El pueblo de Ucrania ya lleva más de un mes resistiendo la brutal invasión de Putin. El precio resulta altísimo. Los refugiados suman cerca de 4 millones y los desplazados internos superan ampliamente esa cantidad. La cifra de muertos sigue dominada por la propaganda, pero todo apunta a que es muy elevada en ambos bandos. Mientras Putin continúa bombardeando ciudades y sumando destrucción y dolor, la OTAN, tras la visita de Biden, reafirma su apuesta por un rearme de todos y cada uno de sus miembros. En la UE, Alemania refuerza el gasto militar y Polonia, así como el resto de países del Este continental, agitan a favor de una mayor implicación militar de la Alianza. Se trata de un rearme que, lejos de acercar la paz y la seguridad, desnuda la codicia del imperialismo norteamericano y europeo, su sed (parecida a la de Putin) en pos de las riquezas ucranianas. Resulta cada día más evidente su desvergüenza, su uso de la sangre y el dolor para forzar, como los jefes de Moscú, un golpe de mano en la geopolítica.
La de Ucrania es una carnicería imperial gran rusa que hay que detener. Las tropas de la Federación Rusa deben retirarse y los señores de la guerra del Kremlin han de pagar por sus crímenes. Ucrania tiene derecho a su independencia, a fronteras seguras y a la paz. De nuevo, en sus guerras, nosotros ponemos los muertos, los desplazados y el empobrecimiento general no solo de Ucrania, sino en toda Europa.
La carestía de la vida se ceba en la población del viejo continente. Los salarios apenas suben, en España, un escaso 2%. La inflación continúa disparada y los precios de la energía descontrolados, víctimas de una especulación y avaricia sin límites de bancos y grandes compañías. En el año 2021, las empresas del Ibex incrementaron sus beneficios casi un 20% de media.
Estos 34 días de guerra han sumado para todos más desorden, menos seguridad y mayores dificultades de las que ya veníamos arrastrando por la Covid-19. La gran industria presenta nuevos expedientes de regulación, el campo no resiste y los tractores vuelven, en ciertas zonas, a unas carreteras ya previamente tomadas por los camioneros. La flota se queda en los puertos. En el reino, se resiente su cuerpo productivo. Un cuerpo forjado de pequeña, cuando no micro empresa, volcado en los servicios y dominado por una pesada y enormemente concentrada cabeza (financiera, energética y comisionista) profundamente parásita, dependiente de lo público, del maná europeo y del sangrado del resto de la población.
Las manifestaciones y huelgas se empiezan a contar por decenas. La amplia mayoría de ellas piden apoyo (dinero) y más intervención por parte del Estado (regulación). Las izquierdas y las fuerzas de progreso, articuladas alrededor de la mayoría de la investidura, dudan sobre qué hacer y cómo; las derechas, por su parte, aprovechan para seguir reclamando menos impuestos para los suyos y menos regulación, abocando todo a un pozo aún mayor para la generalidad de la población.
El Consejo de ministros de hoy abordará el plan que Sánchez presentó ayer. 16 mil millones en subvenciones y ayudas directas. Veremos en qué queda la cosa a falta de la letra pequeña.
Tras 34 días de carnicería en Ucrania crece la urgencia para establecer por parte los trabajadores una posición propia, comprometida con la paz, y un rechazo a la guerra de Putin y al rearme de la OTAN. Una propuesta que proteja la vida y los derechos de la mayoría de la población europea.