Occidente utiliza las vacunas como herramientas de división mundial con fines hegemónicos.
El surgimiento de la nueva ola de contagios de COVID-19 (entiéndase ahora como variantes), ha puesto nuevamente la alerta capitalista a las condiciones y limitaciones de la oferta de vacunas a nivel mundial. La indulgencia (e indolencia) y el celo de Occidente en esta era de la metamorfosis del capitalismo mundial y su Guerra de Hegemonías (ya no Guerra Fría), se manifiesta en la politización de las vacunas. Estados Unidos, en particular, está practicando su propio egoísmo en la distribución y explotando las vacunas como arma geopolítica, lo que, en consecuencia, está dividiendo al mundo en dos campos: uno representado por países inoculados con vacunas chinas y rusas y el otro con vacunas estadounidenses y europeas.
Lo cierto es que en lo inmediato, el desfase entre una oferta restringida y concentrada y una demanda mundial urgente y desesperada fue y sigue estando marcada por el poder y los negocios y no por la defensa de la humanidad (típica expresión del capitalismo salvaje).
De acuerdo con estadísticas de la universidad estadounidense Johns Hopkins, se han reportado más de 180 millones de casos covid en el mundo, con más de tres millones novecientos mil decesos (junio 2021). Casi 90% de todas las vacunas administradas en el mundo se han aplicado en países del Grupo de los 20 (industrializados y emergentes). En el cálculo de dosis por cada 100 habitantes, la consultora Airfinity estimó que países como Estados Unidos (EEUU) y algunos de Europa llegarán a la inmunidad (70% de la población vacunada) en julio. Aunque gran parte de Latinoamérica, África y Asia no alcanzarán la inmunidad colectiva antes de 2022.
Estas asimetrías capitalistas, hacen por ejemplo que la producción tanto de vacunas como de medicamentos hace mucho tiempo sea un negocio a escala mundial. En 2019, un año antes que se desatara el Covid-19, el 90% de las ventas de vacunas estaba concentrado en cinco (05) grandes multinacionales: Pzifer, Merck y Gilead Sciences (EEUU), GlaxoSmithKline GSK (Reino Unido) y Sanofi (Francia). Estas cinco empresas concentran el 77% de las dosis que se aplicarán a más del 90% de la población mundial. En ese grupo de fabricantes están el laboratorio británico Astra Zeneca, el grupo Johnson & Johnson, de EEUU, la china Sinopharm, la india Bharat BioTech, la rusa Sputnik V y otras iniciativas más pequeñas como la india Zydus Cadilla.
Los fanáticos de la "mano invisible del mercado" -aquí y en todas partes- explican las dificultades actuales como un cuello de botella circunstancial que se corregirá automática y virtuosamente en poco tiempo. Pero no es así. El entramado de intereses y negocios que se ha instalado en torno a la vacunación nada tiene que ver con la proclamada libertad de elegir y transparencia de la competencia de iguales, sino con disputas de posiciones de privilegio en un mercado que se estima alcanzará rápidamente miles de millones de dólares anuales.
En forma habitual, las grandes corporaciones farmacéuticas justifican el alto precio de los medicamentos por el hecho de que deben invertir en su desarrollo inicial enormes sumas que, en muchos casos, no llegan a resultados esperados, y por lo tanto terminan en fondo perdido. Es por ello, justifican, que los precios de venta no se deben ajustar a los costos reales de producción sino también amortizar inversiones riesgosas anteriores. De tal forma, plantean el reconocimiento internacional de la propiedad intelectual, la garantía de patentamiento y del derecho monopólico de producción y comercialización, exigiendo que no haya competencia para sus productos de empresas o países que pudieran fabricar productos sin tener que cubrir inversiones iniciales en investigación y desarrollo.
Dado que las principales potencias del mundo, como China, Rusia, Estados Unidos y el Reino Unido, produjeron sus propias vacunas, los países occidentales y los medios de comunicación han ubicado las vacunas en dos "bandos". Al jactarse de sus propias vacunas, cuestionan la seguridad y eficacia de las vacunas chinas y etiquetan a China y Rusia como pioneros de la campaña mundial de "diplomacia de las vacunas". La elección de vacunas por parte de los países se ha convertido en el epítome de la geopolítica global.
Las vacunas Pfizer producidas en EE.UU. y Astra-Zeneca fabricadas en el Reino Unido se utilizan principalmente en EE.UU. y en países ricos de Europa. Las vacunas chinas y rusas son utilizadas por países en desarrollo y de bajos ingresos en partes de Asia, Europa, África y América Latina. Muchos países europeos están obsesionados por un fuerte sentimiento de nacionalismo de las vacunas y esperan las vacunas occidentales. El Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos admitió que utilizó "relaciones diplomáticas" para obligar a Brasil, uno de los países más afectados por la pandemia de COVID-19, a rechazar la vacuna rusa contra el coronavirus, la Sputnik V.
Lo que es aún más irónico es que, aunque la UE desestimó públicamente el suministro mundial de vacunas de Rusia, sin embargo ha estado recurriendo a las inyecciones de Sputnik V entre bastidores. Claramente, la UE no puede permitirse el juego geopolítico inventado por ella misma que involucra las vacunas. Al ser una gran potencia, la oferta de vacunas de China y Rusia, está fuera de responsabilidad y moralidad sin apego político. Es por eso que muchos países acogieron y defendieron las vacunas chinas y rusas. Si la influencia de China y Rusia se expande, es un resultado natural. Es incluso difícil para Estados Unidos, que solo mira la competencia geopolítica y el interés propio, argumentar que ayudar a los necesitados es inherentemente a algo malo.
Después de todo, EE.UU. nunca voltea a mirar a estos países a menos de que haya un interés propio. Estados Unidos es un maestro de la manipulación que usa todo como arma geopolítica. Lo que puede hacer ahora es lamentar su declive de influencia como resultado de su egoísmo. La lucha política provocada por la pandemia está lejos de terminar. De ahí la intención de Occidente de dividir el mundo con vacunas para mantener su hegemonía. Sin embargo, Estados Unidos y el resto de Occidente solo se encontrarán enredados en una barrera autoimpuesta. Imagínense, si Estados Unidos logra monopolizar el suministro mundial de vacunas, ¿cuántas personas más morirían? ¿Le importa a Estados Unidos? La respuesta es clara.
DOCENTE UNIVERSITARIO