apariencias. Lo que intenta es un proceso de integración en un espíritu común, con independencia de la idiosincrasia de cada nación. Por lo que ya no basta el compromiso económico contraído con la Comunidad Económica Europea cuya adhesión solicitó el franquismo en 1962. La entrada efectiva en la Unión Europea en 1985 supone también un acentuado compromiso político. Y también un esfuerzo para aproximar la epiqueia (interpretación de la ley según su espíritu y no según la literalidad) al entendimiento de la justicia española en la materia más espinosa: derechos humanos y territoriales. La falta de adecuación y de empatía entre ambos estamentos es lo que explica, pero no justifica, el sistemático incumplimiento por parte de España de las directivas del Consejo Europeo, así como explica y justifica las resoluciones del Tribunal de los Derechos Humanos aunque no sea una institución de la UE, y de la Corte Internacional de Justicia de la Haya, corrigiendo a los magistrados españoles aferrados a criterios de la ideología franquista. Lo que da lugar a toda clase de esperpentos aunque los medios españoles los solapen como tales con alevosía y nocturnidad.

Lo que no puede entenderse ya es el interés de pertenecer a Europa exclusivamente por razones económicas. Lo que es una prueba de necedad es no facilitar la aglutinación posible con los miembros que la integran y sin ayudar a la superación de tantas diferencias entre España y la UE.

Por todo ello, cuando aparte lo dicho, pienso -y es a menudo, vista la deriva permanente de mi sociedad-, en el espíritu y la mente de aquellas generaciones de las demás naciones europeas cuyas vivencias intensas a lo largo de tres décadas, sus pensamientos y sentimientos impregnados de drama y de tragedias desgarradoras -legados luego a sus descendientes- como consecuencia de su enfrentamiento en dos guerras mundiales en el corto espacio de treinta años, casi consecutivas... Cuando pienso, digo, todo eso y comparo ese universo comprimido en las almas de los europeos de uno y otro bando, con las vivencias, pensamientos y sentimientos, de otras tantas generaciones de españoles, a lo largo de cuatro décadas, en una espantosa guerra fratricida cuyas secuelas llegan hasta hoy mismo, comprendo que España, aunque medie un pacto será muy difícil que conecte con Europa. Por lo menos no conectará mientras el espíritu de la España no protagonista en siglos (salvo la breve experiencia republicana), pero ciertamente esa sí europea, se haga con el timón de una manera prolongada. En otro caso, lo que nos queda por ver es cuánto tiempo va a tardar España en dejar de ser un palo entre las ruedas para el engranaje de la Unión Europa y un mero apéndice sin interés político y social para el Continente, sólo apto como sucedáneo cercano de lejanos paraísos caribeños...

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