Shultz cumplió a la perfección. El grupo que Shultz encabezó y utilizó como plataforma pro guerra fue organizado por Bruce Jackson, que sólo tres meses antes ocupaba el cargo de vicepresidente de estrategia y planificación en Lockheed Martin. Jackson afirma que "gente de la Casa Blanca" le pidió que organizase el grupo, pero él lo llenó de viejos colegas de Lockheed. Además de Jackson, entre los representantes de Lockheed figuraban Charles Kupperman —vicepresidente de misiles espaciales y estratégicos de Lockheed Martin— y Douglas Graham, director de sistemas de defensa. Aunque el comité se formó a petición expresa de la Casa Blanca para ser el arma de propaganda de la guerra, nadie tuvo que marcharse de Lockheed o vender sus acciones. Sin duda, algo muy positivo para los miembros del comité, ya que el precio de las acciones de Lockheed aumentó un 145% (de los 41 dólares que costaban en marzo de 2003 a los 102 dólares de febrero de 2007) gracias a la guerra que ellos ayudaron a diseñar.
Cada vez que a los miembros de esta pandilla de Washington se les pregunta por sus intereses en las guerras que apoyan, invariablemente responden al estilo de Perle: la sola sugerencia es absurda, simple y un punto terrorista. Los neoconservadores —un grupo que influye a Cheney. Rumsfeld, Shultz, Jackson y también a Kissinger— se esmeran mucho en presentarse como intelectuales geniales o realistas duros, guiados por la ideología y las grandes ideas, y no por algo tan mundano como el beneficio. Bruce Jackson, por ejemplo, afirma que Lockheed no aprobó su trabajo extracurricular en política exterior. Perle asegura que su relación con el Pentágono le ha perjudicado porque "significa que hay, cosas que no puedes decir y hacer". El socio de Perle, Gerald Hillman, insiste en que éste "no tiene ningún deseo de lograr beneficios económicos". Cuando fue subsecretario de política de defensa, Douglas Feith afirmó que "la antigua conexión del vicepresidente [con Halliburton] hizo que la gente del gobierno se mostrase reacia a otorgar el contrato, aunque dáselo a KBR [Kellogg, Brown and Root, la antigua filial de Halliburton] fue lo correcto".
Incluso sus críticos más acérrimos tienden a retratar a los neoconservadores como verdaderos creyentes cuya única motivación es el compromiso con la supremacía del poder americano e israelí, compromiso que les absorbe hasta el punto de que están preparados para sacrificar sus intereses económicos a favor de la "seguridad". Esta distinción resulta artificial y amnésica. El derecho a buscar beneficios ilimitados siempre ha sido el protagonista de la ideología neoconservadora. Antes del 11 de septiembre, las exigencias de una privatización radical y los ataques contra el gasto social dieron alas al movimiento neoconservador (friedmanita hasta la medula) En think tanks como el American Enterprise Institute, Heritage y Cato.
Con la guerra contra el terror, los neoconservadores no renunciaron a sus objetivos económicos; encontraron un nuevo modo, todavía más eficaz, de conseguirlos. Por supuesto, estos tiburones de Washington están comprometidos con el papel imperialista de Estados Unidos en el mundo y de Israel en Oriente Medio. Sin embargo, resulta imposible separar el proyecto militar —guerras interminables en el extranjero y un Estado de la seguridad en casa— de los intereses del complejo del capitalismo del desastre, que ha generado una industria multimillonaria basada en esos supuestos. En ningún lugar se ha visto más clara la fusión entre los objetivos políticos y los económicos que en los campos de batalla de Irak.
¡La Lucha sigue!