Los precios y la guerra
Resisten Mariúpol y Járkov. La brutalidad de Putin y sus soldados no doblega las ansias de libertad del pueblo ucraniano. Como también resiste a la brutal ocupación israelí, desde hace más de 60 años, el pueblo palestino. 150 palestinos resultaron heridos por las fuerzas represivas israelíes en la explanada de las mezquitas. Poco importa cómo empezó la represión porque, al igual que en el caso de Ucrania, la ocupación militar y la violencia exigida para que esta sea impuesta constituyen la razón del dolor y la causa de todo el enfrentamiento. Rusia debe retirarse de Ucrania e Israel de los territorios palestinos. La paz solo puede construirse sobre la libertad, la igualdad y el respeto de los pueblos a decidir libremente su futuro.
El precio de soportar la opresión resulta altísimo en términos de vida y desarrollo humano. Lo explicaba con claridad esta semana Kristalina Georgieva, directora gerente del FMI. Su próximo informe volverá a rebajar las perspectivas de crecimiento del 86% de la población mundial (143 países). Georgieva también citó las medidas tomadas por los bancos y las autoridades monetarias de los Estados en su "lucha" contra la disparada inflación y el escaso músculo que muestran las economías más avanzadas. Se refirió al aumento de los tipos de interés y a la restricción del crédito. Medidas que aumentarán el precio de la deuda sobre las personas y los Estados provocando, en muchos casos, una obligada refinanciación o el no abono de sus obligaciones internacionales. Finalmente, la responsable del FMI indicó que para seguir combatiendo la Covid-19 habrá que gastar no menos de 15 mil millones de dólares adicionales en vacunas y medidas de protección. A ello hay que sumar los enormes, severos y cada vez más frecuentes confinamientos en China que están afectado sobremanera a las cadenas de suministro mundial.
No le van bien las cosas al capitalismo. La rentabilidad cae y con ello, la dentellada de los grandes capitales y su correlato en cada Estado, sector y empresa por quedarse cada céntimo de un pastel menguante resulta cada vez más descarnada. Los más grandes aprietan y tiran hacia abajo en la cadena para que seamos otros los que paguemos la caída. Por ese camino endurecen sobremanera la vida de un número creciente de población trabajadora y gente modesta.
Las medidas adoptadas por el gobierno de coalición progresista para enfriar mínimamente el precio que la inflación del 9,8% nos está haciendo pagar (subvención de 20 céntimos en los carburantes, limitación de la subida de alquileres, en ciertos casos, a un 2%; aumento del Ingreso Mínimo Vital y la propuesta de que el MWh de gas no pueda superar los 30€ que Sánchez negocia con Bruselas) no solo son de eficacia o progresividad dudosa, sino que, además, se quedan cortísimas ante la magnitud de los problemas enfrentados.
Lograr que la crisis no la paguemos los de siempre exige, en nombre de la sociedad y de sus necesidades, intervenir de manera clara y decidida el poder de las empresas, poner el dinero y los recursos existentes bajo control de la ciudadanía (nacionalizar). El único camino que puede abrir esa perspectiva no es otro que el de la movilización social. Movilización masiva, republicana y comprometida con el derecho de autodeterminación como la que se vio en el masivo Aberri Eguna de Iruñea este fin de semana.