—Sólo tenía un objetivo: llegar vivo al día siguiente… Pero no se trataba sólo de sobrevivir, sino de sobrevivir siendo yo.
Mario Villani, superviviente tras cuatro años en los campos de tortura de Argentina.
—Balcerowicz, el ministro de Economía de entonces, admitió posteriormente que la utilización de aquel contexto de emergencia había sido una estrategia deliberada, un modo —como todas las tácticas de shock— de dispersar la oposición. Explicó que si pudo hacer que se aprobaran políticas que estaban en las antípodas del proyecto propugnado por Solidaridad, tanto en el contenido como en la forma, fue porque Polonia se hallaba en un período que él calificó de "política extraordinaria". Y definió esa situación como un momento de oportunidad efímero durante el que las reglas de la "política normal" (consultas, conversaciones, debates) dejan de tener validez (o, dicho de otro modo, como un coto antidemocrático dentro de una democracia).
A principios de los años noventa, la teoría de Balcerowicz sobre los períodos de "política extraordinaria" llamó considerablemente la atención de los economistas de Washington. Y no era para menos; apenas dos meses después de que Polonia anunciara su aceptación de la terapia de shock, sucedió algo que cambiaría el curso de la historia y dotaría al experimento polaco de significación mundial. En noviembre de 1989, el Muro de Berlín era derribado entre el júbilo popular, la ciudad se convirtía en un festival de posibilidades y la bandera de la MTV era plantada entre los escombros, como si Berlín Este fuese la superficie de la Luna. De pronto, parecía que el mundo entero estaba viviendo el mismo tipo de existencia acelerada que los polacos: la Unión Soviética se hallaba al borde de la desmembración, el "apartheid" sudafricano daba sus últimos estertores y en América Latina, Europa del Este y Asia no dejaban de caer regímenes autoritarios. Además, conflictos bélicos de tan larga duración como los de Namibia y el Líbano estaban tocando a su fin. Por todas partes se derrumbaban los viejos regímenes, pero los nuevos que tenían que ocupar su lugar todavía no habían acabado de tomar forma.
—Argumento constituía un magnífico ejemplo de la elusión de lo democrático en la que tanto esmero había puesto la Escuela de Chicago. Muy en el estilo de la privatización y el "libre comercio" que el FMI había introducido a hurtadillas en Nuestramerica y en África bajo la tapadera de los programas de "estabilización" de emergencia. Fukuyama trataba de inyectar subrepticiamente el mismo tipo de (altamente controvertido) programa en la oleada prodemocrática que se alzaba desde Varsovia hasta Manila. Lo cierto, como bien observaba Fukuyama, era que existía un consenso emergente e irreprimible en torno a la idea de que todas los pueblos tienen derecho a gobernarse a sí misma democráticamente, pero sólo en las fantasías más alocadas del Departamento de Estado podía entenderse que ese deseo de democracia viniese acompañado de un clamor del pueblo por un sistemas económico paralelo que eliminase las protecciones laborales y provocase despidos masivos.
Si en algo había verdadero consenso, era en para los pueblos que dejaban atrás las dictaduras (tanto de derecha como izquierda), la democracia significaba tener por fin voz en todas las decisiones importantes y no ver impuesta unilateralmente y por la fuerza la ideología de unos terceros. Dicho de otro modo, el principio universal que Fukuyama denominó "la soberanía del pueblo" incluía la soberanía de ese pueblo para elegir como distribuir la riqueza de su país y eso abarcaba tanto el destino de las empresas de propiedad estatal como la financiación de las escuelas y los hospitales. En todo el mundo, los pueblos estaban más que listos para ejercer sus poderes democráticos, que tanto esfuerzo les había costado conseguir, y para convertirse, al fin, en los autores de sus propios destinos nacionales.
En 1989, la historia estaba dando un giro excitante y estaba entrando en un período auténticamente abierto y repleto de posibilidades. De ahí que no fuese coincidencia que Fukuyama, desde su posición privilegiada en el Departamento de Estado, eligiera precisamente aquel momento para intentar cerrar de golpe el libro de la historia. Tampoco fue casualidad que el Banco Mundial y el FMI escogieran aquel mismo año tan volátil paras desvelar el llamado Consenso de Washington en un claro intento de poner freno a toda discusión y debate sobre cualesquiera ideas económicas que no estuvieran guardadas dentro de la caja de caudales del libre mercado. Aquellas eran estrategias de contención de la democracia, destinada a debilitar toda autodeterminación improvisada por tratarse ésta (entonces, como siempre) de la mayor amenaza para la cruzada de la Escuela de Chicago.
El shock de la Plaza de Tiananmen:
Uno de los primeros lugares en los que la atrevida proclamas de Fukuyama quedo desacreditada de inmediato fue China. Fukuyama había pronunciado su conferencia en febrero de 1989; dos meses después estallaba en Pekín un movimiento prodemocrático que organizó sentada y manifestaciones masivas en la Plaza de Tiananmen. Fukuyama aseguraba que las reformas democráticas y las "del libre mercado" eran procesos gemelos, imposibles de desdoblar. Sin embargo, en China, el gobierno estaba haciendo precisamente eso, desligar ambos procesos: estaba realizando grandes esfuerzos para desregular los salarios y los precios y ampliar el ámbito de acción del mercado, pero, al mismo tiempo, estaba firmemente decidido a oponerse a toda reivindicación de elecciones democráticas o de reconocimiento de los derechos humanos. Los manifestantes, por su parte, exigían democracia, pero muchos de ellos estaban en contra de las medidas gubernamentales de promoción del capitalismo sin restricciones, un detalle del que la prensa occidental olvidó informar en la mayoría de sus noticias y reportajes sobre el mencionado movimiento popular. China, la democracia y la teoría económica de la Escuela de Chicago no estabanyendo de la mano, ni mucho menos, sino que ocupaban posiciones enfrentadas a uno y otro lado de las barricadas levantadas en torno a la Plaza de Tiananmen.
* Aquella conferencia sirvió de base para el libro El fin de la historia y el último hombre, que Fukuyama publicaría tres años después.
¡La Lucha sigue!