La sociopatía y el final de una Era

Sábado, 31/07/2021 10:10 AM

Podemos partir de la base de que la sociedad actual, lo mismo que la de siempre pero ahora de una manera extrema y casi podría decirse brutal, se inventa enfermedades que antes no existían o no estaban reconocidas como tales. Hoy día, entre unas cosas y otras, brotan las nuevas enfermedades, las nuevas disfunciones orgánicas como las setas después de la lluvia de primavera. Y cuando digo entre unas cosas y otras quiero decir que, por una parte, la principal, la precisión de los aparatos, el instrumental clínico, la informatización de todo lo relacionado con ambos, determinan, para la exasperación del eventual paciente, alteraciones de la salud que antes o no eran una enfermedad o no estaban registradas como tales, ni figuraban en los vademécum ni los estudios médicos. Pero es que por otra parte, la más mínima alteración en la morfología del cuerpo, por dentro o por fuera, es una patología o el anuncio de una enfermedad. La medicina preventiva hace el resto. Este es el cuadro clínico de la sociedad occidental…La ciudadanía preocupada por muchas cosas, y a partir de cualquier edad, principalmente por su salud. ¿Eso es vivir?

Y ciertamente aparecen enfermedades nuevas, o a lo mejor no tan nuevas, lo que pasa es que eran irrelevantes y pasajeras y ahora pasan a un primer plano de nuestras vidas. Porque la clase de vida que se hace hoy día, las escasas expectativas de un futuro halagüeño, las nulas de la estabilidad imprescindible para una vida sana orgánica y mentalmente sana hacen saltar por los aires la certeza de una buena salud. Pues la base de una buena salud es la estabilidad emocional. Por las emociones se explican muchas cosas. Y la inestabilidad atroz es el signo de estos tiempos.

Por esto mismo ahora que tanto se habla de la sociopatía y del sociópata, es el momento de poner las cartas sobre la mesa. Un sociópata es una persona que padece sociopatía, una patología de tipo psicológico que provoca un comportamiento caracterizado por la impulsividad, la hostilidad y el desarrollo de conductas antisociales. La sociopatía es catalogada como un trastorno de la personalidad, hoy en día conocido como desorden de la personalidad antisocial.

Pues bien, dadas las condiciones de vida antedichas, la sociopatía y el sociópata son un sarcasmo. Y si son un sarcasmo es porque la propia sociedad actual es un generador permanente de sociópatas. La impulsividad es hija de la ansiedad, la hostilidad es hija de la ansiedad y de la frustración, y la conducta antisocial es hija del inconformismo y de la severa sensación del individuo de estar siendo maltratado continuamente por una sociedad a la que acaba considerando enemiga, no su protectora o benefactora.

Pero es que por otro lado podemos distinguir dos clases de sociópatas, como dos clases de psicópatas o dos clases de ladrones o dos clases de delincuentes o dos clases de pervertidos. Y esto no lo dicen ni la Academia de la Lengua ni los tratados de psicología, de psiquiatría o de criminología. Todo depende de la posición del individuo en la sociedad. El sociópata, el ladrón, el delincuente y el pervertido pertenecen, por definición, a las clases baja o media, y excepcionalmente el psicópata a las clases altas. Sin embargo, si dejamos a un lado los convencionalismos sociales y el pre-juicio, el juicio de valor sin meditar, sociópatas y psicópatas son los que rigen el mundo y a la sociedad. Sociópatas y psicópatas son la mayoría de los políticos, de los periodistas, de los médicos, de los jueces, de los abogados, de los registradores, de los notarios, de los militares, de los policías. Cuanto menos los que sobresalen por cualquier motivo. Pues se ha de ser sociópata o psicópata para tolerar una sociedad tan desigual, tan plagada de abusadores y no necesariamente y solo sexuales. Hace falta serlo para permitir un estado de cosas que perfila no ya la discriminación radical por motivos diversos, sino la marginación, el ostracismo, el apartamiento y el olvido de millones de ciudadanos que a duras penas pueden aspirar sólo a sobrevivir. Y si hablamos de la población provecta, la de los ancianos, no ya sólo los muchísimos que han fallecido y están falleciendo por la enfermedad "de moda", sino los que irán precipitando su final por razones ajenas a la normalidad de la vida y de la salud: por su aislamiento forzoso, por su imposible conexión con una tejido social trabajado a conciencia para provocar justo el aislamiento, el asco, la náusea, que aborta los deseos de vivir. Todo eso calculado, proyectado, implantado que afecta a los más débiles, a los más vulnerables, en definitiva, a quienes poco a poco se les va empujando a la muerte. Pues es proverbial que en una multitud de casos a la muerte física precede la muerte moral, el desistimiento y el desapego a la vida que esta sociedad está promoviendo a conciencia por motivos varios. Unos motivos perfectamente identificados, otros presuntos, dada la ambición y la insaciable voracidad que no ocultan los grandes y grabdísimos poseedores, y otros que hunden sus raíces en el destino fatal de un planeta y de unas sociedades humanas que a todas luces agonizan…

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