Yeltsin progresista "genuinamente comprometido con la libertad la democracia"

Miércoles, 02/03/2022 09:28 AM

En realidad, aquéllos eran los mismos políticos (y con los mismos defectos, que, tratándose de 1041 diputados, debían de ser muchos) que habían respaldados a Yeltsin y a Gorbachov frente al golpe de los auténticos partidarios de la línea dura en 1991, los mismos que habían votado a favor de la disolución de la Unión Soviética y los mismos que, hasta fecha muy reciente, habían dado su apoyo pleno a Yeltsin. Pero el Washington Post optó por calificar a los parlamentarios de Rusia de "antigubernamentales", como si se tratar de unos intrusos que no formasen parte también del sistema de gobierno de la nación en sentido amplio.

En la primavera de 1993, la colisión se hizo inminente: el parlamento sacó adelante una proposición de ley de los presupuestos del Estado que no seguía las exigencias de estricta austeridad dictadas por el FMI. Yeltsin respondió tratando de eliminar el parlamento. Organizó apresuradamente un referéndum (que la prensa nacional rusa respaldó al más puro estilo orwelliano) en el que preguntó a los votantes si estaban de acuerdo en disolver el parlamento y convocar elecciones inmediata. Sin embargo, la participación de los votantes no alcanzó el mínimo requerido para validar el mandato que Yeltsin necesitaba. Aun así, se proclamó victorioso aduciendo que aquel ejercicio había demostrado que el país estaba con él; el presidente había introducido en la consulta una pregunta adicional (y en absoluto vinculante) pidiendo a los votantes que se pronunciara sobre sus reformas y una mayoría exigua de estos se habían declarado favorables a ellas.

Y lo que sucedió fue que, al día siguiente de la filtración del FMI. Yeltsin confiado en que contaba con el apoyo de Occidente, adoptó su primer paso irreversible hacia lo que hoy se conoce abiertamente como la "opción Pinochet"; emitió el decreto 1.400, que abolía la constitución y disolvía el parlamento. Dos días después, el parlamento votaba por 636 a 2 en una sesión extraordinaria destituir a Yeltsin por su vergonzosa acción (equiparable a que, en Estados Unidos, el Congreso hubiese sido disuelto unilateralmente por presidente). El vicepresidente Aleksandr Rutskoi anunció que Rusia ya había "pagado un precio muy caro por culpa del aventurismo político" de Yeltsin y los reformadores.

A partir de aquel momento, era inevitable que se produjese alguna especie de conflicto armado entre Yeltsin y el parlamento. A pesar de que el Tribunal Constitucional de Rusia volvió a fallar en contra de Yeltsin y consideró de nuevo inconstitucional su conducta. Clinton siguió dándole su respaldo y el Congreso estadounidense votó a favor de la concesión al presidente ruso de 2.500 millones de dólares en concepto de ayuda. Envalentonado. Yeltsin envió tropas para rodearan el parlamento e hizo que el gobierno municipal cortara la electricidad, la calefacción y las líneas telefónicas de la Casa Blanca (la sede parlamentaria). Boris Kagarlitski, director del moscovita Instituto de Estudios de la Globalización, explicó que los partidarios de la democracia rusa "acudieron por millares para tratar de romper el bloqueo. Durante dos semanas, se celebraron manifestaciones pacíficas frente a los soldados y a las fuerzas policiales, lo que permitió un desbloqueo parcial del edificio; algunas personas pudieron llevar comida y aguas al interior. La resistencia pacífica ganaba popularidad y un mayor apoyo a cada día que pasaba".

Tras comprobar la hecatombe de Solidaridad en las urnas, Yeltsin y sus asesores occidentales tuvieron muy claro que unas elecciones anticipadas serían excesivamente arriesgadas. En Rusia, eran demasiadas las riquezas que todavía pendían de un hilo; inmensos yacimientos petrolíferos, un 30% aproximado de las reservas mundiales de gas y un 20% del níquel del planeta, por no hablar de las fábricas de armamento y del aparato mediático del Estado con el Partido Comunista había controlado a una población tan numerosa.

Yeltsin abandonó las negociaciones y se preparó para la guerra. Como acababa de duplicar los salarios de los militares, tenía a la mayoría del ejército de su lado, así que ordenó "rodear el parlamento con miles de agentes del Ministerio del Interior, alambre de espino y tanquetas antidisturbios, e impedir el paso a todo el mundo", según el Washington Post. Para entonces, el vicepresidente Rutskoi, principal rival de Yeltsin en el parlamento, habías armado a sus guardias y había acogido a los nacionalistas protofascistas en su bando. Rutskoi instó a sus partidarios a "no dar un momento de tregua" a la "dictadura" de Yeltsin. Kagarlitski, que participó en las protestas y escribió un libro sobre aquel episodio, explicó que, el 3 de octubre, la multitud de los partidarios del parlamento "marchó sobre el centro emisor de televisión de Ostankino para exigir que se anunciara la noticia. Algunas de las personas que participaron en aquella marcha iban armadas, pero la mayoría no. Había también niños entre el gentío. Pero las tropas de Yeltsin les cortaron el paso y las ametrallaron". Unos cien manifestantes y un soldado murieron en aquel incidente. El siguiente paso emprendido por Yeltsin fue disolver todos los consistorios municipales y los consejos regionales del país. La joven democracia rusa iba a ser destruida pieza a pieza.

Una señal clara de Washington o de la UE podría haber obligado a Yeltsin a iniciar negociaciones serías con los parlamentarios, pero lo único que revió de las potencias occidentales fueron ánimos. Finalmente, la mañana del 4 de octubre de 1993, Yeltsin cumplió con el destino para el que desde tanto tiempo atrás se le creía destinado y se convirtió en el Pinochet de Rusia al desencadenar una serie de sucesos violentos con inconfundible reminiscencias del golpe militar acaecido en Chile exactamente veinte años antes. En lo que sería el tercer shock traumático que infligió al pueblo ruso, Yeltsin ordenó al ejército que ocupara y desalojara la Casa Blanca rusa, y que le prendiera fuego, y las fuerzas armadas cumplieron la orden, aunque fuera a regañadientes. De ese modo, el presidente dejaba carbonizado el edificio sobre cuya defensa se había labrado su reputación apenas dos años antes. Puede que el comunismo desapareciera de la noche a la mañana sin que se disparara un solo tiro, pero el capitalismo de los de Chicago sí que necesitó una gran dosis de artillería para defenderse; Yeltsin movilizó a 5.000 soldados, decenas de tanques y vehículos de transporte blindado, helicópteros y tropas de asalto de élite armadas con ametralladoras automáticas, y todo para defender a la nueva economía capitalista de Rusia de la grave amenaza de la democracia.

Al acabar la jornada, aquella ofensiva total del ejército se había cobrado las vidas de unas quinientas personas y había herido a casi mil la mayor dosis de violencia que Moscú había vivido desde el 1917. Peter Reddaway y Dmitri Glinski, autores del relato definitivo de la era Yeltsin (The Tragedy of Russia’s Reforms: Market Bolshevism against Democracy, señalan que "durante la operación de limpieza que se produjo en el interior y en las inmediaciones de la Casa Blanca, se arrestó a 1700 personas y se confiscaron 17 armas. Algunos de los detenidos fueron internados en un estadio deportivo, una práctica ciertamente evocadora de los procedimientos empleados por Pinochet tras el golpe de 1973 en Chile". Muchas fueron conducidas a diversas comisarías de policía, donde fueron objeto de palizas. Kagarlitski recuerda que, mientras le golpeaban en la cabeza, un agente gritó: "¿Queríais democracia, hijos de perra? ¡Os vamos a enseñar democracia!".

Pero Rusia no era una reedición de lo de Chile, sino, más bien, una sucesión de los mismos acontecimientos que habían tenido lugar en el país sudamericano pero en orden inverso; Pinochet organizó un golpe, disolvió las instituciones democráticas y, a continuación, impuso la terapia de shock; Yeltsin impuso la terapia de shock en una democracia y, luego, sólo pudo defenderla disolviendo la democracia y organizando un golpe. En cualquier caso, ambos escenarios contaron con el apoyo entusiasta de Occidente.

"Yeltsin recibe un respaldo generalizado por el asalto", se podía leer en un titular del Washington Post el día siguiente del golpe, "considerado una victoria de la democracia". El Boston Globe optó por encabezar la noticia con un "Rusia escapa a un retorno a las mazmorras de su pasado". El secretario de Estado de Estados Unidos, Warren Christopfer, viajó a Moscú para mostrarse al lado de Yeltsin y Gaidar y declaró: "Estados Unidos no da tan fácilmente su apoyo a la suspensión de un parlamento. Pero éstos son momentos extraordinarios".

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