Los principios más radicales de la ciencia social, aunque rechazados, como podemos pensar, por el clero, el militarismo, la burguesía y la aristocracia, echan profundas raíces, particularmente entre los medios del pueblo, que los acogen cada día con mayor fervor.
Con respecto al trabajo, nosotros comenzamos a combatir con verdadera fuerza; estamos convencidos de que el salario es una de las infamias sociales y que el producto del trabajo, siendo una riqueza de la cual todos disfrutan, hace falta, que todos cooperen realmente al trabajo. Estamos dispuestos a combatir de todas las maneras para obtener la justicia social. Nosotros queremos, la regeneración moral, intelectual y material de nuestra clase para emancipar y hacer entrar las privilegiadas, aboliéndolas, en el grande, fecundo y honroso campo del trabajo, estableciendo así la igualdad sobre la tierra.
Los trabajadores deben ocuparse activamente en crear sociedades de resistencia en los diferentes oficios. En la medida que estas sociedades se formen, invita a las otras sociedades del mismo ramo, a fin de provocar la formación de uniones internacionales de oficio. Estos grupos serán encargados de reunir todas las informaciones, estudiar las medidas a tomar en común; de regularizar las huelgas y de trabajar activamente a su triunfo, que el salario sea remplazado la de productores libres.
Durante las crisis, una epidemia social, que en cualquier época anterior hubiera parecido una paradoja, se extiende sobre el pueblo: la epidemia de la superproducción. El pueblo se encuentra súbitamente retrotraída a un estado de barbarie momentánea; diríase que el hambre, que una guerra de exterminio la priva de todos sus medios de subsistencia; la industria y el comercio parecen aniquilados. La burguesía tiene demasiados medios de vida, demasiada industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone no sirven ya al desarrollo de la civilización burguesa y de las relaciones de propiedad burguesa; al contrario, han resultado demasiado poderosas para estas relaciones que constituyen de hecho un obstáculo para ellas, y cada vez que las fuerzas productivas salvan este obstáculo, precipitan en el desorden a toda la sociedad burguesa y amenazan la existencia de la propiedad burguesa. Las relaciones burguesas resultan demasiado estrechas para contener las riquezas creadas en su seno. De una parte, por la destrucción obligada de una masa de fuerzas productivas; de otra, por la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos.
Pero el precio del trabajo, como el de toda mercancía, es igual a su costo de producción. Por consiguiente, cuanto más fastidioso resulta el trabajo, más bajan los salarios. Más aún, la cantidad de trabajo se acrecienta con el desenvolvimiento del maquinismo y de la subdivisión del trabajo, bien mediante la prolongación de la jornada, bien por el aumento del rendimiento de trabajo exigido en un tiempo dado o la aceleración del movimiento de las máquinas.
No son solamente esclavos de la clase burguesa, del Estado burgués, sino diariamente, a todas horas, esclavos de la máquina, del capataz y, sobre todo, el patrón de la fábrica. Cuanto más claramente este despotismo proclama la ganancia como fin, más mezquino, odioso y exasperante resulta.
¡La Lucha sigue!