Soy un sociópata más entre millones, quizá miles de millones, que hay en España y en el mundo…
Para definir al sociópata, la psicología y la psiquiatría académicas han de partir de un modelo de sociedad. Pues los hay de todas clases. Si hablamos de Europa, sociedades muy ordenadas y compactas, donde se acepta con más o menos naturalidad la estratificación de clases y donde la educación cívica básica apenas sufre variaciones. De esta clase son la británica, la sueca, la finlandesa, la danesa, la noruega, la holandesa… de costumbres estables, poco dadas a los cambios y menos a los cambios bruscos… Hay otras sociedades más abiertas que aceptan las transiciones suaves, como la francesa, donde la xenofobia, por ejemplo, no es un problema… Hay otras, como la española, cuyos vaivenes políticos y de rechazo sociológicos, son ya históricos. En menos de un siglo se ha pasado de una monarquía centenaria a una república, a la que sigue una restauración monárquica y a ésta sigue una nueva república que tras una guerra civil que dura más de tres años. termina en una dictadura caudillista; una sociedad donde el divorcio, por ejemplo, es una suculenta posibilidad después de cuarenta años de matrimonios vitalicios forzosos, al alcance de todos; siete planes de enseñanza por medio y vicisitudes sin cuento en el asentamiento de una forma de estado y de gobierno que no acaban nunca de fraguar y menos de asentarse. Datos todos estos, que han de influir notablemente en la psicología colectiva y también, naturalmente, en la psique y mentalidad de las generaciones que se van sucediendo. En semejantes condiciones no creo que haya inconveniente en aceptar que la sociopatía sea menos recurrente en una sociedad estable que en una sociedad inquieta acostumbrada a la provisionalidad y a la improvisación. Es más, España me parece que es un semillero de sociópatas. Abierta de par en par a toda clase de novedades llegadas por vía publicitaria y comercial, las festividades anglosajonas se van introduciendo rápidamente en la vida social condicionando los hábitos de una manera estúpida al no haber consciencia de que es el "hampa" comercial el verdaderamente interesado en que esas fiestas progresen porque el consiguiente aumento de consumo está garantizado. A fin de cuentas el modelo económico se derrumbaría con estrépito si por una educación exquisita en las escuelas y en todos los foros cesara repentinamente el consumo compulsivo…
El caso es que de entre los rasgos del sociópata destaca su falta de empatía con los demás. Pero no puede negarse que las señales de histerismo y desquiciamento en España, el feminismo exacerbado de origen político, las argucias publicitarias, la facilidad con la que los políticos desbarran con barbaridades verbales para atacar a sus enemigos parlamentarios, que no adversarios, generan por sí solos a buena parte de la población un desapego progresivo, un rehuir el trato con la gente, con los demás. A la persona discreta, la atmósfera social que respira en la calle y en los lugares públicos le invita al retraimiento, a evitar en la medida de lo posible el contacto desenvuelto con los otros y mucho más el trato social.
En resumen, en países y tiempos tranquilos y ordenados, es fácil distinguir al sociópata, pero en tiempos convulsos, inciertos y decadentes en que la población se va distanciando rápidamente entre sí pero también de sus orígenes y costumbres, con una distancia considerable mental y psicológica entre mayores y menores que nada tiene que ver con la que por ley de vida ha habido siempre, en España la población de sociópatas ha de ser considerable. Los propios psicólogos y psiquiatras me constan están asustados de la celeridad con que se manifiestan trastornos graves de esta naturaleza que, en naciones como Estados Unidos donde los procesos sociológicos son brutales, se traducen con relativa frecuencia en actos de locura disparando el sociópata contra todo lo que se mueve…
Y, hablando de sociópatas, ¿qué son si no sociópatas esos ejércitos de individuos que hacen la guerra en pantallas, desde sus despachos, en Rusia, en Ucrania, en Estados Unidos, en los países europeos y no europeos de la OTAN, ahora también en Israel y en Palestina…