La España Atlántica frente al nacionalismo de los ricos

Domingo, 10/12/2023 06:41 AM

En estos momentos de crisis aguda en España, larvada tras siglos de decadencia, es momento de hacer memoria y retomar un nuevo impulso. Es el impulso que yo pido y que yo vislumbro para la España Atlántica.

España fue un Imperio. Como nación política "burguesa" no llegó a cuajar. El modelo jacobino francés siempre le resultó extraño. De una manera u otra, las más agudas mentes del país lo presintieron. Cuando hablamos de un problema territorial en España no se trata de una lucha entre "naciones oprimidas" dentro del Estado Español. Cuando los independentistas vascos o catalanes hablan en esos términos, no hacen otra cosa que el ridículo.

Hacen referencia a "su" problema como si el problema fuera enteramente similar a otros asuntos mucho más serios y auténticos: el problema palestino, el problema de los saharauis, o incluso el de los escoceses y bretones.

A menudo se habla entre vasquistas y catalanistas, y lo hacen en serio y sin sonrojo, de "fuerzas de ocupación" o "de la cárcel de pueblos" cuando lo que late, tras las reivindicaciones separatistas de España, es un deseo de preservar privilegios.

En la lucha de los pueblos en favor de su soberanía, que en otras latitudes es legítima, la decisión moral que nos lleva a decidir quién lleva razón, quién es el justo, tiene que ver normalmente con la opresión. Hay una víctima y hay un verdugo: un "centro" rico y explotador segrega, esquilma, oprime y recorta posibilidades a una "periferia" pobre y, objetivamente, colonizada. Este es el caso de la explotación del centro "occidental" sobre el Sur global (Iberoamérica, África, grandes partes de Asia…). Dentro de la misma Europa, la política feroz del "centro", entendido como nación-Estado, a saber, Francia, Inglaterra, especialmente, ha ensuciado para siempre la supuesta misión "civilizadora" de estos estados que no están cubiertos de gloria, precisamente, a la hora de relacionarse con naciones vecinas o naciones interiores más débiles. Son estados centralizadores que históricamente han actuado en el mismo territorio europeo, y en países adyacentes a su propia metrópoli, con una parecida crueldad a como ellos mismos actuaron con los africanos y nativos de otras tierras de ultramar.

El sufrimiento de irlandeses, bretones, provenzales, corsos, etc. a consecuencia del Estado centralista jacobino forma parte de Europa y de su historia. Una historia siniestra, que permite hablar de un colonialismo intra-europeo. La conciencia de esos abusos siempre nos hará recordar que Europa ha de ser una Europa de los pueblos, y no de reyes o repúblicas artificiales. Una Europa de las gentes (la gente, la nación, el ethnos) y no de las burocracias ni de las oligarquías. Aquí se puede aplicar perfectamente la idea de opresión centro-periferia (Samir Amin) tanto como la idea de multipolaridad (Dugin), esto es, los pueblos libres reagrupados solidariamente en torno a verdaderos bloques de poder que sirvan de baluarte ante potencias injerencistas y dominantes.

El nacionalismo vasco y catalán tal y como se está articulando actualmente, no tiene nada que ver con otras luchas de "naciones sin estado". Se trata, en el caso vascongado y catalán, de una "rebelión de los ricos", la cual se articula en forma de vulgar chantaje al Estado español; es un nacionalismo supremacista que parece salirse del guion acostumbrado en Europa occidental. En este sentido, son extremos opuestos al nacionalismo asturiano y gallego, los cuales se basan en la existencia de entidades políticas realmente existentes desde la Edad Media, y en marginación injusta en el presente.

Las periferias vasca y catalana no son periferias como la Irlanda pobre, la Bretaña marginada, etc. Las periferias que reclaman independencia recurriendo al chantaje parlamentario y a la violencia callejera son, muy al contrario, las zonas tradicionalmente más ricas de España. Las regiones periféricas que, desde siempre, han contado con privilegios fiscales y preferencias inversoras por parte del Estado. Justamente en un momento en el cual la deslocalización de empresas capitalistas radicadas en las provincias vascongadas y Cataluña hace peligrar el estatus de las oligarquías periféricas y el sistema clientelar que fue favorecedor a estas regiones, se hace un pulso al Estado, aprovechándose de la mediocridad de la casa política madrileña y la chapuza constitucional, cada vez más odiada por todos, llamada "Régimen del 78".

La verdadera periferia olvidada, empobrecida debido a la dinámica centro-periferia descrita por S. Amin, está en el extremo noroccidental del Estado Español. Ese extremo es el que justamente se corresponde con la España Atlántica, la España llamada -en términos populares- "céltica". Galicia, Asturias y "Cantabria" (es decir, la antigua provincia de Santander, asturiana en su origen, que en realidad comprende, en rigor, las Asturias de Santillana y una región que tradicional e imprecisamente se llamaba "La Montaña", así como el país de León y otras provincias adyacentes a él que conformaron el Reino de León en la Edad Media, conjuntamente con Galicia y Asturias).

La España Atlántica es la que comprende capas de población de vieja raigambre indoeuropea y una serie de rasgos étnicos, folclóricos, societales, jurídicos, lingüísticos, etc., que en modo alguno se corresponden con el modelo castellano ni mediterráneo. Es el viejo dominio lingüístico del idioma galaico (uno de cuyos hijos es el portugués, y uno de cuyos hermanos es el idioma eonaviego), así como el asturleonés (impropiamente llamado "bable", conservado en las dos Asturias que históricamente todavía recuerdan su nombre, las Asturias de Oviedo -el "Principado" y las de Santillana. Estos países están perdiendo población, se arrinconan en las perversas políticas europeas de las "eurorregiones", y caen más y más en el olvido.

Quizá sea el momento en el que, no sabiendo el conjunto de los españoles defender lo suyo (la unidad nacional, la soberanía), los pueblos iberoatlánticos aprendan a unirse, quede lo que quede de esta ruina que es España. Los pueblos atlánticos de España y Portugal reunidos de nuevo, como en un pasado lo estuvieron, en tiempos del Viejo Reino, cuando la europeidad y la cristiandad, partiendo de Cangas de Onís, en el siglo VIII, llegó hasta la frontera del río Duero, y de allí, más al sur, a la del Tajo. La basculación mediterránea de la historia de España quizá acabó siendo fatal.

La deslealtad de buena parte de los catalanes quizá habla de un fondo "fenicio" y africanizado que siempre será fatal para una España unida. De la misma manera, el supremacismo de los vascos nacionalistas, y de todos aquellos que no abjuran ni maldicen públicamente los métodos del "tiro en la nuca" de los etarras, recuerda excesivamente la mentalidad sionista. Nos es ajeno y lo repudiamos. Los supremacistas vascos son nuestros nazi-sionistas ibéricos.

Si hay que rescatar esencias, miremos a ese olvidado y despoblado Atlántico.

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