Juan Velasco Alvarado †
El 3 de octubre de 1968, el general Juan Velasco Alvarado y cuatro coroneles progresistas del ejército peruano, rescataron de manos del gobierno y de los partidos políticos representantes de la oligarquía nacional, la dignidad que nos legara, José Gabriel Condorcanqui. Siete años después, el capítulo abierto de profundas transformaciones estructurales y de participación popular, que introdujeron al Perú en la modernidad, se vio trastocado por la felonía de otro general que, de la mano con el FMI y sus ensayos de ajuste de la deuda externa, revirtió todo lo hecho y empezó a "reconstruir" el presente a partir del pasado. Han transcurrido 55 años del inicio de esa experiencia y las nuevas generaciones apenas saben lo que vivió el Perú entre 1968 y 1975. La derecha peruana a través de sus medios, de sus mensajeros del odio y del control de la institucionalidad que sirve a sus intereses, se han encargado, sistemáticamente, de estigmatizar y ocultar el período de cambios que vivió el Perú entre esos años. Por su parte, el BM y UNESCO, a través de sucesivas reformas al currículo de estudios de los diferentes niveles educativos, han hecho de lo ocurrido un apéndice extirpable.
Hoy día, el Nuevo Orden Mundial Capitalista impuesto por Estados Unidos tras el final de la IIGM confronta su mayor desafío de desaparición. Nadie, medianamente informado, puede sustraerse a las evidencias. La hegemonía unipolar estadounidense sobre la humanidad, está llegando a su fin, al propio tiempo que "el mundo" occidental entra en profunda crisis. La Cumbre CELAC-UE; la Cumbre Rusia-África; la Reunión del Grupo de los 77+ China y la 78°Asamblea de la ONU son hitos en tal sentido. No se pueden ignorar. Algunos pueblos, a los que el presidente Velasco, identifica como pertenecientes al "Tercer Mundo", se han puesto de pie para exigir su derecho a construir sus propias soberanías sin el tutelaje neocolonizador de las mismas naciones que las colonizaron y de las oligarquías entreguistas que favorecieron su expoliación.
El texto que adjunto ha sido extraído del libro Velasco: El Pensamiento Vivo de la Revolución (ISBN:978-980-12-3923-9) que publiqué en 2009 en Maracaibo, Estado de Zulia en la República Bolivariana de Venezuela. Existe otra edición publicada el 2012 por Editorial Académica Española (eae) ISBN 978-3-8484-7687-9. El libro fue construido a partir de los discursos del presidente Velasco en su condición de jefe y conductor del proceso revolucionario peruano entre 1968-1975. Su versión original, en mimeo, fue rescatado de la requisa ordenada por el entonces ministro del interior del gobierno de la llamada "segunda fase" tras el "golpe institucional" contra el presidente Velasco. Ha sobrevivido al tiempo y lo seguirá haciendo, como testimonio vivo del aporte que civiles y militares, de ese entonces, hicieron a la teoría política y a su praxis. Cuando pueblos del "Tercer Mundo" viven el hervor de su liberación económica, política, social e ideológica, el pensamiento y la palabra de Velasco cobra, no sólo vigencia, sino persistente actualidad. Cuando el Perú se unce a la desvencijada "Doctrina Monroe" el texto, que he limitado en su extensión, advierte, una vez más, su sino histórico esperable. (rubén ramos falconí-alizorojo)
He aquí el texto.
Las naciones del Tercer Mundo somos naciones de una antigua tradición enriquecida a lo largo de siglos. Pero también naciones que a lo largo de siglos han ido acumulando fundamentales problemas irresueltos. De estas naciones parten las hondas corrientes de cambio que hoy empiezan a brotar con fuerza incontrastable. Los pueblos que son, como el nuestro, parte del Tercer Mundo, emergen hoy al plano frontal de la realidad contemporánea para reclamar vigorosamente la cancelación definitiva de un orden internacional injusto y discriminatorio. Esto nos obliga a ser conscientes del sentido radicalmente nuevo que hoy vive la humanidad. Esto es mucho más que una expresión retórica. Es una comprobable descripción de la realidad. Porque todos deberíamos comprender que el viejo sistema de dominación internacional tiene que ser abandonado. Las categorías que en el pasado sirvieron para expresar la realidad política del mundo tienen que ser redefinidas. Los conceptos de paz, seguridad, "ayuda" y cooperación internacional deben ser, entre otros, profundamente revisados. Y en el sentido más hondo de la expresión, el orden moral, que sirvió de sustento a las relaciones internacionales del pasado, tiene que ser alterado también de modo sustantivo. La imposibilidad virtual de dirimir profundas diferencias por la vía de los enfrentamientos bélicos masivos, obliga a repensar todos los planteamientos clásicos de la conducta internacional de las grandes potencias. Y esto altera de modo fundamental la perspectiva que antes sirvió para enfocar los problemas internacionales. Porque implica aceptar una considerable reducción de las posibilidades efectivas que las grandes potencias tienen hoy para actuar en las áreas frontales de conflicto; y, consecuentemente, reconocer el desplazamiento de ámbitos neurálgicos de decisión real hacia las zonas del mundo hasta ayer consideradas periféricas. Esto otorga a los pueblos que habitan las áreas "marginales" de conflictos, una posible dimensión de poder hasta ayer virtualmente desconocida. Pero esta sólo puede tornarse operativa en la medida en que nuestros pueblos sean capaces de comprender la potencial gravitación política que ahora poseen y el pre-requisito de acción unificada que demanda. Tal situación sugiere la necesidad de ponderar hasta qué punto podría resultar imperativa una profunda redefinición de las relaciones de poder político real en el mundo de hoy. En efecto, las grandes potencias económicas y militares deben reconocer en la actualidad muy importantes limitaciones a su ejercicio efectivo del poder, cerca y lejos de sus fronteras. Y esto inevitablemente significa un correlativo aumento del poder, real de países que hasta hace poco tiempo fueron considerados, piezas menores en la estrategia global de las naciones poderosas... No es el Tercer Mundo un conjunto de pueblos irremediablemente perdidos y a merced de los países poderosos. En un sentido fundamental, aunque a veces desapercibido para muchos, de nosotros depende en gran medida el destino final y verdadero de las naciones que hoy tienen a nuestro juicio en forma transitoria, un papel dominante en el mundo. Independientemente de cualquier otra consideración, el futuro del mundo en gran medida depende de quienes somos la mayoría de la humanidad. No es cierto que las naciones de alto desarrollo industrial nos muestren el camino de nuestro porvenir, ni que prefiguren en su realidad de hoy lo que necesariamente habrá de ser nuestra futura realidad. Lo importante, lo verdaderamente decisivo, es que emprendamos el camino de nuestra liberación…De nosotros -no de otros- dependerá en lo fundamental lo que tenga que ser nuestra historia del futuro. Por eso, debemos abandonar radicalmente todas las formas de obsecuencia y subordinación ante los pueblos y gobiernos que antes ejercieron el control indisputado del mundo. No debernos hablar mediatizadamente. Debemos hacerlo sin arrogancia, pero con firmeza, seguros de que estamos defendiendo un derecho y una razón que no son dádiva de nadie y que nos pertenecen en la medida en que somos y nos sentimos hombres libres y en la medida en que somos y nos sentimos naciones soberanas. El propio sentido de la historia se orienta hacia la creciente liberación de los hombres y los pueblos. Las posibilidades de conquistar una auténtica libertad son hoy mucho mayores de lo que nunca fueron en el pasado. Por eso, asumamos la total responsabilidad de llegar a ser plenamente libres. La dura realidad de la dominación imperialista que en diferentes grados afecta a todas las naciones del Tercer Mundo adopta hoy el significado del neocolonialismo contemporáneo. Pero nada de esto nos debe conducir a ignorar la posibilidad real de que un nuevo pensamiento rector de las relaciones internacionales insurgió como resultado de los cambios profundos que hoy vive la humanidad en todos los planos de su existencia. La nueva etapa histórica que vivimos entraña una ruptura cualitativa del devenir del hombre, gesta un nuevo universo normativo y edifica una nueva teleología social… Si todos fuésemos capaces de desterrar los dogmas y de mirar la historia sin prejuicios, comprenderíamos que no hay nada ilusorio en pensar de este modo. Algunos de los grandes idealismos del pasado y algunos de sus más deslumbrantes utopías constituyen ahora expresión de un realismo cuyo respeto es vital para la continuidad de la civilización y, acaso, de la especie humana. Ilusorio por eso, es pensar que los principios sobre los cuales se construyó todo el sistema tradicional de relaciones internacionales puedan mantenerse intocados en medio de las profundas alteraciones que han transformado al mundo en las últimas décadas y que probablemente continuarán transformándolo en el porvenir. La estructura política internacional se encuentra en proceso de recomposición. Nuevos y vigorosos centros de poder han puesto fin a la polaridad surgida de la guerra y contribuyen de modo decisivo a reconstituir la realidad del mundo contemporáneo. El pluralismo político que determinan esas nuevas áreas de poder de verdadero alcance mundial, obliga a replantear la perspectiva de análisis que imperó hasta hace pocos años. Hoy se trata de actualizar una visión del mundo que con fidelidad refleje la dinámica realidad del presente. Frente a esa realidad, las normas y valores de política internacional basadas en el reconocimiento de una polaridad que ya no existe, tiene necesariamente que ser substituida por otros que reflejen la significación de aquel emergente pluralismo de centros de poder que en mucho caracteriza la escena internacional de nuestros días. En este momento transicional de la humanidad y ante el conflicto profundo que entraba las relaciones de las grandes potencias que compiten por ampliar sus áreas de dominación y de influencia, los pueblos del Tercer Mundo tenemos un camino y un designio fundamentalmente comunes. Sin embargo, la propia expresión Tercer Mundo no designa, en rigor, una realidad y una alternativa de carácter político. El Tercer Mundo es un estado de conciencia que nos hace comprender que nuestros pueblos tienen una fundamental problemática común frente a las naciones de alto desarrollo dentro de diversos ordenamientos sociopolíticos que responden a ideologías diferentes. El Tercer Mundo presenta, de este modo, acusada disparidad de tendencias y situaciones políticas basadas en una problemática socio-económica esencialmente similar. A la heterogeneidad de sistemas políticos y de orientaciones ideológicas, es preciso añadir esta otra derivada de la distinta intensidad del subdesarrollo en nuestros pueblos. Lejos de ignorar nuestras diferencias y nuestra diversidad, debemos reconocerlas. Los fundamentos y las razones de la esencial comunidad del Tercer Mundo son más fuertes que sus diferencias y su diversidad, pero sólo seremos capaces de unirnos de manera efectiva reconociendo que somos distintos y teniendo conciencia de que únicamente a partir de la realización de nuestra auténtica unidad podremos solucionar los complejos problemas que plantea nuestra relación con el mundo desarrollado. En consecuencia, sólo el doble reconocimiento de su visible heterogeneidad política y de su fundamental similitud de realidad económica, puede proporcionar al Tercer Mundo un punto de partida para estructurar una posición coherente y común. En un sentido capital, lo anterior implica que nuestras diferencias no deben desunirnos, porque sólo la unión puede, en verdad, salvarnos. En la medida en que permanezcamos virtualmente atomizados e incapaces de vertebrar una acción de conjunto seremos igualmente incapaces de superar con éxito los conflictos y presiones inevitables en toda relación entre pueblos empobrecidos y naciones de un cada vez mayor poderío económico, tecnológico, militar y político. Esa unión debe institucionalizarse para que pueda ser verdaderamente fructífera. Política y económicamente, no existe otra solución de largo alcance para nuestros más apremiantes problemas. Comprendemos que esto implica un proceso de larga duración. Pero, por eso mismo, debemos comenzarlo sin tardanza. La constitución de organismos permanentes que tornen de veras efectiva una sistemática coordinación de las acciones que emprenden los pueblos del Tercer Mundo es el imperativo de nuestros días. La dependencia surge fundamentalmente de la naturaleza de las relaciones económicas, financieras y comerciales de nuestros países con las naciones desarrolladas del mundo. Tales relaciones generan desequilibrios altamente perjudiciales para los países tercermundistas. Se deben introducir modificaciones sustantivas en áreas importantes de la acción internacional. En primer lugar, los términos del intercambio comercial con los países desarrollados, claramente desventajosos para los países subdesarrollados deben ser superados sin demora. En segundo lugar, la estructura del comercio internacional debe ser radicalmente modificada para reducir y cancelar las barreras arancelarias que nuestros productos manufacturados encuentran en el mercado estadounidense. Finalmente, se debe racionalizar la necesaria inversión de capitales extranjeros en nuestros países. La inversión privada extranjera, si bien crea focos de modernización económica, sirve en las actuales condiciones como mecanismo de succión de nuestras riquezas. Paradójicamente, pese a nuestra condición de naciones en vías de desarrollo, somos en realidad exportadores de capitales y financiadores del espectacular desarrollo de los países altamente industrializados. Con la riqueza extraída de nuestros países se dinamiza el desarrollo de otras áreas del mundo que operan como zonas de expansión del industrialismo moderno. Todos conocemos la verdadera naturaleza de una "ayuda" internacional que succiona nuestra riqueza y, paradójicamente, nos convierte en exportadores de capitales con los cuales estamos, en realidad, subsidiando la expansión industrial de los sistemas económicos dominantes hacia las áreas menos desarrolladas del mundo. Pero nada verdaderamente importante vamos a ganar en sólo seguir denunciando lo que ya es bien sabido. Mientras los pueblos del Tercer Mundo no cambiemos radicalmente de actitud ante nosotros mismos y ante los demás, nuestros problemas fundamentales continuarán irresueltos.