“La ideología dominante es siempre la ideología de la clase dominante”.
Marx y Engels, 1845.
I
El socialismo no está muerto. El materialismo histórico, como método de análisis de la realidad social, sigue siendo absolutamente vigente. Y el capitalismo, aunque quisiera, no puede solucionar los históricos problemas de la humanidad. Es un sistema que genera hambre y violencia: sobra comida en el mundo, pero por las relaciones socioeconómicas vigentes una buena parte de la población planetaria sufre desnutrición. Por otro lado, cuando el sistema se traba, tiene como mecanismo para desentramparse la generación de una guerra. Tal como dijera Rosa Luxemburgo ante este despropósito: “Socialismo o barbarie”. El capitalismo ya ha mostrado lo que puede lograr: riqueza para unos pocos, pobreza para las mayorías. El socialismo, aún con las fallas que pueda presentar, sigue siendo una esperanza.
Como alternativa a esta monstruosidad de la sociedad basada en el mercado y el lucro empresarial surgió el socialismo científico. Fueron Carlos Marx y Federico Engels quienes dieron precisión conceptual a esto en el siglo XIX, poniéndose en marcha las primeras experiencias socialistas ya entrado el siglo XX: Rusia, China, Cuba, Vietnam, Nicaragua. Ningún proceso de esos llegó por vía pacífica (ni puede llegar), porque los propietarios capitalistas lo impiden. Nadie, absolutamente nadie cede el poder en forma pacífica; por el contrario, lucha a muerte por no perderlo. En un nivel, puede haber la hoy tan a la moda “resolución pacífica de los conflictos” en tanto no se cuestionen de fondo los poderes en juego; si se toca la médula del asunto, las reacciones son fatales, sangrientas, espeluznantes. Fueron necesarias revoluciones contundentes para cambiar algo. Por vía de elecciones en el marco de la institucionalidad burguesa no se puede cambiar de fondo nada. Los cambios sociales profundos son cataclismos y, quiérase que no, implican violencia. El mundo moderno que instaura el capitalismo en Europa cortó sangrientamente la cabeza de los nobles para establecerse. ¡No olvidarlo! “Que una sangre impura empape nuestros surcos”, reza la Marsellesa, himno por antonomasia de ese mundo moderno.
La democracia burguesa, representativa, no otorga el poder jamás, bajo ningún punto de vista, a los ciudadanos que votan. Esa es una farsa bien montada que sirve para mantener el orden capitalista dominante. La administración de turno no es más que el gerente político de los capitales (el gerente de la empresa, el capataz de la finca) manejando la estructura del Estado (que es, en definitiva, un mecanismo de opresión de clase). Cuando los oprimidos intentan levantarse, el Estado reprime. Y siempre vuelve a correr sangre. “La violencia es la partera de la historia”, dijo Marx. Verdad incontestable.
Esas primeras experiencias socialistas mencionadas surgidas en el siglo XX sin dudas dieron fabulosos resultados para la clase trabajadora, para los pueblos empobrecidos y oprimidos, para las mujeres siempre olvidadas. En cualquiera de los países donde triunfó la revolución socialista, mejoraron sustancialmente las condiciones de vida de las mayorías: alimentación, vivienda, salud, educación, servicios básicos, acceso a la cultura, y un largo etcétera, pasaron a ser bienes de todos, y no privilegios de las elites dominantes. En definitiva, eso es el socialismo: medios de producción en manos de la clase trabajadora y poder popular. Quienes antes no comían y andaban descalzos, ahora comen y se visten. No comen caviar ni usan zapatos de mil dólares, pero comen dignamente. En el capitalismo, aunque algunos comen diariamente caviar y usan ropa estrambóticamente cara, las grandes mayorías miran el festín desde afuera.
Todas esas revoluciones fueron siempre sistemáticamente atacadas por el mundo capitalista de las más arteras y despiadadas maneras: guerras, sabotajes, bloqueos, atentados, invasiones, maniobras desestabilizantes, bombardeo mediático. Construir una sociedad alternativa en esas condiciones es tremendamente difícil, porque obliga a vivir en un clima militarizado. “Hasta mañana”, saludan por la noche los cubanos en su revolución. “¡Si no invaden!”, responden. Pero siempre, en todos los casos, pese a esas enormes dificultades, se logró construir el socialismo. Los parámetros para comparar un sistema con otro -eso es lo cuestionable- se pusieron desde el capitalismo. Los sistemas socialistas de ningún modo priorizaron el consumo suntuario, el caviar y la ropa de marca. Por eso, vistos con esa vara, los socialismos reales aparecían como “pobres”. Allí no hay malls, obsolescencia programada, recambio infinito de mercancías. Allí la pobreza y riqueza se mide de otra manera. Mas esos países no son “pobres” en sentido capitalista: aunque sin lujos ni derroches, nadie, absolutamente nadie pasó hambre y todos tienen justicia social, educación, beneficios. Se consumen muy pocas drogas, lo cual es un indicador muy importante de la calidad de vida.
Valga un ejemplo esclarecedor, uno solo, pero suficiente para evidenciar lo que se quiere expresar: Nicaragua socialista, a partir de la revolución sandinista de 1979, comenzó a construir su alternativa al capitalismo. Siendo uno de los países más pobres de Latinoamérica en el momento de la revolución, habiendo soportado una sangrienta dictadura de la familia Somoza por cuatro décadas, remontó ese histórico atraso en forma encomiable gracias al nuevo proyecto sociopolítico. Pero el imperio estadounidense no lo permitió. No porque la Nicaragua socialista representara un peligro militar para Estados Unidos, tal como Ronald Reagan lo dijera en su momento (“estaban por invadir Texas”) sino por el “mal ejemplo” que representaba para los pueblos de Latinoamérica. De ahí que implementó el ejército mercenario de la Contra, al que financió durante diez años con 1,000 millones de dólares. El resultado de esa guerra inducida, guerra de baja intensidad según los estrategas del Pentágono, al país centroamericano le costó 17,000 millones de dólares (la intensidad no fue baja). La Corte Penal Internacional estableció que Washington debía pagar esa suma en concepto de indemnización. La Casa Blanca, por supuesto, desestimó la condena, y ni bien asumió la presidencia Violeta Barrios viuda de Chamorro en 1990, cuando el sandinismo perdió en las urnas, retiró la demanda. La guerra de “baja intensidad” significó varios años de retroceso para Nicaragua. El “fracaso” del socialismo, ¿se puede pensar que se debe a una “burocracia autoritaria” que hambrea a su pueblo? Los 25 millones de ciudadanos soviéticos muertos en la Segunda Guerra Mundial y la destrucción de muy buena parte de su infraestructura, golpes de los que el primer Estado socialista del mundo demoró décadas en recuperarse, ¿no cuentan en su caída años después? El embargo a Cuba ¿habrá significado algo en la escasez actual en la isla? ¿Cómo decir que el capitalismo triunfa si su modelo hace que se produzca un 40% de comida más de la necesaria para alimentar bien a toda la humanidad, pero el hambre sigue matando más que cualquier otra enfermedad? ¿Dónde está el triunfo? Porque capitalismo no son solo los centros comerciales abarrotados de productos finos y muy caros. Capitalismo, ¡¡nunca olvidarlo!!, es la explotación inmisericorde de la gran masa trabajadora del mundo, en condiciones cada vez más precarias con las políticas neoliberales que llegaron estos últimos años, agravadas ahora por la pandemia de Covid-19.
II
Los embates terribles impulsados por las potencias capitalistas, junto al hecho de ser esas experiencias socialistas primeros pasos balbuceantes en la creación de un nuevo mundo (el capitalismo lleva no menos de cinco siglos, no olvidar) hicieron que hacia fines del siglo XX muchas colapsaran: se desintegra la Unión Soviética que no pudo seguir la loca carrera armamentista en su disputa contra Estados Unidos, China se abre a mecanismos de mercado, Cuba vive su período especial, Nicaragua fue derrotada con la contrarrevolución armada. Si Europa del Este cayó también, hay que recordar que esos procesos no eran revoluciones socialistas: eran burocracias instauradas para defender a Moscú. Punto. El socialismo efectivo solo puede llegar por la movilización popular que toma el poder. Todas esas caídas, incluidas las este-europeas, sirvieron para que los capitales gritaran triunfales: “¡el socialismo fracasó!”. Sin embargo, parece que esa mirada es bastante miope, porque todas las guerras iniciadas en el siglo XX fueron impulsadas por países capitalistas, y en los países socialistas, aunque no hay shopping centers repletos de mercaderías -muchas de ellas superfluas- nadie, pero absolutamente nadie pasa hambre. En los países capitalistas, en los llamados “periféricos” (Tercer Mundo o Sur global), pero también en los “centrales” (América del Norte, Europa Occidental, Japón) sí hay hambrientos, gente que mira los shoppings centers sin la más mínima posibilidad de entrar a consumir. La falta de alimentos, de agua potable, de viviendas, de salud, de educación, de dignidad, ¿están en las oscuras dictaduras comunistas o en el 90% de países capitalistas? ¿Por qué se dice que el capitalismo triunfa y el socialismo es un desastre?
En medio de la ola neoliberal que venía barriendo el mundo desde los 70 del siglo XX, y a partir de la derrota infligida al campo popular en todo el mundo con esas políticas fondomonetaristas, el discurso dominante mostró la supuesta inviabilidad del socialismo y el triunfo del modelo capitalista. El golpe fue grande, enorme, dejando a las izquierdas algo, o bastante, aturdidas. Por eso, desde hace décadas, el mensaje omnímodo del capitalismo tomó la hegemonía, y la ideología impuesta muestra las propuestas socialistas como total fracaso. ¡Pero no es así! La actual pandemia de Covid-19 ayuda a evidenciarlo. El sistema de salud totalmente privatizado de Estados Unidos o de Europa Occidental no pudo contener la crisis sanitaria con el mismo éxito que lo lograron, por ejemplo, Cuba o la República Popular China. ¿Es más “exitosa” la empresa privada que los planteos públicos? ¿Por qué? Es más exitosa para quienes hacen negocio de la salud (corporaciones farmacéuticas, como las que generaron las vacunas contra el coronavirus, o las prácticas privadas en hospitales y clínicas). Pequeña diferencia, ¿verdad?
Cada vez hay más pobres en el mundo, los problemas ancestrales (hambre, ignorancia, patriarcado, racismo), más el ecocidio fabuloso que se vive ahora, son evidentes en el sistema capitalista. Mientras sobra comida, mucha gente fallece por falta de alimentos; las guerras no terminan; el patriarcado y el racismo no desaparecen; la ideología dominante anestesia cada vez en forma más sutil, la desesperanza campea (el consumo creciente de drogas lo evidencia: 1,600 muertes diarias por sobredosis a escala global), la distancia entre ricos y pobres y entre Norte y Sur se profundiza. En medio de ese clima de retroceso para la gran mayoría planetaria de clase trabajadora golpeada y explotada, la ideología de derecha parece afianzarse. Las propuestas de izquierda no terminan de tener eco, faltando un horizonte revolucionario claro, con proyectos convincentes. Por el contrario, crecen preocupantemente posiciones de derecha xenófobas, racistas, neonazis, supremacistas.
Los pueblos ya no aguantan más la explotación y miseria que el capitalismo (¡¡no el socialismo!!) ha traído estos años. Pero la ideología impuesta -muy científicamente implementada- transformó el “comunismo” en una mala palabra. Por eso la desesperación popular no encuentra caminos transformadores, ni las puede encontrar con los partidos políticos que ofrecen las democracias parlamentarias. Las elecciones democrático-burguesas, curiosamente, muestran triunfos de candidatos de derecha y ultraderecha, lo que puede llegar a confundir. ¿Los votantes aman a sus verdugos? Antes se hablaba de “Síndrome de Estocolmo”. ¿Habrá algo de eso?
En términos globales se ha entronizado un discurso derrotista, casi de resignación, adaptacionista: “¡sálvese quien pueda!”. Una forma de entender el mundo donde pareciera que la idea de cambio se ha ido esfumando. Claro que eso no se dio por arte de magia: hay un poderosísimo y muy bien articulado trabajo detrás, donde se complementa la represión sangrienta, la precarización laboral (tener trabajo es casi un lujo, y hay que cuidarlo como tesoro) y los aparatos ideológico-culturales funcionando a pleno. Los dueños del capital saben lo que hacen, y sus tanques de pensamiento, todo su monumental aparato ideológico-propagandístico -realizado con las más refinadas técnicas de control social- tienen claro el cometido: mantener el sistema a cualquier costo. Sin dudas, lo saben hacer muy bien. Los resultados están a la vista: una pequeñísima, casi insignificante minoría tiene el control del mundo. Demás está decir que detrás de los tanques de pensamiento están los tanques de guerra. En los socialismos reales hay presos políticos, se arguye. ¿En el capitalismo no? En Estados Unidos no se violan derechos humanos ni se tortura… ¡pero en Guantánamo sí! ¿No hay excesiva hipocresía en ese infame discurso ideológico?
Esa ideología se trasunta todos los días, minuto a minuto, abarcando todos los espacios del quehacer humano. Lo que otrora hacían las religiones -judeo-cristiana, musulmana, hinduista, budista, cualquiera de ellas- ahora lo hacen, con fuerza mucho mayor utilizando una tecnología probadamente efectiva (ingeniería humana), los medios de comunicación. El capitalismo moderno, hoy día expandido por todo el orbe, tiene como un elemento básico imponerse en base a su penetración ideológico-cultural. Por ejemplo: Hollywood, emblema por antonomasia del rapaz capitalismo más desarrollado del mundo sito en Estados Unidos, es considerado por su clase dominante un arma tan poderosa como sus fuerzas armadas. Se conquista un territorio, o el mundo, no solo con los marines o los misiles, sino con la ideología. El campo popular, en ese sentido, está muy a la zaga. Una radio comunitaria, un periódico barrial o una página web alternativa no pueden competir ni remotamente con los gigantes capitalistas de la comunicación. Aunque sean puras mentiras descaradas, los mensajes dominantes inundan el mundo y crean opinión, moldean nuestras cabezas: “Todo depende de usted”, “El Estado es deficiente y corrupto; solo la empresa privada funciona bien”, “Las fortunas se hacen trabajando duro”, “En el socialismo real la gente está sojuzgada por una dictadura atroz. En los países capitalistas la población es libre”, “Si trabaja duro puede llegar a ser millonario”, “Las penurias de las poblaciones se deben a la corrupción de funcionarios venales”. Estamos en la era de la post-verdad. De lo que se trata es de mentir, mentir descaradamente, manipular. ¡Eso es la ideología!
III
Hoy, desde la emblemática caída del Muro de Berlín y el grito triunfal de “fin de la historia y de las ideologías” que en su momento pronunciara Francis Fukuyama como intelectual orgánico del sistema, la ideología de derecha barrió prácticamente todo. Nos convencieron que el comunismo es mala palabra, que no hay alternativas a las democracias de mercado, que lo que se vivió o vive aún en los socialismos es una sangrienta dictadura empobrecedora, y que violencia social y política no nos llevan a ningún lado. Por eso hay que dejar a Marx para dedicarse a Marc’s: Métodos Alternativos de Resolución de Conflictos. Tan monumental es esa prédica, que ha prendido largamente en las poblaciones. No se podría entender si no que los pueblos sigamos sumisos, aguantando hambre y represión, y que aún se vote por un Berlusconi en Italia, un Trump en Estados Unidos, un Duque en Colombia, un Bolsonaro en Brasil o un Piñera en Chile. ¿Cómo es posible que ganan presencia en los Congresos diputados neofascistas? ¿Por qué mueven más los telepredicadores que los discursos revolucionarios de la izquierda? ¿Somos tontos o la ideología nos vuelve tontos? ¿Por qué es más importante el último gol de Messi o el noviazgo de la actriz de moda que nuestra situación de precariedad? “Nuestra ignorancia fue planificada por una gran sabiduría”, dijo acertadamente Scalabrini Ortiz. ¡Eso es la ideología! No queda ninguna duda que la derecha lo sabe, y sabe implementar ese trabajo ideológico-cultura a la perfección. La llamada “ingeniería humana” no es sino eso. Nos han querido transformar de “trabajadores” en “colaboradores” … ¡y en muchos casos lo han logrado!
¿Cuántos mensajes críticos al sistema se reciben al día, y cuántos lo alaban? La asimetría es abismal. Toda la parafernalia mediático-cultural está hecha para mantener la estructura económica, para que nada cambie, no para analizarla críticamente. Los cambios que se permiten son bien pensadas válvulas de escape, gatopardismo: cambiar algo para que no cambie nada. Por ejemplo: la renta básica universal. La roca dura del sistema no se toca. ¿Cuántas críticas al socialismo llegan minuto a minuto? Son interminables. El bombardeo es constante, sistemático, metódico, muy bien hecho con las más refinadas técnicas mercadológico-publicitarias y de psicología social. Se dijo que el internet, la red de redes, democratizaría la información y la cultura. Vemos que no es así. De los 13 servidores raíz de internet 10 se encuentran en Estados Unidos controlados por empresas privadas, universidades o instituciones militares, mientras otro está en Tokio (Japón), otro en Estocolmo (Suecia) y otro en Ámsterdam (Países Bajos), todos centros capitalistas que defienden a muerte el sistema, siendo el idioma inglés el único utilizado en sus protocolos y lenguajes de programación (recordemos que se hablan 2,000 lenguas en el mundo). Cada mensaje que se transmite por un medio de comunicación o medio cultural (radio, televisión, prensa escrita, libro, internet, cine, afiche publicitario) o por un agente ideológico (familia, docente, iglesia) reafirma el capitalismo denostando esa “dictadura sangrienta y empobrecedora” del comunismo. No existe la más mínima democracia en la información y en la transmisión cultural, aunque el “mundo libre” se llene la boca hasta el hartazgo hablando de libertad y democracia, términos que, de tan manoseados, ya no significan nada. ¿Tiene el campo popular algún servidor, algún satélite geoestacionario que retransmita informaciones?
Vivimos bombardeados en forma creciente por una ideología que fomenta el lucro, el consumismo, el individualismo hedonista, el “sálvese quien pueda” en definitiva, entronizando el capitalismo como la máxima aspiración humana. Se presenta el sistema como hiper ganador luminoso al lado de un socialismo dictatorial, pobre, desabastecido y opaco. Se argumenta, supuestamente con aire doctoral y como demostración ineluctable, que los socialismos reales cayeron por ser inviables, y que si China ahora “triunfó” es porque apeló a mecanismos de mercado. Se da por supuesto que un shopping center repleto de mercaderías es el “éxito”, y que hacer estudiar Marx en la universidad es “adoctrinamiento”, pero no se reconoce que para que no más del 15% de la población del planeta puede comprar en esos centros comerciales, el 85% restante sufre en forma indecible. Y ver películas de Hollywood todos los días o recibir noticias de la CNN, ¿no es adoctrinamiento? No hay que olvidar que en este mundo capitalista globalizado mueren todos los días 20,000 personas… ¡de hambre! En los países capitalistas, no en los socialistas. Y que mientras un ciudadano estadounidense consume diariamente 200 litros de agua, uno en el África sub-sahariana consume un litro, ¡en países también capitalistas! ¿Dónde está el triunfo?
La ideología es eso: una pátina invisible que se filtra en todos los espacios sobredeterminando nuestra visión del mundo. De Cuba la gente “huye,” pero de todos los empobrecidos países latinoamericanos o africanos “migra”. Fidel Castro fue un dictador porque estuvo décadas en la dirección de su país, pero la reina del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte -¿de qué vive esa mujer?, ¿de su trabajo?- que lleva 69 años en el poder, es legítima. ¿Cuántos países invadió Cuba en ese período? ¿Cuántos invadió Gran Bretaña como miembro de la OTAN? ¿Alguien puede entender esas “explicaciones”? Tal como decía el teólogo Tertuliano en el siglo II: “creo porque es absurdo” (que una virgen se embarazara por el espíritu santo, por ejemplo; y que su hijo, 33 años después, al morir resucitara y saliera volando hacia el cielo). Del mismo modo puede decirse de la ideología: vemos el mundo con las anteojeras que la clase dominante nos prepara para verlo. Se fuerza a creer algo “aunque sea absurdo”: “los pobres son pobres porque no se esfuerzan”, “ser puto -mujeriego- puede ser encomiable, pero ser puta es sacrílego”. “blanco con Mercedes Benz: empresario exitoso, negro con Mercedes Benz: chofer o vehículo robado”. ¿No resulta ofensivamente maquiavélico que se pueda hablar con tranquilidad de post-verdad?
Las grandes mayorías estamos desorientadas, adormecidas. ¿Por qué no reaccionamos? Porque el trabajo de amansamiento está muy bien realizado. Ese amansamiento lo lograron montañas de cadáveres y ríos de sangre en estas últimas décadas, impulsadas siempre por la empresa privada. Lo que se llamó “pedagogía del terror”. Y aterrorizados que fuéramos por esa sangrienta represión, seguimos anestesiados y amansados por la ideología conservadora que nos envuelve. “Los comunistas se comen a los niños”; ¿por qué nos lo llegamos a creer? ¿Qué hacer ante este panorama, a veces un tanto desolador?
¡No rendirse! “Podrán cortar todas las flores, pero no detendrán la primavera”. En este momento, que no es precisamente de avance revolucionario, hay que reorganizarse. Una tarea básica ahora es retomar la iniciativa, recuperando la lucha ideológica. De ahí que sea tan importante, vital, decisivo, dar la batalla en ese campo. Hay que volver a darle credibilidad a la lucha revolucionaria, a los ideales socialistas. El desastre para la humanidad no lo provocan las “dictaduras comunistas” sino la dictadura del mercado, el modelo expoliador y criminalmente ecocida del capitalismo. Eso es lo que hay que volver a poner en el tapete ahora. Combatir con la mayor fuerza esa ideología de desmovilización y apatía política que se ha instalado, mostrando que solo la organización de las masas podrá cambiar el curso de la historia. En definitiva: recuperar desde una posición transformadora la hegemonía en el campo ideológico-cultural. Páginas electrónicas alternativas como la presente se enrolan en esa tarea. La lucha ideológica no es un mero ejercicio intelectual, discursivo, diletante: ¡es vital para trazar el camino hacia un mundo no capitalista!