La arrogancia, desprecio y clasismo ostentados por la élite intelectual

Lunes, 27/12/2021 09:47 AM

La siguiente es una obra en cuatro actos que pretende interiozar en las actitudes de la clase intelectual que hace activismo político, pero que en su proceder omite o desconoce el sentir, el actuar y las necesidades de las poblaciones.

Preámbulo. Sin distingo de tendencias ideológicas, lo mismo quienes se asumen progresistas como quienes reivindican su conservadurismo o incluso los puntos intermedios del espectro ideológico, los intelectuales se posicionan ante la realidad desde una postura elitista, de clase social, y condicionada por su biografía, geografía, cultura y confort. Nada más falaz –y menos entre aquellos que se asumen líderes de la opinión pública– que la imparcialidad, neutralidad valorativa o la pretendida objetividad. Los seres humanos somos presas de nuestras pre-nociones, prejuicios, dogmas, preferencias políticas y hasta de las cegueras que, ante ciertos temas, se ciernen sobre el conocimiento sistematizado de la realidad. Sea desde las ciencias sociales o desde las mismas ciencias físico/matemáticas, en mayor o menor medida, los especialistas son conducidos por ciertas ataduras que los arraigan a sus preferencias ideológicas, a esos prejuicios, o incluso a intereses creados. Con más razón si ese especialista accesa a los micrófonos y ejerce la labor del periodismo o de la modelación de la opinión pública; situación que en automático le coloca en la senda de la construcción del poder a través de la palabra y sus significaciones.

El contexto y los hechos. Es el caso reciente del sobresaliente historiador e intelectual mexicano Lorenzo Meyer Cossio. El pasado lunes 2 de agosto de 2021 en la mesa de análisis de un reputado y escuchado programa de radio y televisión denominado Aristegui Noticias y conducido por la periodista Carmen Aristegui, Meyer aseveró que "...no fueron a consulta porque no tienen conciencia que han sido explotados casi como animales por siglos" (https://bit.ly/3ApvIMz; https://bit.ly/3xuHzqR). En esa mención remitía a la llamada consulta popular realizada el domingo primero de agosto –y que convocó a la población mexicana– para someter a consideración la posibilidad de enjuiciar a ex funcionarios de administraciones públicas pasadas, y en especial, a los cinco últimos ex presidentes. En ese ejercicio convocado asistió en torno al 7% del padrón electoral compuesto por un total de 93.6 millones de mexicanos. Dando su visto bueno a la pregunta un aproximado de 95% de quienes participaron.

Es de destacar que el Dr. Lorenzo Meyer es un intelectual proclive al actual gobierno federal encabezado por Andrés Manuel López Obrador y que, incluso, dos de los hijos del académico forman parte de la alta burocracia de ese gobierno. Desde esa trinchera, Meyer viene tejiendo desde lustros atrás una corriente de opinión pública que claramente pretende diferenciarse de aquella que se nuclea en torno a las élites intelectuales de la revista Letras Libres –encabezada por Enrique Krauze Kleinbort– y de la revista Nexos (cuyos rostros más visibles lo son Héctor Aguilar Camín y José Woldenberg), ligada al complejo mediático de Televisa y a las élites político/tecnocráticas que gobernaron hasta el año 2018.

El meollo del problema. No todo se reduce a la tendenciosidad ideológica entre los miembros de la élite intelectual cuando de ejercer la comentocracia se trata. Dicha tendenciosidad es consustancial a las maneras en que creemos, pensamos y nos conducimos como seres humanos en cualquier praxis que desplegamos. Pensamos y ejercemos acción social a partir de ideas preconcebidas y de juicios valorativos. Pero ello se exacerba en una sociedad con débil o ausente cultura política que no aprende a aceptar el pensar y el decir de "el otro", y que cada vez más se hunde en el túnel sin salida de una aparente o falsa polarización que descose cuanta pulsión, instinto y resentimiento de quien emite posicionamiento alguno. La maquinación de esta aparente polarización se emprende desde las élites políticas y empresariales y forma parte de lo que podemos denominar como sociedad de los extremos (https://bit.ly/3oWfhlT). Pero este discurso pulsivo, preñado de emociones y odios, se anida entre las clases medias mexicanas de la siguiente forma: desde una élite intelectual situada en cada uno de ambos extremos se irradia un discurso superficial, descalificativo y carente de referencias mínimamente sustentadas; y este discurso hace eco entre amplios espectros de una clase media que desea escuchar aquello que se ajusta a sus posicionamientos y que no cuenta con mayores referentes que los emanados desde esa comentocracia que vierte opiniones interesadas de uno u otro lado.

Fuera de la ecuación quedan amplias porciones de la población mexicana que se ubican en las escalas bajas de la estratificación social y de los sectores "ilustrados" que, por cierto, también son blanco de la crítica furibunda de esa élite intelectual, y a la cual el Dr. Meyer se refirió de manera desafortunada.

Aquí el problema que se plantea no es si esas clases sociales empobrecidas y pauperizadas tienen o no conciencia de su situación cotidiana. Claro que la tienen y hasta más que una intelectualidad dorada que observa la realidad desde una posición clasista y de privilegios. Estas clases bajas y medias bajas padecen en su día a día las lacerantes condiciones de un capitalismo mexicano concentrador de la riqueza, rentista, extractivista, expoliador, criminalizado y parasitario: la macrocefalia urbana con sus problemáticas de hacinamiento y movilidad urbana; la exclusión e impunidad; la exclusión, ineficiencia y negligencia en servicios como los sanitarios y educativos; el desempleo masivo y la informalidad laboral; la inseguridad pública, la rapacidad policiaca, y la criminalización de los pobres (https://bit.ly/3ntNkkW; https://bit.ly/3yoY8Gl); la falta de expectativas entre los jóvenes, etcétera. Si el experimentar eso en carne propia o a flor de piel no forma conciencia y sensibiliza, entonces para estos intelectuales clasistas los humanos somos seres inertes y eternamente anestesiados.

Por cierto, cabría decir que si existiese una polarización real sería en torno a ese patrón de acumulación depredador del medio natural y de la clase trabajadora. Pero no, esa comentocracia sitúa la discusión de los verdaderos y grandes problemas nacionales en el plano más superficial que pueda existir: la esfera del esclerotizado y teatralizado sistema de partidos que contribuye al desencanto, desilusión y malestar de los ciudadanos tras no dar respuestas a sus problemas reales.

El meollo del problema no es de falta de conciencia del pueblo, como se intuye desde las "clases ilustradas". El malestar en la política y con la política (https://bit.ly/2ZKkZgg) es lo que subyace en la indiferencia de amplios sectores de la población tras largo tiempo de uso y abuso desde el poder político. Esas poblaciones depauperadas son concebidas –desde cualquier signo partidista y líder, sea gubernamental o de oposición– como clientelas manipulables y como semillero de votos, más no como ciudadanos con derechos inalienables. Y eso lo saben estos ciudadanos y por eso reaccionan sin interés alguno por lo público.

Quizás el Dr. Meyer, u otros intelectuales y académicos, así como las mismas élites políticas tendrían que ser más creativos en la búsqueda de respuestas contundentes respecto a los históricos bajos porcentajes del padrón electoral que, por ejemplo concurre en las elecciones locales y en los comicios federales intermedios –que no pocas veces alcanzan ni siquiera el 50% de los ciudadanos con derecho a voto. Las razones están en otro frente y no en la falta de conciencia o en la supuesta apatía de estas clases sociales cuya vida cotidiana marcha desanclada de las élites políticas e intelectuales.

El malestar en la política y con la política se remonta a las promesas incumplidas por parte de las élites políticas y a la incapacidad, sistémica ya, del Estado para resolver los problemas más inmediatos de los ciudadanos. No sólo se experimenta una crisis de legitimidad, sino también el agotamiento de la confianza y consentimiento hacia las estructuras de poder, riqueza y dominación. Más aún, las élites políticas naufragan en la ausencia de referentes y en la carencia de respuesta ante el carácter lacerante de los problemas públicos (https://bit.ly/3xBINRZ). Despreciar, desde la clase intelectual, a estas masas porque ejercen ese malestar por acción o por omisión no sólo es por causas relacionadas con la miopía intelectual y la pereza para pensar –por cierto muy extendidas–, sino con un exaltado sectarismo que evidencia arrogancia, superioridad y jactanciosidad dados por esa "ilustración" altiva y clasista que les conduce a creerse su egocentrismo y vanidad desmedidos.

En suma, la arrogancia y el desprecio por las masas están presentes entre amplios espectros de la clase intelectual y académica dotados de distinto signo ideológico. Y ambas –tanto su arrogancia como su desprecio– le dan forma al clasismo y a la pérdida de referentes en la cual naufragan y convierten en resignación.

La posible salida. Escapar de esa vanidad de las élites intelectuales y demás comentocracias amerita desapegarse de sus posturas clasistas, carentes de todo referente empírico, y hasta cercanas al racismo (https://bit.ly/3yNzTkO). Amerita comprender, con apertura, sencillez y modestia, el ser, sentir, soñar, fabular y actuar de la gente de a píe. Una cosa es la débil cultura política generalizada en una sociedad subdesarrollada como la mexicana, y otra es descalificar a sus poblaciones porque no hicieron valer su derecho al voto o su participación en una consulta ciudadana. Son cosas diferentes, pero para salir de la frágil cultura ciudadana no se precisan de descalificaciones clasistas y de "mirar por encima del hombro" al supuesto "pueblo bueno". Se necesita, como intelectual, ir más allá de esas cárceles que impone la falaz polarización partidista y escudriñar en las raíces de los grandes problemas nacionales. Bajar del pedestal a esa intelectualidad dorada y ansiosa de la proyección mediática sería sólo el primer paso.

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