Sea Crimea o sea Taiwán el detonante, la administración Biden tiene fijada una amplia estrategia de dominación -siguiendo los pasos de sus antecesores en la Casa Blanca- que enfrentaría en una guerra a su país y a sus aliados del Tratado del Atlántico Norte a Rusia y China. Pero Washington no se limita a estos escenarios. También prepara nuevos teatros de enfrentamiento que incluyen Europa y el Medio Oriente. El anuncio constante de una "invasión inminente" de Ucrania por parte de Rusia le ha servido al gobierno estadounidense para agitar las tensiones con Rusia, cuyo gobierno niega tal intención y hace un llamado a un diálogo entre las partes, sin obtener ninguna respuesta positiva. En cuanto a Taiwan, los gringos -contando con el respaldo de Japón- reafirman su compromiso en la defensa de la isla, cuya independencia nunca fue reconocida por China desde que ésta fuera proclamada por sus antagonistas nacionalistas luego de culminada la Segunda Guerra Mundial; lo que motivó una fuerte advertencia del gobierno chino.
De todos es conocido que Estados Unidos se ha negado reiteradamente a respetar el Derecho Internacional –sobre todo la Carta de la ONU–, imponiéndole al resto del mundo su visión particular de lo que serían la soberanía, la democracia y los derechos humanos, aún cuando en cada nación se cumplan las mismas formalidades que en su territorio. Esto se ha extendido a la aplicación de sanciones y bloqueos unilaterales con la cual se pretende doblegar a los gobiernos que etiquetan como forajidos y rebeldes, obteniendo, en consecuencia, la consolidación de la hegemonía ejercida por más de medio siglo; especialmente en lo que siempre consideraron los gringos su patio trasero: América latina y el mar Caribe. Esto contrasta con el deseo optimista de muchos que anticiparon un mundo multipolar en el siglo XXI, donde ya no habría ningún resabio imperialista ante el surgimiento de nuevas potencias económicas que le harían contrapeso al capitalismo combinado de Estados Unidos, Europa y Japón.
A nivel comercial, militar, ideológico, tecnológico y estratégico, China es vista por la Washington como un rival que desmorona su rol hegemónico en muchas regiones donde ésta jamás había estado presente, como África y nuestra América. De ahí que la determinación china de unificar Taiwán con el territorio continental sea el pretexto para que Estados Unidos aumente su presencia militar en el océano Pacífico y, junto con ella, la guerra verbal en contra de las autoridades de dicha nación asiática. Sin embargo, tal pareciera que este asunto es manejado con mayor cautela que en lo que respecta a Rusia, lo que no significa que el régimen yanqui vaya a bajar la guardia.
Para el imperialismo gringo (tras la guerra y disolución de Yugoslavia), el desorden mundial es una manera eficaz de evitar que su poder e influencia sean disminuidos a nivel mundial, lo que es impulsado mediante la difusión sistemática de noticias falsas y el acoso político y diplomático a los Estados víctimas de su encono. Ello se refuerza mediante su industria cinematográfica que condiciona la visión que tendrían las personas, dentro y fuera de sus fronteras, del mundo; un mundo, por supuesto, calcado a imagen y semejanza de Estados Unidos, dado su carácter providencialista o destino manifiesto que guía o justifica su ímpetu guerrerista. No es, por tanto, simple casualidad lo que ocurra en la península de Crimea o en la isla de Taiwán. Es un plan orquestado desde hace largo rato donde (no debe extrañar a nadie) los malos serán Rusia y China mientras que Estados Unidos y sus aliados serán, como buen argumento de Hollywood, los buenos que salvan al planeta.