Bolívar y Céspedes y sus decretos de guerra a muerte

Miércoles, 23/06/2021 08:21 AM

Se iniciaba así, a partir de este día, un periodo presidido por este Decreto de represalias contra el enemigo sin restricción de ninguna especie, como expresara Céspedes: "Sangre por sangre. Ejecución por ejecución. Exterminio por exterminio."

Ante las circunstancias en que se desenvolvieron las guerras de independencia en América, nuestros libertadores debieron aceptar el reto implacable que les hacían las autoridades españolas en el inicio de sus luchas libertarias. Por otra parte, es un hecho reconocido que los colonizadores, desde el arribo a estas tierras, practicaron contra los pacíficos pueblos originarios una violencia genocida que provocó el exterminio de la raza indígena en muchas de las poblaciones de las futuras naciones. Y ante cualquier gesto de rebeldía de los considerados esclavos y criollos descendientes, siempre se implantó una violencia descomunal que provocó sacrificios y muertes incontables. Y también provocaron, como lógica consecuencia, la reacción de rebeldía de los habitantes de los pueblos insurgentes.

Fue en un instante supremo del movimiento independentista en Venezuela que Simón Bolívar, ante las tropelías realizadas por los españoles, llegó a expresar el 8 de junio de 1813 en Mérida que "nuestro odio será implacable y la guerra será a muerte" y días después expidió el 15 de junio la Proclama o Decreto de Guerra a Muerte. Su texto expresaba:

A sus conciudadanos. Venezolanos: Un ejército de hermanos, enviado por el soberano Congreso de la Nueva Granada, ha venido a libertaros, y ya lo tenéis en medio de vosotros, después de haber expulsado a los opresores de las provincias de Mérida y Trujillo.

Tocado de vuestros infortunios, no hemos podido ver con indiferencia las aflicciones que os hacían experimentar los bárbaros españoles, que os han aniquilado con la rapiña, y os han destruido con la muerte; que han violado los derechos sagrados de las gentes; que han infringido las capitulaciones y los tratados más solemnes; y, en fin, han cometido todos los crímenes, reduciendo la República de Venezuela a la más espantosa desolación. Así pues, la justicia exige la vindicta, y la necesidad nos obliga a tomarla. Que desaparezcan para siempre del suelo colombiano los monstruos que lo infestan y han cubierto de sangre; que su escarmiento sea igual a la enormidad de su perfidia, para lavar de este modo la mancha de nuestra ignominia, y mostrar a las naciones del universo, que no se ofende impunemente a los hijos de América.

A pesar de nuestros justos resentimientos contra los inicuos españoles, nuestro magnánimo corazón se digna, aún, abrirles por la ultima vez una vía a la conciliación y a la amistad; todavía se les invita a vivir pacíficamente entre nosotros, si detestando sus crímenes, y convirtiéndose de buena fe, cooperan con nosotros a la destrucción del gobierno intruso de España, y al restablecimiento de la República de Venezuela.

Todo español que no conspire contra la tiranía en favor de la justa causa, por los medios más activos y eficaces, será tenido por enemigo, y castigado como traidor a la patria y, por consecuencia, será irremisiblemente pasado por las armas. Por el contrario, se concede un indulto general y absoluto a los que pasen a nuestro ejército con sus armas o sin ellas; a los que presten sus auxilios a los buenos ciudadanos que se están esforzando por sacudir el yugo de la tiranía. Se conservarán en sus empleos y destinos a los oficiales de guerra, y magistrados civiles que proclamen el Gobierno de Venezuela, y se unan a nosotros; en una palabra, los españoles que hagan señalados servicios al Estado, serán reputados y tratados como americanos.

Y vosotros, americanos, que el error o la perfidia os ha extraviado de las sendas de la justicia, sabed que vuestros hermanos os perdonan y lamentan sinceramente vuestros descarríos, en la íntima persuasión de que vosotros no podéis ser culpables, y que sólo la ceguedad e ignorancia en que os han tenido hasta el presente los autores de vuestros crímenes, han podido induciros a ellos. No temáis la espada que viene a vengaros y a cortar los lazos ignominiosos con que os ligan a su suerte vuestros verdugos. Contad con una inmunidad absoluta en vuestro honor, vida y propiedades; el solo título de americanos será vuestra garantía y salvaguardia. Nuestras armas han venido a protegeros, y no se emplearán jamás contra uno solo de nuestros hermanos.

Esta amnistía se extiende hasta a los mismos traidores que más recientemente hayan cometido actos de felonía; y será tan religiosamente cumplida, que ninguna razón, causa, o pretexto será suficiente para obligarnos a quebrantar nuestra oferta, por grandes y extraordinarios que sean los motivos que nos deis para excitar nuestra animadversión.

Españoles y Canarios, contad con la muerte, aun siendo indiferentes, si no obráis activamente en obsequio de la libertad de América. Americanos, contad con la vida, aun cuando seáis culpables.

Simón Bolívar. Cuartel General de Trujillo, 15 de junio de 1813."

Esta proclama estuvo vigente hasta el 26 de noviembre de 1820, en que se firmó un tratado para regularizar la guerra contra los españoles, tras la segunda victoria independentista de Carabobo.

En Cuba el grito de independencia fue proclamado por Carlos Manuel de Céspedes el 10 de octubre de 1868. Pronto las tropas insurrectas sitiaron y tomaron a la ciudad de Bayamo el día 20 y establecieron allí el gobierno de la revolución. Pero al cabo de unos meses tuvieron que abandonarla ante la arremetida de un fuerte contingente español al mando del general Valmaseda enviado para aplastar la rebelión. Ante esta disyuntiva los patriotas decidieron incendiar la ciudad.

El día 15 de enero de 1869 entraban los españoles en las ruinas de Bayamo. El general Valmaseda, comprendiendo la magnitud del desafío de las tropas insurrectas y de la población de Bayamo, proclamó que los cubanos no tenían otro camino que la muerte o la sumisión incondicional. A los patriotas no les quedaría otro porvenir que la guerra de exterminio y la ruina y devastación del país.

La guerra empezaba con su verdadero rostro de desolación, exterminio, sufrimientos, sacrificios, heroísmos y muerte.

Con la llegada de las columnas de Valmaseda llegó la ruina y la devastación del territorio. En la proclama del Conde se exponía que todo hombre, desde la edad de quince años en adelante, que se encontrara fuera de su finca, si no acreditaba un motivo justificado, sería pasado por las armas; todo caserío que no estuviese habitado sería incendiado por las tropas y las casas donde no campeara un lienzo blanco en forma de bandera para acreditar que sus dueños deseaban la paz, serían reducidas a cenizas; las mujeres que no estuvieran en sus respectivas fincas o viviendas o en casa de sus parientes, se reconcentrarían en los pueblos: las que no lo hicieren serían conducidas por la fuerza.

Así empezaba el Gobierno de la Revolución la vida errante de marchas y contramarchas. Al principio el Ejército Revolucionario procedía con indulgencia para los prisioneros españoles, a pesar de las represalias españolas contra la población cubana. Carlos Manuel era diáfano en su visión de las condiciones en que se libraba la guerra por los dos bandos en contienda y exponía de esta manera la actitud del ejército mambí: "Nuestra guerra sigue y seguirá hasta el fin. Por parte de España se hace sin mirar los usos de la civilización. Por parte de Cuba la situación se limita simplemente a aceptar la guerra a muerte a la que el enemigo nos ha provocado, aunque respetando siempre los derechos de la humanidad."

"De la barbarie española tengo aquí hartos comprobantes. Ahora han recrudecido la destrucción de propiedades y la persecución de las familias. Queman hasta las yerbas, y no perdonan sexo ni edad... Y así continúan, y las naciones civilizadas y cristianas se lo consienten."

"La República tiene ejércitos prestando servicio. Estos hombres están organizados y gobernados con todos los principios de la guerra civilizada. Los prisioneros que hacen son tratados bajo todos conceptos como prisioneros de guerra, según se usa en las naciones más civilizadas del mundo. Las autoridades españolas, casi invariablemente, han asesinado con crueldad a los soldados del ejército de la República que se han rendido a ellas, y han publicado recientemente una orden oficial, mandando a las fuerzas militares que en lo sucesivo maten y asesinen a todo prisionero de la República que se rinda."

Después de advertencias a las máximas autoridades españolas en la Isla, Carlos Manuel se vio obligado por las circunstancias a declarar la guerra a muerte mediante decreto en que expresaba:

"Declarada como está la guerra a muerte en la isla de Cuba por las autoridades españolas en distintos bandos, ejecutada de hecho por las tropas que operan en este territorio y siendo las represalias admitidas por el derecho de gentes y la práctica de todas las naciones, esta Capitanía General se ve en la necesidad de dictar las providencias oportunas para reglamentar su ejecución por nuestra parte, siquiera sea para evitar confusiones, así como para que se logre la conveniente uniformidad en el ejército a mi mando. En tal virtud y considerando que no todos los que nos hacen la guerra están en un mismo caso, puesto que las circunstancias varían notablemente entre nuestros enemigos.

Considerando que no solamente la humanidad sino hasta las más triviales reglas de sana política exigen que se haga diferencia entre estos mismos enemigos.

Considerando: en fin, la naturaleza y espíritu de la actual guerra de independencia. DECRETO:

Artículo 1. Todo prisionero que haya tomado las armas en clase de voluntario contra la República, después de proclamarla, será irremisiblemente pasado por las armas, cualquiera que sea su procedencia y responsabilidad.

2. Los soldados de línea del ejército español que caigan prisioneros, podrán esperar benevolencia a que se hayan hecho acreedores, según las circunstancias.

3. Los bienes de los enemigos de nuestra independencia se adjudicarán al tesoro nacional y se pondrán inmediatamente en administración por cuenta de la República.

4. Los soldados del ejército español que se presenten en nuestros campamentos, serán generosamente recompensados según las circunstancias, teniéndose en cuenta para ello si lo hacen con armas y municiones, o de cualquiera otro modo que lo recomiende a nuestra causa. El que al pasarse manifestase deseos de no servir en clase militar, podrá ser destinado a cualquier otro servicio compatible con nuestra situación.

Como quiera que la actual guerra de independencia no reconoce neutrales entre los habitantes de la Isla, pues el que no está con nosotros se considera enemigo, todo el que alegase aquella circunstancia será juzgado y castigado según convenga, teniéndose en cuenta sus antecedentes y exceptuándose los extranjeros que como tales se hayan portado desde el principio de la Revolución.

6. Todo el que hiciere algún servicio voluntario al gobierno español o a cualquiera de sus autoridades, de cualquier clase que sean, será pasado por las armas inmediatamente después de su aprensión...Circúlese a las autoridades militares correspondientes. Patria y Libertad. 18 de febrero de 1869. C.M. de Céspedes.

Se iniciaba así, a partir de este día, un periodo no muy largo presidido por este Decreto de represalias contra el enemigo sin restricción de ninguna especie, como expresara Céspedes: "Sangre por sangre. Ejecución por ejecución. Exterminio por exterminio."

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