Ucrania y la guerra de nadie

Martes, 08/03/2022 08:01 AM

Cuando Estados Unidos anunciaba una inminente invasión de Rusia sobre Ucrania, cualquiera pudo haber pensado que se trataba de una de las tantas artimañas norteamericanas para mejorar su economía o popularidad, estrategias tan propias de la única economía cuyo éxito se puede definir en la práctica como "capitalismo de guerra". Esta práctica fue el gran aprendizaje que pudo tener esta nación después de la segunda guerra mundial, una vez que ni con las políticas del New Deal o los intentos de Roosevelt, hasta entonces, obtuviera los resultados esperados.

Sin embargo ¡sorpresa! Para los escépticos de la buena voluntad y aspiraciones policiacas norteamericanas, ejercidas en nombre de la democracia, la libertad y la justicia, en efecto, el 24 de febrero del año en curso, Rusia inició lo que los medios se encargaron de dar a conocer como la "invasión a Ucrania". Por supuesto, es un conflicto que se viene gestando desde hace unos cuantos años, y dicha invasión es sólo el estallido y un nuevo punto de inflexión dentro del desarrollo de dichas tensiones.

Ahora, la parte difícil de todo esto se plantea cuando se es latinoamericano: ¿De qué lado estar? La dificultad de dar respuesta a esta interrogante está dada por el encandilamiento de los actores del conflicto: dado que los beligerantes reales son potencias mundiales, los reflectores se posan sobre ellos dando la ilusión de que estamos en un mundo que es de dos partes (ilusión que probablemente es un remanente de la guerra fría). Lo cierto, es que existe una tercera parte, y no hablo de Ucrania, sino que es precisamente aquella que siempre ha vivido sometida o intervenida por los intereses de dichas naciones. Es decir: los perennes jodidos. Siendo así ¿Estaremos obligados a asumir una postura pro-putín o pro-otan?

Creo que gran parte de las naciones (sus pueblos) que han estado padeciendo durante siglos el imperialismo y el injerencismo de estas potencias, está de acuerdo en que lo único innegable y legítimo es sentir algo de compasión por el pueblo ucraniano; quizá no tanto por los regimientos fascistas que fueron patrocinados por algunos empresarios ucranianos y que crecieron bajo el amparo y complacencia del gobierno, pero sí por todos aquellos que probablemente vivían el día a día sin más preocupación que la de llevar su vida como lo mandan las buenas directrices morales del capitalismo: trabajar, consumir, estudiar, consumir, e ir muriendo mientras se consume más, y nos reproducimos –que exige mucho más consumo- para reemplazar con nuestros hijos a los engranajes desgastados de la gran maquinaria.

Compasión que no debería ser muy distinta a la que sintieron, sin duda alguna -pues no me atrevo a afirmar algún "sesgo de empatía"- por los habitantes de Yemen o el pueblo palestino, y por tanto se puede decir que dicha compasión es casi un "sentimiento de clase".

Sin embargo, no falta quien sucumbe ante los discursos chovinistas, las insufladas proclamas de libertad y democracia, ante las viejas riñas del maniqueísmo mediocre de capitalismo vs comunismo, ante el odio justificado hacia el imperialismo, y piensa que defender las actitudes del neofacismo de la Rusia de Putín es muy coherente con un sentimiento de solidaridad de clase; o que, movido por el odio, piense que lo válido para posicionarse durante estos conflictos es alinearse con cualquiera que se sitúe contra el odiado enemigo, sin importar nada más.

Sin duda, es una lealtad incuestionablemente admirable, es un posicionamiento firme e inquebrantable frente a la voracidad norteamericana de la que la OTAN no es más que su cola, y que se agita cuando el animal está excitado, pero, aún así, creo que no deja ver una actitud muy crítica, estratégica, o medianamente inteligente.

No diré mucho sobre los que se posicionan del lado de la OTAN, ya sabemos que ellos defienden la democracia, la libertad, la bondad, la justicia en el mundo, la democracia, a los niños, a los animales, a los fetos, a las mujeres, a la libertad, a la inteligencia, a dios, a la libertad, al medio ambiente, a los buenos valores y las buenas costumbres, a la honestidad, a la libertad, a la economía –sobre todo a esta-, y al pueblo ucraniano.

Hace poco acabé de terminar una obra pequeña, casi un panfleto, del ideólogo del socialismo democrático alemán Karl Kautsky. Un gran marxista muy cercano a Engel, mucho más cercano de lo que pudo ser jamás Lenin –este que le tildaría de "renegado"-, y un crítico con ojo profético para determinar el gran fracaso y los males que traería consigo el desplome del modelo soviético. Su proclama de la necesidad de la democracia para el socialismo, pese a los defectos de ésta, debería ser considerada por muchos socialistas, después de la experiencia de Venezuela, la URSS, Camboya, Zimbawe, Corea del Norte, etc… una directriz y condición innegociable para establecer los cimientos necesarios y lograr el advenimiento de la clase asalariada (¿proletaria?) consciente y organizada para su "misión histórica".

Esto debe ya verse como un indicio de hacia dónde debería moverse la idea de un posicionamiento estratégico de los socialistas frente al conflicto, que, a estas alturas de la vida, de la historia, y de la inteligencia misma, ya deberían cuidarse para no orientarse a propuestas autoritarias y poco inclusivas o participativas, y, teniendo en cuenta las alianzas y prácticas de las súper potencias y sus personeros en este conflicto, deberían proyectarse cómo los distintos escenarios posibles actuarán para la salud de la democracia (hasta ahora imperfecta en el mundo; pero de eso se trata, cuál de esos escenarios posibles propiciaría mejores condiciones para su perfectibilidad) una vez la devastación de la guerra culmine –esperemos que no llegue a mayores- y ya se haya declarado algún bloque vencedor.

Ojalá pudiéramos volver a la época de las guerras de aqueos y troyanos, y como los dioses ya no pueden intervenir en favor de ninguno, porque ya no existen, lanzar en una arena con unos cuantos cuchillos a Biden, Putín, Zelenski, ¿Y por qué no? Lanzamos a unos cuantos de los que nos querríamos deshacer para ver si corremos con suerte. No sería muy difícil, les acariciamos el ego sobreadulando su importancia para el mundo; con eso probablemente se arrojarían ridículamente ellos mismos a la arena, vociferando su grandeza y el terror que les harán pasar a los imperialistas con amenazas sobreactuadas. Eso sí, tendríamos que asegurarnos de que están encerrados, así no se escapan una vez que se percaten de que la cosa es seria.

Que se mataran los que nunca se matarán, sino que mandan a otros a morir, creo que sería una postura más extendida que la de ser Pro-putín o Pro-Otan (ser Pro-ucraniano ya se la apropió uno de los discursos, así que ya está incluida en la dicotomía. Creo que "pro-humanidad" aún no ha sido privada), y sería incluso la postura más coherente, si no fuera porque sabemos que en nuestra condición de subordinados de igual modo seremos arrastrados en este conflicto de intereses imperialistas con los vencedores y vencidos.

Aún así, si seguimos con la nostalgia mitológica: los soldados estarían frente a Menelao y Paris, sin dioses, y una vez decretado el ganador, todos aquellos que no son portadores de areté, hacedora de reyes y héroes, podrían regresar a sus humildes casas, abrazarían a sus esposas, esposos e hijos, y, otra vez, a trabajar para consumir, y consumir para reproducirse, y así hasta que su reemplazo le guarde en su memoria un cariñoso rinconcito para sus fotos.

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