—"A diferencia de lo acaecido en la antigua Unión Soviética, donde la miseria planificada de la terapia de shock pudo disimularse entre las consecuencias de la "dolorosa transición" del comunismo a la democracia de mercado, la crisis de Asia fue obra, lisa y llanamente, de los mercados globales. Pero cuando los sumos sacerdotes de la globalización enviaron sus misiones a la zona del desastre, lo único que pretendieron fue hacer más profundo el sufrimiento".
Cada vez más difícil imponer transformaciones en forma de terapia de shock por medios pacíficos, es decir, a través de las intimidaciones y las presiones habituales del FMI en las cumbres comerciales. La nueva actitud desafiante procedente del Sur tuvo su estreno oficial cuando fracasaron las conversaciones de la Organización Mundial del Comercio es Seattle en1999. Aunque los jóvenes manifestantes allí congregados fueron quienes recibieron la mayor parte de la cobertura mediática, la rebelión real tuvo lugar en el interior del centro de convenciones, donde los países en vías de desarrollo formaron un bloque en las votaciones y rechazaron toda exigencia de mayores concesiones comerciales mientras Europa y Estados Unidos continuaran subsidiando y protegiendo su agricultura y su industria internas.
En aquel momento, aún hubiera sido posible minimizar la importancia del fracaso de Seattle calificándolo de una pausa menor en el decidido avance del corporativismo. Pero en cuestión de unos pocos años, la profundidad del giro se ha hecho innegable; el ambicioso sueño del gobierno de estadounidense de crear una zona unificada de libre comercio que abarque todo el Asia-Pacífico ha sido ha sido ya abandonado, como también lo ha sido el proyecto de firma de un tratado sobre inversores globales y los planes paras establecer un área de libre comercio para toda América, desde Alaska hasta Chile.
Quizás el mayor impacto del llamado movimiento antiglobalización haya sido su contribución a situar la ideología de la Escuela de Chicago en el centro mismo del debate internacional. Durante un breve instante, en el momento del cambio de milenio, no hubo ninguna crisis urgente hacia la que desviar la atención: los shocks de la deuda habían remitido, las "transiciones" estaban finalizadas y todavía no había llegado una nueva guerra global. Lo único que quedaba era el historial de los efectos en el mundo real de la cruzada del libre mercado: el deprimente rastro de desigualdad, corrupción y degradación medioambiental que habían ido dejando los gobiernos cuando, uno tras otro, habían aceptado el consejo que Friedman diera a Pinochet años atrás y habían optado por considerar que era un error tratar de "hacer el bien con el dinero de otras personas".
Echando la vista atrás, resulta francamente sorprendente que el período de monopolio del capitalismo (cuando dejó de tener otras ideologías o contrapoderes con las que competir) fuese tan sumamente breve (sólo ocho años, desde la desaparición de la Unión Soviética como tal en 1991 hasta el fracaso de las conversaciones de la OMC en 1999). Pero el auge de una fuerte oposición no iba a amilanar a sus partidarios en su propósito de imponer el extraordinariamente lucrativo programa del capitalismo ilimitado; éstos estaban perfectamente dispuestos a surcar las salvajes olas del miedo y la desorientación que iban a ser desatadas por unos nuevos shocks, más colosales que todos los anteriores.
Naomi Klein.
¡La Lucha sigue!