Cuando se anunciaron esas cantidades iniciales, las comparaciones elogiosas como el Plan Marshall fueron inevitables. USA fomentó el paralelismo y declaró que la reconstrucción de Irak era "el mayor compromiso económico de este tipo desde el Plan Marshall". En una comparecencia televisada en los primeros meses de la ocupación explicó que "Estados Unidos ya ha hecho antes este tipo de trabajo. Después de la Segunda Guerra Mundial levantamos las naciones derrotadas de Japón y Alemania y permanecimos a su lado mientras formaban gobiernos representativos".
El gabinete de Bush promovió, en realidad, un anti-Plan Marshall, su contrario en todos los sentidos posibles. Era un plan garantizado desde el principio para socavar el debilitado sector industrial iraquí y lograr que el desempleo se disparara. Si el plan posterior a la Segunda Guerra Mundial impidió las inversiones de firmas extranjeras para evitar la percepción de que se aprovechaban de países en un estado de debilidad, este esquema hizo todo lo posible por seducir a las empresas norteamericanas (con algunos restos para las firmas con sede en países adheridos a la "coalición de la buena voluntad"). Este robo de los fondos para la reconstrucción de Irak, justificado mediante ideas no discutidas y racistas sobre la superioridad de Estados Unidos y la inferioridad de Irak (y no sólo con los demonios genéricos de la "corrupción" y la "ineficacia"), fue lo que condenó el proyecto desde el principio.
La escasa presencia pública y la numerosa presencia empresarial reflejaron el hecho de que el gabinete de Bush utilizó la reconstrucción de Irak (sobre la cual tenía el control absoluto, cosa que no ocurría con la burocracia federal dentro de su propio país) para poner en práctica su visión de un gobierno hueco basado en las subcontratas. En Irak no hubo ni una sola función gubernamental que se considerase tan decisiva como para no dejarla en manos de un contratista (a ser posible, uno que aportase dinero o seguidores cristianos al Partido Republicano durante las campañas electorales). El lema habitual de Bush gobierna todos los aspectos de la participación de las fuerzas extranjeras en Irak: si una tarea puede ser realizada por una entidad privada, así debe ser.
Mientras estas firmas extranjeras se abalanzaron sobre el país, la maquinaria de las 200 empresas estatales de Irak permaneció inmóvil (una situación agravada por los apagones crónicos). En el pasado la economía industrial de Irak fue una de las más prósperas de la región; ahora, sus empresas más grandes ni siquiera podían conseguir una sub-sub-subcontrata para la reconstrucción de su propio país. Para participar en esa fiebre del oro, las empresas iraquíes habrían necesitado generadores de emergencia y algunos arreglos básicos; algo que no parecía imposible, teniendo en cuenta la velocidad con la que Halliburton construyó bases militares que parecían barrios del Medio Oeste americano.
Ya todo el mundo sabe que el anti-Plan Marshall de Bush no salió como esperaban. Los iraquíes no vieron la reconstrucción como "aun regalo"; la mayoría lo consideran una forma modernizada de saqueo, y las empresas estadounidenses no impresionaron a nadie con su velocidad y su eficacia. Por el contrario, han logrado convertir la palabra "reconstrucción" en un "chiste que no hace gracia a nadie", tal como dijo un ingeniero iraquí. Cada error de cálculo provocó un aumento de la resistencia, respondida a su vez con acciones represivas por parte de las tropas extranjeras hasta sumir al país en un infierno de violencia. Según el estudio más fiable, en julio de 2006 la guerra en Irak había provocado 655.000 muertos iraquíes, personas que seguirían vivas de no haber sido por la invasión y la ocupación.
¡La lucha sigue!