En realidad, no debe sorprendernos. Lo que mal empieza, mal acaba. La ultraderecha "democrática" en España empezó su senda en el mismísimo año 1978. Una vez La Constitución de ese año, falleció el dictador, fue en realidad una carga de profundidad introducida en el nuevo escenario político. Sus siete redactores estaban dirigidos por un destacado multi ministro del Régimen, albacea testamentario de la voluntad política del dictador, que inmediatamente, aprobado el texto por el pueblo español en referéndum, fundaba un partido político nominalmente "conservador", que entraría en liza "democrática" con ese centenario partido progresista del que usted me habla... Partido político éste que, primero renuncia el marxismo en 1979, un año después de promulgarse la Constitución, y luego abandona los pilares propiamente socialistas considerándose de otro paño: "socialdemócrata". Pero, aparte de estos detalles importantes, se da la circunstancia de que ninguno de los redactores del texto constitucional pertenecía al pueblo llano; ni siquiera a las clases medias. De modo que, si la deriva del partido ex socialista no era un buen comienzo para confiar demasiado en el nuevo régimen, peor era la ausencia en la redacción del texto de representantes del pueblo llano... Con ambos en apariencia irrelevantes pormenores, comenzaba el déficit democrático. Déficit que se agravaría por todo lo que a continuación apunto.
El pueblo, entonces, 1978, ansioso de zafarse cuanto antes de los amenazantes rumores que venían circulando por aquel entonces de un posible golpe de estado militar si no aprobaba la Constitución, la refrendaba en referéndum. Así es que, para cumplirse la voluntad testada por el dictador y hacerla cumplir el albacea y multi ministro franquista mencionados, aprobado el texto, lo demás sería coser y cantar. Ya sólo bastaba la correa de transmisión. Y esa correa estaba compuesta, ante todo, por un ejército y una policía quizá más franquistas que Franco; unos jueces, en materias fundamentales, como la territorial, la libertad política o el orden público, de mentalidad configurada por franquismo; unos medios de comunicación a caballo entre el autoritarismo y el liberalismo; y una Iglesia en segundo plano, tan eficaz en la sombra como lo fue en el primer plano del nacional catolicismo. El Concordato con el Vaticano, que el partido socialdemócrata desde el principio anunció que iba a revisar, seguiría intacto hasta el día de hoy.
Las Constituciones son un contrato social, un pacto entre las diferentes clases sociales de un territorio o de un país. Pero la española, de pacto no tiene nada. Es un contrato de adhesión. Como el que firmamos con la compañía suministradora de la luz, del agua o del teléfono. Y por tanto, en las condiciones citadas, de hecho impuesta. En este comienzo estriban los profundos problemas que se han ido encadenando en España, a partir de 1978 hasta ayer. Pues, si por democracia nos atenemos a su definición etimológica: "gobierno del pueblo", el presente régimen político no lo es. El pueblo, está visto y comprobado, cuenta muy poco. Su participación en ella, en la pretendida democracia, se limita a votar cada cuatro años. Pese a haber habido situaciones y motivos abrumadores que justifican la consulta popular y/o el referéndum, no ha habido ni un solo caso en 43 años. Por otro lado, los juicios del jurado son muy escasos. Y además, cuando interviene, es el juez el que dirige el proceso bajo la fórmula de escabinato; como si el sentido natural de lo justo y lo injusto necesitase de tutelas. Y de ahí, de esa limitadísima soberanía popular, reducida al voto, de ese mísero protagonismo del pueblo, llegan las muchas graves consecuencias.
Veamos. Los gravísimos problemas empezaron con el expolio continuado de las arcas públicas a lo largo de al menos tres décadas, a cargo de numerosos políticos del partido franquista camuflado, que no era más que un reciclado del primer partido "conservador" del nuevo statu quo. Pero también otros políticos del partido tibiamente progresista tomaron parte en el expolio. A ello siguió una serie de comportamientos canallescos económicos y familiares, adulterios por medio, del monarca. Pero los periodistas y los medios españoles, de ellos no se hicieron eco hasta que no pudieron más; hasta que los medios internacionales, por los excesos y abusos del monarca, no tuvieron más remedio que sacarlos a la luz. A continuación el vasco, cuyas aspiraciones estaban plasmadas en el llamado Plan Ibarretxe, al rechazarlo la mayoría absoluta del Congreso recibió una bofetada. A ello siguió la sucesiva depuración de jueces honestos que, creyendo estar en una verdadera democracia, procedieron contra el saqueo de personajes del partido "conservador". Luego llegaron, primero el "cepillado" del Estatut aprobado por Parlament a cargo del Tribunal Constitucional, que no respetó la voluntad del pueblo catalán. A ello siguieron las sucesivas negativas (por silencio administrativo) de los gobiernos centrales a la solicitud de los sucesivos governs, de un referéndum de autodeterminación de acuerdo a la posibilidad prevista en el artículo 149 de la Constitución. Más adelante llega el catastrófico procés que culmina con las sentencias de presidio de cinco miembros del Govern. Con el posterior encarcelamiento de un rapero por "nada", y el desfile, ese mismo día, de un regimiento de franquistas, fascistas y nazis, palma de la mano en alto, se cierra el convencimiento general de que España no sólo no es una democracia plena y menos consolidada, que no existe por cierto en país alguno, sino que es ese modelo camino del estado neo fascista, que hubiese aprobado el mismísimo dictador, de haber vivido otros 50 años.
Por eso, en los momentos transicionales, en la percepción de toda persona mayor de edad medianamente despierta quedaba escrito un futuro dominado exclusivamente por franquistas y consentidores. En la Constitución se había depositado el huevo de la serpiente. Había una esperanza, pero muy débil. Porque la esperanza era un milagro: que, pasado un tiempo prudencial, la sociedad reaccionase y los políticos siguientes comprendiesen la necesidad de que el pueblo decidiese, en el referéndum que en su momento no se convocó, entre la monarquía deslizada en el texto constitucional y la República. Han pasado cuarenta y tres años, y ni la más remota intención de afrontar el desafío se ha atisbado ni en los gobernantes ni en los políticos que han ido desfilando. Así es cómo, el calor de ese clima de confortable autoritarismo para los jerarcas, el huevo de la serpiente ha terminado eclosionando. Y así es cómo, hace más o menos tres años, ha empezado a asomar la cabeza de la sierpe...
Todo esto, pues, era predecible desde el mismo momento en que veíamos maniobrar a los adictos a Franco encumbrados por el dictador. Pues si un tumor no se extirpa, sólo se atrofia, acaba en recidiva. Y estaba cantado que aquellos franquistas que en adelante pasarían por derecha democrática, primero se comportarían como dueños del solar nacional y luego terminarían emergiendo como auténticos franquistas en el mismo o un distinto partido. Y ese partido es ése actual que ya, sin careta ni disimulo, no sólo se muestra franquista sino también abiertamente fascista y nazi.
Menos mal que esa derecha y la ultraderecha españolas no lo tienen fácil. Su intención de apoderarse virtualmente del país, si es posible militarmente, se da de bruces con un serio obstáculo: la necesidad imperiosa que tiene la España económica de pertenecer a Europa. Lo que también pone techo a su propósito. De otro modo, tarde o temprano, con ellos hubiera vuelto España a una dictadura militar. La necesidad de la que hablo viene determinada por el desmantelamiento virtual de la infraestructura económica a raíz de la pertenencia de España a la Comunidad Europea, al repartir ésta la actividad productiva, entre las naciones que sucesivamente la han ido integrando. Por eso, si es impensable una vuelta a un régimen autárquico de dictadura es porque los recursos de España se reducen prácticamente al turismo y poco más. Y por eso España, afortunadamente, al menos para el pueblo español de izquierdas, está condenada a entenderse y a depender de la Europa constituida en un modelo supranacional cercano a la confederación de estados...