Actuar frente a la crisis devastadora -la actual y la que se multiplicará en el período por venir- es un imperativo impostergable y, a la vez, de muy difícil realización.
La coyuntura histórica está dominada por un creciente descontrol de las clases dominantes, el deslizamiento del país hacia la debacle institucional y la amenaza fascista. Todo ello sobre la base de absoluta ausencia de la clase obrera en el escenario político, transformación de los sindicatos en empresas capitalistas dominadas por mafias, e irreversible debacle de las estructuras que en los últimos años predominaron como representantes de una izquierda revolucionaria, ahora sumadas al carrusel electorero con el único objetivo estratégico de obtener cargos legislativos y sostener aparatos dependientes del Estado.
Está planteada una tarea ciclópea, cuyo primer paso es cohesionar un Estado Mayor por una Revolución socialista, para a continuación lanzarse a una agresiva campaña por la concientización y organización masiva de trabajadores y juventudes.
Contra ese objetivo básico conspira el pasado reciente y el cuadro actual de la militancia. En los últimos años la voluntad y el esfuerzo transformadores fueros arrastrados hacia opciones por el mal menor, que dieron un salto cualitativo votando por Scioli contra Macri en 2015 y completaron el derrumbe sumándose al así llamado "frente de todos" en 2019, para quedar prisionero del peronismo y su ala más corrupta, travestida como supuesto "progresismo". Este es un pasivo difícil de levantar, frente al cual no cabe el sectarismo, pero tampoco la liviandad oportunista: las responsabilidades han de ser asumidas.
En pocos días más y luego el 14 de noviembre habrá comicios de medio término (renovación parcial de legisladores). Las presidenciales serán -si son- en 2023. Pero en las dos coaliciones principales de la burguesía se ha desatado una pugna desvergonzada por la primera magistratura, aunque ninguno de los/as postulantes puede prever qué ocurrirá el mes próximo.
Resquebrajado, el país cae a pedazos. La pobreza arrasa, el salario real ha caído entre un 10 y un 30% según el rubro, el malestar social lo domina todo. A la fecha el Covid ha segado 111 mil vidas, el mayor número por millón de habitantes en el mundo. Las medidas impuestas por el gobierno para supuestamente evitar esta catástrofe, paralizaron al país, llevaron la crisis económica al paroxismo y provocaron un trauma social sin precedentes en la historia nacional.
Negado por definición y naturaleza a encarar una transición anticapitalista, el oficialismo adopta medidas irracionales. Para ganar las elecciones buscó congelar la economía a la vez que lanza más de un billón de pesos en dos meses a fin de torcer voluntades, alimentar el consumo y dar la sensación de reactivación. Sobre todo, con un promedio de 300 muertes diarias por Covid y la certeza de que ya la variante Delta alcanzó circulación comunitaria y amenaza con una inminente tercera ola, se levantan las absurdas restricciones que ahogaron al país cuando contagios y muertes eran mínimos en comparación con lo que fueron luego y son ahora. A la mentira de "la opción por la salud" desde marzo de 2020 se suma ahora la mentira de una falsa vuelta a la normalidad.
A partir del 13 de septiembre comenzará el vencimiento de la factura de estos desatinos que llevan los desequilibrios macroeconómicos a punto de colapso. La conducta un año y medio atrás de mayorías dominadas por el miedo a la peste todavía frena la reacción social. Es difícil salir de la trampa que llevó a rechazar las advertencias sobre el absurdo de paralizar al país e imponer formas crecientes de autoritarismo para enfrentar la peste. Pero el apoyo a Alberto Fernández que entonces rozó el 80% de aprobación, es ahora inferior al 22%, siempre según encuestas interesadas pero en cualquier caso indicativas. Episodios de la vida particular del Presidente -menores en relación con el endeudamiento, el ajuste salvaje, latrocinios varios y conductas devastadoras para el carácter de la sociedad y, en particular, de los jóvenes- provocaron en las últimas semanas un rechazo generalizado con centro en Fernández, su vicepresidente, el gobernador de Buenos Aires y otras figuras centrales del (no) poder. De manera que es inexorable, sea cual sea el resultado de las elecciones, el agravamiento de la situación política, económica y social de aquí en adelante.
Divididas y desconcertadas, las clases dominantes no podrán dar respuesta positiva a ese desenlace fatal. La pobreza de la campaña electoral, que llega al colmo de la vaciedad y el ridículo, revela que la única respuesta estratégica del capital es apostar por el empeoramiento descontrolado de la vida social y por la obvia respuesta violenta basada en la fragmentación de los de abajo y el no desafiado dominio de las palancas esenciales por parte de las descompuestas clases dominantes.
El revés de la medalla
¿Es pensable, en este panorama, recomponer un Estado Mayor por la Revolución socialista? Sí, lo es. Con base en la teoría científica de la transformación social, la asimilación práctica de un siglo de revoluciones inconclusas y el portentoso avance de las fuerzas productivas, con base en la realidad incontrastable de la crisis capitalista mundial, es pensable y realizable el esfuerzo por la recomposición del pensamiento, la organización y la acción anticapitalista efectiva.
Es una tarea a escala mundial, aunque ha de llevarse a cabo con apoyo en la realidad de cada país y las capacidades de las vanguardias locales, que habrán de mostrarse o no en condiciones de afrontar el desafío de la crisis global y la degeneración de instancias hasta no hace mucho reivindicables como factores positivos en la lucha de clases. Entiéndase sindicatos tradicionales y partidos vociferantes de infantoizquierdismo, que como la socialdemocracia a comienzos del siglo XX, transita al parecer sin freno hacia el alineamiento con el sistema agónico.
La derrota ignominiosa de Estados Unidos frente a los Talibanes -su propio engendro, para cuya derrota invirtió 83 mil millones de dólares en los últimos veinte años- no es un episodio más en el panorama geopolítico. Es una prueba irrefutable del retroceso imperialista, no sólo estadounidense. En otro orden, pero inseparable del devenir militar que coloca a Washington en una derrota irrecuperable en Medio Oriente, el vuelco del FMI de 650 mil millones de dólares para ayudar a los 190 Estados miembros -entre ellos Argentina, que recibió 4330 millones- indica la caída sistemática del sistema global y la inoperancia de las medidas de excepción adoptadas en cada instancia: en 2009 la inyección fue de 182.600 millones, que el torrente de la crisis se llevó. Las economías centrales y en particular Estados Unidos pagarán muy caro esta pseudo ayuda. Preguntado sobre los efectos a largo plazo de su remedio para la crisis de sobreproducción capitalista, Keynes respondía como un lord inglés: "en el largo plazo estaremos todos muertos". Epítome de la desesperación y la irracionalidad. Pues el largo plazo es ahora y desde hace muchos años. Sólo la derrota de la Revolución y su consecuente degradación teórica y política explica la sobrevida del sistema dominante.
Algunos comentaristas y editorialistas del capital se burlan de los fracasos en la transición al socialismo. Para eludir la realidad llegan al extremo de afirmar que en Argentina la catástrofe se debe a que "estamos en el socialismo". La parte seria de esa fauna supérstite no hace bromas para la tribuna y muestra su preocupación. "Junto con Pakistán y China, Rusia ha ganado amplia influencia en materia de seguridad (¿¿!!), a expensas de Estados Unidos", explica el New York Times. Omite entre los perjudicados a la Unión Europea, Japón e… Israel. Practican un excelente periodismo para ocultar mejor lo que les es más caro.
El nuevo equilibrio geopolítico, inequívocamente en detrimento del poderío global estadounidense, a la par de la crisis económica global que recién comienza, inaugura un espacio estratégico sin precedentes para la perspectiva de una Revolución socialista. Es la alternativa a la irracionalidad y la destrucción capitalistas.