(Comunicación Política III)

Las maldiciones que Gustavo Petro convirtió en discurso político

Martes, 03/05/2022 09:40 AM

El 29 de mayo se realizará en Colombia la primera vuelta de las elecciones presidenciales. Esto, sin duda, afecta a Venezuela: para bien y para mal. La élite colombiana, en general, ha sido (por mucho y desde hace mucho) la principal artillería contra el gobierno venezolano actual. Se ha ofrecido para todo y ha participado, entusiastamente, en toda cuanta acción pueda agravar la situación socio-política y económica de nuestro país. Ya ocurría con Uribe, prosiguió con Santos, pero Duque lo asumió como el único afán de su política exterior.

Usaré la campaña electoral de Colombia para hacer un paréntesis en estas divagaciones que sigo sobre Comunicación Política. Trataré (con este ejemplo externo) aspectos de su tejido complejo. Recientes decisiones de campaña de Gustavo Petro pueden servirnos como un inteligente incentivo para seguir dilucidando las peculiaridades de esta área de conocimiento. Peculiaridades que aquellos que aquí se dedican a producirla (no sé si a pensarla) deberían tomar nota.

Peculiaridad uno: Las campañas electorales son una de las dimensiones de la comunicación política. Tienen como objetivo central disputar la conquista del voto a través de una propuesta electoral (esta es la versión axiológica del asunto). Como todo en comunicación política, su eje central es el discurso político. Aquí es necesario detenerse. Por lo general, muchos creen que «discurso» solo se refiere a la palabra dicha o escrita. Esta es una visión netamente lingüística y puede funcionar, por ejemplo, para pensar el ámbito literario. En política, discurso tiene una conceptualización más amplia. En política, todo comunica. Por tanto, discurso es todo acto (ya sea dicho o hecho) producido en interacciones de carácter político (público). Es una totalidad estructurante de articulaciones comunicadas a través de acciones (lingüísticas y no lingüísticas). De todos modos, no hay acción hecha que no desemboque en una acción dicha, esto es, en una representación lingüística que la recoja. Pongamos por caso: un gobernante inaugura una plaza. Está lo hecho (la realización material de la intervención del territorio), pero ese hecho siempre se transfigura en algo dicho, por ejemplo, el discurso de inauguración, la nota de prensa que sale por algún medio, los comentarios de los beneficiarios de la obra sobre su satisfacción o inconformidad, etc. En política, discurso es todo.

Esto parece tenerlo bastante claro los que sostienen la comunicación de campaña de Gustavo Petro. Han ido focalizando los elementos en tensión y sobre ellos elaboran propuestas discursivas de atenuación. Uno de los elementos políticos de mayor insistencia con los que se arremete contra Petro es su supuesta alineación con la «Venezuela de Chávez y los chavistas». Este fue un «ataque» utilizado para debilitar su aspiración presidencial anterior y lo sigue siendo en esta. Los responsables de la comunicación política de campaña han buscado las formas discursivas de neutralizar estos «ataques» (otra discusión es su acierto o desacierto). Es lo que se hizo cuando Petro pide a Piedad Córdoba que se desligue de la campaña debido a las causas penales a que tienen sometido a un hermano de esta política. Aunque sea una patraña, en Colombia (hay que conocer los contextos en que se producen los discursos) este tipo de acciones tiene efectos en sectores importantes de la población. Y dado que las campañas electorales no ofrecen suficiente tiempo para «educar» a los votantes (por ejemplo, todo un discurso razonado de las paparruchas de las élites políticas colombianas contra todos aquellos que no son de su clase), la acción discursiva mejor se dirige a no permitirles anclajes para el embestir. Es la misma acción discursiva que se despliega con la firma ante un notario del compromiso de no expropiación si gana las elecciones. Parecen, para unos, acciones discursivas embaucadoras, para otros, de entrega ideológica. Pero son las que son para el discurso total sobre el que Petro quiere centrar la disputa: Colombia no aguanta otro gobierno que no apueste y trabaje por la paz y los gobiernos de la derecha no lo han hecho ni lo harán. El asunto clave aquí está en la selección de qué merece ser atendido y qué no y por qué (esto entra en la «agenda»).

Peculiaridad dos: sin embargo, para mí, la acción discursiva más tremendamente «maldita» que ha hecho Petro es haber escogido a Francia Márquez como su fórmula para la vicepresidencia. Francia Márquez representa tres tres injurias terribles y asquerosas en el imaginario del discurso político elitista colombiano: es mujer, es negra y es pobre.

Como mujer, Francia Márquez lleva a cuesta la historia de la exclusión de género. La lucha de la mujer por sus reivindicaciones no culminan. Lejos de agotarse, todavía quedan muchos puntos insatisfechos: sus derechos reproductivos (mandar sobre su cuerpo) o su derecho a la igualdad laboral y salarial. Por nombrar dos. Las mujeres que hasta ahora han acompañado a los gobiernos colombianos recientes, aparecen más como «adornos» y «decorados». Representan el lado «femenino», «elegante» y «vistoso» dentro de la política. Francia Márquez no encaja muy bien en ese estereotipo. Ella viene de la calle, viene de la lucha y el abandono.

Por otra parte, Francia Márquez es negra negra bien negra, sin eufemismos racializados. Es originaria de uno de los territorios que más ha sufrido el conflicto armado: el Cauca. Lo ha sufrido en su vertiente de afrodescendiente, una categoría que para la oligarquía colombiana solo tiene tolerancia mientras se mantenga en los límites del folclore. Los afrodescendientes colombianos padecen los más dolorosos actos de desprecio de una casta política que, como dije, se ufana de su linaje colonial. La élite colombiana y casi todos sus gobernantes son herederos directos de ese origen. La mayoría de sus presidentes, ministros y demás fauna que pasa por cargos de gobierno han sido hijos, sobrinos, primos, hermanos, tíos y cualquier otro parentesco posible de antecesores en el poder. Una vez me dediqué a seguir los lazos políticos-consanguíneos de María Ángela Holguín (canciller durante el período de Santos) y me quedé estupefacto de esta verdad. Estoy seguro de que la élite colombiana debe tener el estómago revuelto y a los sicarios atentos.

Como pobre, Francia Márquez es el insulto político más serio a la casta colombiana. Esta mujer tardó diez años en graduarse de abogada porque no tenía cómo pagar los estudios. Su estrategia de pobre fue cursar un semestre y al siguiente abandonar la universidad para trabajar y lograr reunir el dinero de la matrícula del siguiente. Era y es pobre. Tanto así que calificó para las míseras ayudas económicas que el gobierno entregó a las familias pobres en medio de la pandemia de la COVID-19. Como discurso político, como parte de la comunicación de campaña y como comunicación política total, la designación de Francia Márquez es un acto de insubordinación dentro de una sociedad que acepta todavía, sin mucha queja, ser pensada y organizada (socio-administrativamente) en «estratos».

Queda por verse cuán hondo se ha inoculado en la mayoría empobrecida de Colombia la discriminación de género, racial y de clases. El triunfo de la dominación simbólica ocurre cuando el mismo oprimido acepta y justifica todas o algunas de las formas con las que se le oprime.

A mi parecer, la propuesta opositora de Petro ha tenido la paciencia de aguantar y esperar (no como la oposición venezolana). Está escogiendo bien el mensaje, atiende las crisis y se nota el «monitoreo» para conocer «el clima emocional» del país. Por sobre todo se percibe que Petro estudia, piensa y hace caso. En el contexto en que se producirán estas elecciones en Colombia, la comunicación política tiene una participación determinante. Francia Márquez (mujer, negra muy negra y pobre) fue una interesante disyuntiva cuyo riesgo solo pudo emerger de la investigación. Acciones bastante descuidadas e infravaloradas en las muestras de comunicación política que a diario pululan de nuestro país.

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