—"La destrucción creativa es nuestro segundo nombre, tanto en nuestra propia sociedad como en el exterior. Destruimos el viejo orden todos los días, desde los negocios hasta la ciencia, la literatura, el arte, la arquitectura, el cine, la política y el derecho. […] Deben atacarnos para sobrevivir, del mismo modo que nosotros debemos destruirlos para desarrollar nuestra misión histórica".
Michael Ledeen.
Todos los esfuerzos realizados durante los años noventa para presentar el "libre comercio" como algo distinto a un proyecto imperial se dejaron de lado. En otros lugares continuarían las discusiones ligeras por el libre comercio, con sus negociaciones asfixiantes, pero ahora también iban a ser duras, sin intermediarios ni marionetas, apoderándose directamente de nuevos mercados para multinacionales occidentales en los campos de batalla de guerras preventivas.
El gabinete de capitalismo del desastre de Bush no estaba dispuesto a esperar a que las leyes entrasen en vigor. El experimento penetró en un terreno totalmente nuevo al convertir la invasión, la ocupación y la reconstrucción en un interesante mercado completamente privatizado. Igual que el complejo de la seguridad nacional, ese mercado se creó con una enorme inyección de dinero publico. Sólo para la reconstrucción se aportaron inicialmente 38.000 millones de dólares por parte del Congreso de Estados Unidos, 15.000 millones de otros países y 20.000 millones de dinero de Irak procedente del Petróleo.
Cuando se anunciaron esas cantidades iniciales, las comparaciones elogiosas con el Plan Marshall fueron inevitables. Bush fomentó el paralelismo y declaró que la reconstrucción era "el mayor compromiso económico de este tipo desde el Plan Marshall". En una comparecencia televisada en los primeros meses de la ocupación explicó que "Estados Unidos ya hecho antes este tipo de trabajo. Después de la Segunda Guerra Mundial levantamos las naciones derrotadas de Japón y Alemania y permanecimos a su lado mientras formaban gobiernos representativos".
El gabinete de Bush promovió, en realidad, un anti-Plan Marshall, su contrario en todos los sentidos posibles. Era un plan garantizado desde el principio para socavar el debilitado sector industrial y lograr que el desempleo se disparase. Si el plan posterior a la Segunda Guerra Mundial impidió las inversiones de firmas extranjeras para evitar la percepción de que se aprovechaban de países en un estado de debilidad, este esquema hizo todo lo posible por seducir a las empresas norteamericanas (con algunos restos para las firmas con sede en países adheridos a la "coalición de la buena voluntad"). Este robo de los fondos para la reconstrucción de Irak, justificaba mediante ideas no discutidas y racistas sobre la superioridad de Estados Unidos y la inferioridad de Irak (y no sólo con los demonios genéricos de la "corrupción" y la "ineficacia"), fue lo que condenó el proyecto desde el principio.
Así, mientras Bremer firmaba las leyes, los contables privados fueron los que diseñaron y controlaron la economía. BearingPoint, sucursal de la empresa de contabilidad y asesoría KPMG, recibió 240 millones de dólares para crear un "sistema mercantilista" en Irak. El contrato de 107 páginas menciona en 51 ocasiones la palabra" privatización" (gran parte del contrato original fue redactado por BearingPoint). Los "think tanks" recibieron dinero para pensar (el británico Instituto Adam Smith fue contratado para colaborar en la privatización de las empresas iraquíes). Compañías de seguridad privada y contratistas de defensa formaron al nuevo ejército y policía de Irak (DynCorp, Vinnell y USIS, del Carlyle Group, entre otros). Y varias empresas de educación realizaron el nuevo proyecto curricular e imprimieron los libros correspondientes (Creative Associates, una consultora de gestión y educación con sede en Washington, D.C., recibió contratos por valor de más de 100 millones de dólares para desempeñar esas tareas).
¡La Lucha sigue!