“Hay errores que matan”, debió pensar Alberto Casero, ex alcalde de Trujillo, responsable de organización del PP, diputado en Cortes y, cómo no, procesado por prevaricación. Debió pensarlo cuando se dio cuenta de que, por culpa de su error en la votación de la reforma laboral, la conspiración urdida entre los jefes de su partido y los diputados de UPN (Sergio Sayas y Carlos García Adanero) para hundir la convalidación del decreto de la reforma laboral se iba al garete por un voto, el suyo (175 a favor frente a 174 en contra). Ese gol de Casero en propia meta propició el terremoto. Por un lado, el decreto se convalidó, lo que impidió que se tramitarse como proyecto de ley. Además, sirvió para salvar “sin tocar una coma” el pacto acordado en la llamada mesa del diálogo social y evitó que la reforma de Rajoy se reimplantara, al menos durante un tiempo más. También ayudó a Garamendi, a seguir en la cabeza de la CEOE, y posibilitó no retratar la ansiada derrota de las bancadas gubernamentales, especialmente de Yolanda Díaz, a una semana de las elecciones en Castilla y León.
Félix Bolaños debió rumiar un “tierra, trágame” cuando Meritxell Batet, presidenta del Congreso, comunicó, también por error, que el decreto de la reforma decaía por un voto. Bolaños se había embarcado en una operación estúpida, consistente en creer que las derechas que braman, patalean, mienten, insultan, rezan y, sobre todo, conspiran contra el actual Gobierno de coalición progresista iban, de golpe, a desaprovechar la ocasión de clavarle un rejón, a ser posible de muerte, a cuenta de la reforma laboral. El rejón, acabó en bajonazo, pero no por acierto propio, sino por un fallo del PP. Como ya se vivió en Murcia, intentar crear una mayoría alternativa a la de la investidura con las derechas y sus detritus resulta, simplemente, una invitación al degüello.
Error también del presidente Sánchez, al que ha sumado de hoz y coz Yolanda Díaz. Una y otra vez se empeña el presidente en no someter las instituciones a la voluntad de la población, expresada en el voto. Se empecina, justo en lo contrario: en que sea el pueblo el que someta su voluntad y sus condiciones de vida al altar del consenso alrededor del marco institucional del 78; una forma de empequeñecer los derechos y desapegar a la gente de su imprescindible participación en la política. El decreto ratificado en el Congreso nació tras aceptar la preponderancia de la voluntad del gran empresariado por encima de cualquier otra consideración y reconocerles un derecho de veto que nunca se le tolera a la soberanía de los votos.
Error de Yolanda Díaz por acabar presa de un decreto que divide y debilita los lazos entre las izquierdas y el soberanismo y, especialmente, el lugar de Unidas Podemos como argamasa de todo ello. En consecuencia, no fue extraño que los besos y abrazos se los llevara Díaz de la bancada socialista y no de las ministras de Unidas Podemos, ausentes del hemiciclo. Queda tocado su papel de puente aglutinante para las elecciones generales del año 2023.
Error de CCOO y UGT por no intentar aumentar la unidad sindical y reforzarla incorporando a CIG, ELA y LAB o CGT, y ganar así una imprescindible fuerza para los trabajadores. Con ello, han tenido que hacer un sobreesfuerzo en la negociación que, además, no les ha servido para llegar al objetivo central de los dos últimos lustros: derogar la reforma de Rajoy.
Pero el principal de todos los errores es no anclarse más a la mayoría plural de izquierdas y soberanista que existe en las Cortes. Una mayoría que se crece alrededor de la única tarea que la refuerza a la vez que debilita a la derecha: desmontar el entramado neoliberal extremo, institucional, reaccionario, corrupto y desigual que el PP ha dejado en herencia.