Galleta se le decía antes a un grave enredo o confusión en la cabeza llena de conceptos, prejuicios, asquitos, rabias y fantasmas privados, que puede afectar a cualquiera, pero sobre todo a las personas impulsivas y con tendencias histéricas. Esos revoltijos ideológicos se producen en todas las épocas, pero siempre ha habido ciertas coordenadas impuestas, propias de cada momento, que contribuían a simplificarlos y resolverlos al distinguir sus ingredientes básicos, con sus incompatibilidades o afinidades, ayudando así al sujeto a sobrevivir en medio del torbellino. Una de esas coordenadas, fue la del continuo, muy manido, izquierda/derecha. Hoy día, o se rechaza esa simplicidad, pero sin aportar mucho, o se la enriquece dotándola de dimensiones, convirtiendo lo meramente lineal en algo con tres o cuatro dimensiones: volumen, ancho, largo, alto, etc. Así, se pueden distinguir distintas derechas y diferentes izquierdas.
Después de tantos años inmersos en la primera guerra fría (1945-1989), quedó la costumbre de ubicar esto, acá, y eso, allá. Pero todos los lugares y las cosas han cambiado profundamente. Hoy las coordenadas son otras, al tiempo que se complementan con muchas más dimensiones. Pero, digamos, simplificando la cosa, que el eje, el punto cero, se desplazó hacia la derecha, desde el momento en que el Partido Comunista Chino se manifestó impulsor del mercado libre globalizado en el escenario de la Organización Mundial de Comercio, entidad baluarte del neoliberalismo. O sea, hoy todas las potencias mundiales defienden su capitalismo y apoyan el "libre movimiento" de los grandes capitales, incluso alabando, al mismo tiempo, con ceremoniosa hipocresía, a Mao Tse Tung, aquel anciano que desplazó el eje hacia la izquierda en los sesenta, con el jalón de la "Revolución Cultural", que hoy todos (incluido el PCCH) ven como lo que fue: la locura senil de un déspota con demasiado poder, que debía estar más bien en un geriátrico, en lugar de ser la cabeza de un país inmenso.
De modo que el debate mundial hoy tiene su eje a la derecha. Por ejemplo, en Europa y en Estados Unidos hay una ola de popularidad a favor de una "Nueva Derecha" racista, chauvinista, revisionista de la historia, contraria a los formulismos democráticos, despótica, y, eso sí, escandalosa, populachera y patana. Ya saben que hablo de Trump en EEUU, de Orban en Hungría, de Erdogan en Turquía, de los neonazis alemanes de la AfD, sus similares en Suecia, de la señora Melloni en Italia, y (¿por qué no?) Putin en Rusia. Y el discurso de estos neonazis tiene componentes críticos, bastante críticos, contra la derecha global reinante, la llamada "Atlantista", esa que defiende la primacía de los Estados Unidos en el "mundo libre y democrático", mediante el uso del aparato militar de la OTAN. Varios europeos simpatizan con Putin, salvo notables excepciones, como la señora Melloni de Italia, que le dan asco los inmigrantes africanos, negros, árabes y encima pobres, pero al mismo tiempo señala que fue el colonialismo de Francia y demás defensores de la democracia, el responsable de esa misma migración por haber destruido la integridad de naciones enteras como Libia. La dama italiana apoya hoy darle más armas a Zelensky a través de la OTAN.
¿Por qué simpatizan con Putin? Pues porque él dice algo parecido a lo que ellos mismos plantean: deseos de restaurar un gran imperio, un nacionalismo chauvinista (o sea, que su nación es la elegida por Dios, mientras que las demás, o son esclavos, o son mayordomos, o son otros tantos imperios venidos a menos a causa de la traición de los "atlantistas"), la asunción de los "valores tradiciones de la familia" (no cualquier familia, sino la patriarcal, machista, autoritaria, numerosa, atendida servilmente por la mujer), el rechazo al aborto o a esas mujeres que quieren ser como hombres y (hablando de eso) contra todo asomo al respeto de la orientación sexual, y en este punto apelan (¡sorpresa!) a la ciencia, mejor dicho, a la biología: se nace hembra o varón, y las hembras paren y los machos fecundan y guerrean. Pero, además, esgrimen razones religiosas, por no decir teológicas: Putin es reciamente ortodoxo, a la manera de algunos personajes de Dostoyevsky, por ejemplo. El VOX español se nutren de un catolicismo que viene de Franco, nada que ver con Francisco.
Quiero aclarar algo antes de seguir. Pienso que hay, básicamente, dos tipos de nacionalismo: el imperial, y el propio de las colonias o neocolonias. El primero, cuando se enerva, es simple racismo extremo, y sirve de propaganda a un aparato político-militar-financiero imperialista. El segundo, el nacionalismo de colonia o neocolonia, se propone la independencia y el respeto a su soberanía y autodeterminación. O sea, es democrático y republicano; mientras que el otro tiende a ser despótico y autoritario. Lo de popular es otro tema, porque los pueblos se equivocan, por la simple razón de que están hechos de gente. Por otra parte, el nacional imperial se ubica en la derecha, mientras que el nacionalismo independentista y liberacionista, se ha ubicado a la izquierda, pues es antiimperialista. Por eso, el supuesto auge popular de una señora de origen mantuano, es solo otro caso en que el descontento por políticas de derecha (aniquilación del salario, autoritarismo, violación de derechos humanos, entrega al capital internacional, corrupción, etc.) toma el camino equivocado de ir más a la derecha. Una verdadera galleta.
Lo más curioso de la actual nueva derecha, es que se refiere, con rabia y desprecio, a una supuesta "ideología de género". La frase (sospecho) proviene de la derecha española que suspira por el catolicismo ultramontano de Franco. Ellos apuntan a un conjunto de ideas que han replanteado el origen social y cultural de lo que, más que denominarse sexos, se considera "géneros", porque nunca ha aludido a lo meramente zoológico. Pero ese concepto, "ideología", introduce un equívoco. En Marx, se refería a una "falsa conciencia", a un ocultamiento o justificación de las relaciones dominantes, que no era consciente de sus verdaderas razones, que provenían de las mismas estructuras de dominación que se pretenden naturalizar. Para mí, la primera "ideología de género", en el sentido marxista del concepto, sería más bien el machismo el cual puede llevar hasta el feminicidio cuando considera que la mujer que nos acompaña en la vida es una cosa propiedad de uno, que no debe plantearse autonomía ni aspiraciones profesionales o económicas y que debe servirnos, además de poner la mesa y limpiar la casa, hasta de perita de boxeo cuando uno quiere "descargar la arrechera". O sea, justifica y racionaliza una terrible dominación.
No he visto operación más "ideológica" (de falsa y mala conciencia) que fundamentar en la biología las diferencias sociales y culturales de roles y status de hombres y mujeres. Así, la biología enseñaría (lo cual, de paso, es mentira) que la mujer, en virtud de sus ovarios y matrices, debe ser sentimental, débil de carácter y físicamente, sumisa, dependiente de su marido o su padre, con poca capacidad intelectual (por lo que estudiar para ellas es una pérdida de tiempo, ni se diga desarrollar una actividad científica o artística), encargada de las labores del hogar sin paga ni reconocimiento, cuidadora de niños y enfermos. Por su parte, los testículos determinan la valentía, la agresividad, el carácter fuerte, el brazo fuerte, la aspereza y patanería en el trato, la audacia y la iniciativa, aparte del brillo intelectual y la potencia e iniciativa sexual. Claro, con ese esquemita en la cabeza, un bailarín de ballet, o un tipo que le gusta cocinar, o que llora, o que hace arte, es sospechoso o hasta necesariamente una "loca", así como nos lo mostraba la "educación sexual" de los programas "cómicos" de la televisión y algunas gaitas, acerca de los homosexuales. La sensibilidad no va con un macho; igual que el carácter fuerte no va con una dama. De hecho, le dicen "macha". De ahí se salta a la justificación de la homofobia, que muchas veces ha adquirido expresiones violentas.
No repara esa homofobia que homosexuales han sido una cantidad bastante significativa de constructores de cultura y civilización: desde Sócrates, Platón y Aristóteles que les encantaba un muchacho bien formado, pasando por Aquiles que se derretía por Patroclo en la Ilíada, hasta llegar a científicos como Alan Turing, pionero de la informática. Los grandes escritores que son homosexuales, son legión: Oscar Wilde, Arthur Rimbaud, Verlaine, Virginia Woolf, Truman Capote, James Baldwin, André Gide, etc. Filósofos contemporáneos destacados son Michel Foucault, Judith Butler y muchos otros. La lista, como dije, es muy larga y no la voy a poner aquí. La cuestión es que los conservadores homófobos juzgan, condenan y discriminan por la orientación sexual de los individuos y no por el valor específico de sus aportes como ser humano, en cualquier actividad. No les pasa por la cabeza que puedan tener familia (o sea, criar niños) parejas de homosexuales, y su principal preocupación es que proliferen, sin darse cuenta de que esos homosexuales salieron de familias muy patriarcales y tradicionales. Yo sé de casos de gays y lesbianas, hijos e hijas, de familias "nucleares", de papá y mamá que, además, son participantes de sectas religiosas como los Testigos de Jehová.
Y aquí empalmo con el otro ingrediente de la galleta: el religioso. Porque el machismo y la homofobia dicen apoyarse en la Voluntad de Dios. Hitler de verdad creía que estaba cumpliendo con una misión profética. Rossenberg, su gran teórico, escribió una interpretación de la historia humana con la que pretendía demostrar que los arios representaban la luz de Dios en el Mundo. Putin tiene al Gran Patriarca de la Iglesia Ortodoxa como uno de sus grandes sostenes ideológicos. Dugin , el filósofo de la "civilización rusa", coloca en el centro de su "tercera teoría" el cristianismo ortodoxo que vendría a ser más santo que el católico y el protestante europeo y norteamericano, por el detalle teológico de que el Espíritu Santo solo proviene del Padre y no del Padre y el Hijo, como sustentan las otras Iglesias ¿Ridículo? Con razón Borges afirmaba que la metafísica es una variante de la literatura fantástica.
El gobierno hace poco destinó no sé cuántos millones a financiar las actividades de algunas congregaciones religiosas evangélicas. Incluso, el hijo del presidente se estrenó como Pastor, según un video ampliamente difundido por las redes, en el que el muchacho entraba como en trance, dando alaridos, como poseído por nada menos que Jesucristo. Esta es una conducta que un estudioso de la religión americana, como Harold Bloom, llamó "shamánica", propia de algunas congregaciones evangélicas. La razón política de esta actuación del bonapartismo venezolano, es evidente: los evangélicos en Venezuela se calcula representan un caudal de casi dos millones de votos; o un 17% del país. Este crecimiento de feligresía (y militancia: ahí está Bertucci) fue paralelo al período chavista (algunos calculan un 7% anual) y fue de la mano del apoyo varios destacados jefes militares de la actual coalición bonapartista en el poder; por ejemplo, el general Rangel Briceño (exministro de Defensa), Ronald Blanco, exgobernador de Táchira, entre otros. Además, la mayoría de las congregaciones están en las barriadas populares y sus feligreses, muchos son militantes del PSUV, o controlan el reparto del CLAP.
Todos sabemos de dónde vinieron esas congregaciones: de un área de Estados Unidos llamada "The Bible Belt". Allí, en varias ocasiones, en el siglo XIX y el XX, esos núcleos religiosos esperaron el Fin de los Tiempos y la Segunda Llegada de Jesucristo, eventos en los que se creían protagonistas por ser los "Elegidos" del mismísimo Jehová; pero, como el dios ha faltado a todas las citas, tuvieron que reinterpretar de nuevo las Sagradas Escrituras y fijar otras fechas. En su mayoría, son variantes del luteranismo y el calvinismo, creyentes en la salvación por la pura fe y la predestinación, con ingredientes shamánicos y hasta gnósticos: como dice Bloom, los norteamericanos siempre han creído que cada uno de ellos tiene una chispa de divinidad dentro de sí. De allí su irreductible individualismo y, lo que es más importante, la creencia de ser el "Pueblo elegido" como lo cree Trump, como lo creyó el loco Smith, el fundador del mormonismo, quien recibió nada menos que un libro con páginas de oro del mismísimo Jesús, para confirmarle que los estadounidenses eran la tribu perdida de Israel. Ya les advertí que nos movemos en territorios fantásticos que ni Harry Potter.
Nos enteramos que hace poco un grupo de personas, organizadas en una ONG (¿financiada por…?), protestó que dieran educación sexual en las escuelas venezolanas y les dijeran a los niños que hay familia siempre que haya amor, así sus cabezas fuesen solo una mujer, dos mujeres o dos hombres. Hay decenas de razones para protestar acerca de la educación en este país: desde la casi inexistente remuneración de los maestros, el estado lamentable de las escuelas, la virtual eliminación de la alimentación escolar, la inexistencia de material didáctico, la falta de servicios básicos de agua y luz, la inseguridad, la deserción escolar, llegando a la pérdida de miles de maestros que prefirieron explorar posibilidades de vida más digna en otros países. Pero no. Estos ciudadanos, ejerciendo su derecho, claro, prefieren protestar porque le están enseñando a los niños que deben respetar y no odiar a las personas que tienen orientaciones sexuales diversas.
El tema es una evidente distracción de las cuestiones importantes del debate público, porque despierta pasiones fuertes, porque se asientan en durísimos prejuicios y oportunidades que permiten a los agitadores tener sus cinco minutos de notoriedad rechazando una supuesta conspiración de los maricos en el sistema educativo. Así, se encubren cuestiones de los que se pretende que ya nadie recuerde: la corrupción, el destino de El Aissami, la cuestión de los salarios de los mismos maestros, etc. Lo peor es que hasta hay una precandidata presidencial (supuestamente de izquierda) que retoma el tema (y el del aborto), desde el conservadurismo más duro, como si fuera del VOX español.
Se trata entonces de una verdadera galleta teológica-sexual que hay que apartar de la agenda para poder abordar lo fundamental: la supervivencia de la nación.