Matar por un velo

Jueves, 22/09/2022 02:25 PM

Ahsa Amini, de 22 años, ha sido asesinada. A lo mejor no sabes quién es. Yo tampoco lo sabía antes de que la asesinasen. En Irán, en 2022, ha sido detenida por la Policía de la moral por llevar el velo mal puesto, es decir, con suficiente cabello a la vista. La ley iraní impone un velo «hijab» religioso.

Lo voy a dejar por escrito porque no quiero que quepa nunca más ninguna duda sobre lo que pienso. Soy abolicionista del velo, el velo islámico, el hijab, y de cualquier prenda diferenciadora en materia religiosa sobre los cuerpos de las mujeres musulmanas. Hablo de mujeres musulmanas porque yo lo soy. No hice ningún rito, simplemente nací en un país musulmán, en uno en el que entre otras cosas había muchas mujeres portadoras de velo. Son ellas, probablemente, y la empatía y amor que siento por muchas (tataranieta, bisnieta y nieta de mujeres veladas) lo que me ha impedido muchas veces decir lo que pienso así como el silencio cómplice de la sociedad que prefiere no hablar del asunto escudándose en que es «hacerle el juego a la extrema derecha». Otra manera de convencernos de que hablar es peor que el silencio.

Soy abolicionista, que no prohibicionista, porque creo en caminar hacia un futuro en el que el velo deje de formar parte de manera íntegra de la vida pública de las mujeres. Aunque sí estoy a favor de su prohibición tajante al menos en la primera etapa escolar hasta la finalización de primaria porque vulnera los derechos de las menores en una etapa de crecimiento clave.

El abolicionismo del velo no pretende convencer a las mujeres de que son más libres destapándose, sino fomentar que todas las mujeres tengan las herramientas para generar su propio criterio, el mismo que siempre estará viciado, como el mío, como el de todas, pero el suyo propio, lo más parecido a una independencia crítica ecuánime.

El argumentario para no dejarnos hablar señala que nuestras palabras pueden crear islamofobia. Quizás eso sea lo injusto, que las que hablan de su libertad de llevarlo, no entiendan la limitación de miles de otras que quieren dejar de hacerlo, o no hacerlo jamás. Es injusto creer que las hay más convencidas que dubitativas, es creer que ninguna mujer se plantea su acato a las directrices religiosas. Las mujeres que ya somos tildadas de «disidentes» necesitamos un progresismo político laico, que mire por todas y al que no le tiemble el pulso para sacar la verdad a la luz.

Por eso creo que es imprescindible hablar. Por eso, y porque confío en que las mujeres veladas por propia decisión y sin absolutamente ninguna duda sobre su decisión, no necesitan que yo infantilice sus decisiones por miedo a lo que se genere después de yo publicar este escrito. No necesitan que nadie las proteja, son capaces de mantener su postura hasta el final, o mejor aún, podrían defenderlo respaldando la situación de dolor de miles de mujeres con las que comparten religión. No es contradictorio decir que tú haces algo porque quieres, pero que otras no pueden decidir. A menudo no lo hacen porque la policía religiosa también se viste de institución familiar y/o comunitaria. Otro dispositivo de control que aunque no te mate te señala por contar la verdad sobre las mujeres de tu contexto. Otras no lo hacen porque no se sienten involucradas con mujeres de otros países islámicos en sus desgracias, sólo en sus muestras de obediencia y de puritanismo religioso.

No me imagino un futuro posible feminista en el que las mujeres se vean en la posición de tener que cubrir su cabello como simbología de sumisión a Allah, a sus esposos, su comunidad religiosa o a ningún percepto que haya viciado completamente su consentimiento hasta convencerlas de que cubrirse el cabello es un camino feminista, consciente y emancipador, en el caso de las que así lo piensan. No hago referencia a miles de madres y abuelas que jamás pudieron escoger, o decidir o tener tiempo tan siquiera para entender sus decisiones. Hablo de las miles que teniendo el poder de transformar el camino, deciden perpetuar el mismo. Como si la fe, pudiese acogerse sólo mediante un velo, como si creer no fuese algo íntimo y privado.

El velo no es un trozo de tela, no es una simple prenda diferenciadora, no es sólo una decisión religiosa, de identidad. El velo es la más clara forma que ha tenido el patriarcado islámico de malversar el concepto de mujer. El velo es el medio de implantar la modestia y el pudor, por lo tanto la invisibilidad de las mujeres como forma de existencia en el mundo. Es la conversión del cuerpo en pecado. Es el desistimiento de una forma igualitaria de relacionarse con el sexo opuesto. El hijab que no existe en la esfera íntima, es una herramienta de ocultación en la esfera pública. Es la manera de silenciar más coercitiva y al mismo tiempo más implícita en un gesto como cubrirse. Es el muro entre las desviadas y las decentes. Es la línea que diferencia a las correctas de las disidentes. Las buenas mujeres, de las eternas rebeldes. Es la mayor losa de odio entre mujeres musulmanas que nos han impuesto. Es la mejor manera de hacernos tropezar con nosotras mismas en el proceso de entendernos y saber qué queremos realmente.

Es un discurso sostenido por quienes quieren explicarnos que somos demasiado moras, morenas, árabes o musulmanas de nacimiento para recrearnos en la libertad. Un discurso que quiere hacer creer que quienes rechazamos entender el velo como una herramienta de empoderamiento femenino, lo hacemos como privilegiadas o víctimas de circunstancias excepcionales. Sin embargo, por más que pese, el abolicionismo del velo es la única manera de caminar hacia un futuro feminista en contextos islámicos, en el que no quepan formas de violencia simbólicas sobre los cuerpos de las mujeres. Será la única manera de lograr laicidad para nuestros Estados, libertad de credo para nuestros hijos. Cuando tantos hombres dejen de poseer control indirecto sobre los cuerpos de las mujeres porque se conciben como animales con instintos primitivos que sólo nos ven como carne que violar, maltratar o matar, habremos logrado desarticular el dispositivo de control más enfermizo y repugnante que aún en el siglo XXI sigue vivo.

En nombre del velo hoy se persigue, se tortura y se asesina. El sufrimiento de todas las mujeres que hoy se mueven sigilosas y temerosas bajo la tiranía patriarcal de sus familias, comunidades, sociedades o países no puede pasar inadvertida para quienes quieren desde el más profundo de sus instintos sostener que sus decisiones nada tienen que ver con el machismo, con el patriarcado ni con la coacción.

Ser abolicionista, es la única manera de mirar el velo si eres feminista.

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*Activista jurídica marroquí

 

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