El cigarrillo, la costumbre, la pandemia y la monarquía

Lunes, 20/09/2021 02:37 PM

Una prueba rotunda de la evolución, en este caso social, es que más o menos casi dos siglos duró en occidente la costumbre generalizada de fumar el cigarrillo. A finales del siglo XIX se patenta la máquina para su fabricación. Pues bien, a partir de entonces y hasta como quien dice ayer, la inmensa mayoría de los hombres de las sociedades occidentales fumaban. Y, de repente, como un resorte, casi de la noche a la mañana, como esas lluvias torrenciales que cesan sin apenas transición, también la mayoría de los hombres y mujeres fumadores de la mayor parte de los países europeos que se sepa, dejan de fumar en público; bien disuadidos por leyes restrictivas bien, estimulados por ellas, por propia disuasión, también en privado. Las restricciones en el uso del tabaco en público, pues, fueron y son definitivas. Ello ha provocado que deje de surtir efecto tanto la correa de transmisión de la costumbre de padres a hijos imitadores, como el intercambio de cigarrillos antes tan social, y se genere rápida y prácticamente un colapso de la costumbre de fumar. Para colmo, una pandemia y las alarmas que advierten de graves enfermedades respiratorias a causa del tabaco han hecho que este hábito bicentenario desaparezca virtualmente; que desaparezca casi como por arte de ensalmo, tanto para la ruina de terratenientes como la de países cuya producción es esencial para su economía, como para los sectores de distribución del cigarrillo. De ese modo, lo que antes y durante tanto tiempo fue una costumbre entre liberadora personalmente y estimulante del trato social, ahora es de hecho el hábito residual propio de un carácter débil, o un desdoro.

Esta inversión radical de la visión que la sociedad en general tiene ahora del fumador y del hábito de fumar, me recuerda la película de Buñuel "Los fantasmas de la libertad", en la que varios matrimonios se reúnen en la casa de uno de ellos para charlar. Se sientan todos, hombres y mujeres, cada uno en un váter ante una alargada mesa, y de uno en uno los presentes se van levantando sigilosamente, casi en actitud furtiva, y acuden a un cuartucho inmundo reservado por los anfitriones para comer. En suma, a los fumadores que antes se exhibían, ahora la sociedad les pide que se escondan. Y por eso nos preguntamos ¿cómo es posible que la sociedad, sobre todo masculina, haya mantenido una costumbre tan malsana, causa de muerte prematura y de enfermedades sin cuento a lo largo de doscientos años?

Del mismo modo, en la España de dentro de cincuenta o de cien años, si la sociedad española no hubiere entrado para entonces en un invierno mental, echándose las manos a la cabeza las gentes se preguntarán: ¿cómo es posible que aquellos antepasados nuestros siguieran prácticas aberrantes, como el filibusterismo político que unas veces vació las arcas públicas y otras las malbarató? ¿cómo es posible, en relación a una súbita pandemia, que se llamase vacuna a un suero experimental? ¿cómo es posible que en relación a lo mismo, tanto el estamento médico como el político dijesen e hiciesen tal cúmulo de estupideces? ¿cómo es posible que una forma atávica de Estado que alimenta gravemente las desigualdades sociales como es la monarquía, se restaurase en España en las postrimerías del siglo XX?

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