Un acontecimiento muy importante ha ocurrido en estos meses finales del año 2022, en el marco del proceso de reordenamiento geopolítico mundial. Se trata de lo que se ha entendido como una alianza entre Rusia y Arabia Saudita, a raíz de la decisión de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) de no aumentar la producción de petróleo, en el entendido que los sauditas lideran esta organización.
Se debe recordar que el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, visitó Arabia Saudita el pasado mes de junio, en procura de que se aumentase la producción de petróleo, a fin de que bajaran los precios de este recurso. En esa oportunidad Biden se reunió con el príncipe Mohamed bin Salman, quien funge como primer ministro y responsable de asuntos económicos y de seguridad de la nación saudita. Las gestiones de Biden no cristalizaron, y el gran beneficiado ha resultado ser Rusia, al contar con precios altos para el petróleo que produce.
Ese colchón financiero con que seguirá contando Rusia, gracias a Arabia Saudita (y los socios OPEP), le permitirá manejarse con cierta holgura en tres frentes: 1. Minimizando los efectos de las sanciones impuestas por Estados Unidos y la Unión Europea; 2. Seguir financiando el esfuerzo bélico que significa la guerra en Ucrania; y 3. Fortalecer aún más los lazos de cooperación con países como Irán, India y China.
La reacción de Estados Unidos no se ha hecho esperar, y ya desde la Casa Blanca y el Departamento de Estado han anunciado una revisión a fondo de las relaciones con Arabia Saudita. En palabras textuales han dicho: "Necesitamos reevaluar nuestra relación con Arabia Saudita y tener una relación diferente, especialmente después de la decisión que se tomó en la OPEP". Así las cosas, se podría decir que, en medio del conflicto en Ucrania, la batalla energética la está ganando Rusia.