La historia novelada del inicio del bloqueo por García Márquez

Viernes, 22/12/2023 01:23 PM

Falta por escribir todos los capítulos de la más grande y realista novela cuyo asunto dura más de sesenta años, y nadie puede pronosticar cuánto tiempo más se prolongará este engendro de la sevicia de los gobernantes de un imperio desalmado.

Ante el fallecimiento de Gabriel García Márquez hube de publicar el artículo La partida de Gabo hacia la inmortalidad, con este exergo propio: "La eternidad te espera rodeado de una compañía leal y amorosa. Ahora tendremos que encontrarte o descubrirte al leer y releer tus libros, esos hijos pródigos". reclamación

Señalaba entonces que "sus huellas están… en Cuba, dónde el ser político, la otra dimensión del ser integral que era, conoció la dicha y responsabilidad de ser fundador de la Agencia de Noticias Prensa Latina, de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, de la Escuela Latinoamericana de Cine y la reclamación, el día fundacional, de que "se aceptaban donaciones". Y como algo también personal e íntimo, la amistad y compenetración con Fidel, de tal manera que, como parte importante de su trayectoria, aceptara a colaborar, a través de sus buenos oficios, en el mejoramiento de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, siendo portador de un mensaje de Fidel al presidente Clinton, en los meses previos al aprisionamiento injusto de los 5 Héroes cubanos".

Hube de profundizar sobre este último tema en el artículo Fidel, García Márquez y Clinton en los umbrales de la causa de los 5 Héroes de Cuba en que señalaba "Fue en tales circunstancias que Fidel Castro tuvo la iniciativa de enviar un mensaje al presidente Clinton a través de Gabriel García Márquez, cuyo contenido reflejaba la realidad del terrorismo contra Cuba que se organizaba, financiaba y ejecutaba desde Estados Unidos. El Premio Nobel de Literatura actuaría como un embajador de buena voluntad de un amigo, Fidel, ante otro amigo que le invitaría a la Casa Blanca, Clinton. Si aquel mensaje hubiera sido acogido e interpretado en todas sus posibilidades, si hubiera prevalecido su importancia para mantener un clima de paz entre ambas naciones, si hubiera prevalecido la necesidad de una política consecuente de luchar contra el terrorismo, la causa de los 5 cubanos antiterroristas nunca habría existido. Y con justicia, el Gabo hubiera merecido el Premio Nobel de la Paz.

El mensaje trasladado por Gabriel García Márquez al presidente William Clinton, y redactado personalmente por Fidel Castro, decía en su párrafo inicial: "Un asunto importante. Se mantienen planes de actividad terrorista contra Cuba, pagados por la Fundación Cubano Norteamericana y usando mercenarios centroamericanos. Se han realizado ya dos nuevos intentos de hacer estallar bombas en nuestros centros turísticos antes y después de la visita del Papa".

En el segundo párrafo se señala: "Ahora están planeando y dando ya pasos para hacer estallar bombas en aviones de las líneas aéreas cubanas y de otro país que viajen a Cuba trayendo y llevando turistas desde y hacia países centroamericanos".

El párrafo final expresa: "Las agencias policiales y de inteligencia de Estados Unidos poseen informaciones fidedignas y suficientes de los principales responsables. Si realmente lo desean, pueden hacer abortar a tiempo esta nueva forma de terrorismo. Imposible frenarla, si Estados Unidos no cumple el elemental deber de combatirla. No se puede dejar la responsabilidad de hacerlo sólo a Cuba, muy pronto podría ser víctima de tales actos cualquier país del mundo"

El miércoles 6 de mayo, a las 11.15, García Márquez asiste a la cita en las oficinas de McLarty en la Casa Blanca. Allí lo reciben tres funcionarios de alto nivel comisionados para recibir la información que según un plan previo debía recibir directamente el presidente Clinton, a quien se había solicitado la entrevista. La reunión duró 50 minutos.

García Márquez hizo un relato sobre el cumplimiento de su misión en fecha 13 de mayo de l998. En dicho informe señala que su interlocutor en la Casa Blanca, Mack, le dijo al final:

"Su misión era en efecto de la mayor importancia, y usted la ha cumplido muy bien".

Luego García Márquez señala: "Salí de la Casa Blanca con la impresión cierta de que el esfuerzo y las incertidumbres en los días pasados habían valido la pena. La contrariedad de no haber entregado el mensaje al presidente en su propia mano me parece compensada por lo que fue un cónclave más informal y operativo cuyos resultados no se harían esperar."

En las líneas finales del informe, García Márquez confiesa que esta fue "una aventura pacífica que ha de tener un sitio de privilegio en mis memorias".

Pero, en fin, esto escribía yo el 6 de febrero de 2008. Y el tiempo ha pasado. Y aunque tardíamente, al cabo de 7 años, en el año 2014, fueron liberados Gerardo, Ramón y Antonio durante el mandato de Obama.

No obstante tanto tiempo transcurrido, el que media desde el triunfo de la Revolución hasta hoy, la realidad del bloqueo contra Cuba ha estado omnipresente clavado como un puñal asesino entre "pecho y espalda". Por eso quiero rescatar estos fragmentos del artículo del Gabo titulado Los cubanos frente al bloqueo, publicado por primera vez en 1964.

"Aquella noche, la primera del bloqueo, había en Cuba unos 482 560 automóviles, 343 300 refrigeradores, 549 700 receptores de radio, 303 500 televisores, 352 900 planchas eléctricas, 286 400 ventiladores, 41 800 lavadoras automáticas, 3 510 000 relojes de pulsera, 63 locomotoras y 12 barcos mercantes. Todo eso, salvo los relojes de pulso que eran suizos, había sido hecho en los Estados Unidos".

"La Habana y dos o tres ciudades más del interior daban la impresión de la felicidad de la abundancia, pero en realidad no había nada que no fuera ajeno, desde los cepillos de dientes hasta los hoteles de veinte pisos de vidrio del Malecón. No había un sector del consumo que no fuera dependiente de los Estados Unidos.

En efecto, yo había regresado a La Habana por segunda vez a principios de 1961, en mi condición de corresponsal errátil de Prensa Latina, y lo primero que me llamó la atención fue que el aspecto visible del país habla cambiado muy poco, pero que en cambio la tensión social empezaba a ser insostenible. Había volado desde Santiago hasta La Habana en una espléndida tarde de marzo, observando por la ventanilla los campos milagrosos de aquella patria sin ríos, las aldeas polvorientas, las ensenadas ocultas, y a todo lo largo del trayecto había percibido señales de guerra.

Por todas partes se veían estragos de sabotajes recientes: cañaverales calcinados con bombas incendiarias por aviones enviados desde Miami, ruinas de fabricas dinamitadas por la resistencia interna, campamentos militares improvisados en zonas difíciles donde empezaban a operar con armamentos modernos y excelentes recursos logísticos los primeros grupos hostiles a la Revolución.

El primer armamento moderno que logró comprar la Revolución, a pesar de las presiones contrarias de los Estados Unidos, había llegado de Bélgica el 4 de marzo anterior, a bordo del barco francés "La Coubre", y este voló en el muelle de La Habana con 700 toneladas de armas y municiones en las bodegas a causa de una explosión provocada. El atentado produjo además 75 muertos y 200 heridos entre los obreros del puerto, pero no fue reivindicado por nadie, y el Gobierno cubano lo atribuyo a la CIA.

Fue en el entierro a las victimas cuando Fidel Castro proclamó la consigna que había de convertirse en la divisa máxima de la nueva Cuba: Patria o Muerte. Yo la había visto escrita por primera vez en las calles de Santiago, la había visto pintada a brocha gorda sobre los enormes carteles de propaganda de empresas de aviación y pastas dentífricas norteamericanas en la carretera polvorienta del aeropuerto de Camagüey, y la volví a encontrar repetida sin tregua en cartoncitos improvisados en las vitrinas de las tiendas para turistas del aeropuerto de La Habana, en las antesalas y los mostradores, y pintadas con albayalde en los espejos de las peluquerías y con carmín de labios en los cristales de los taxis.

Lo más notable era la naturalidad con que los pobres se habían sentado en las sillas de los ricos en los lugares públicos. Habían invadido los vestíbulos de los hoteles de lujo, comían con los dedos en las terrazas de las cafeterías del Vedado, y se cocinaban al sol en las piscinas de aguas de colores luminosos de los antiguos clubs exclusivos de Siboney. El cancerbero rubio del hotel Habana Hilton, que empezaba a llamarse Habana Libre, había sido reemplazado por milicianos serviciales que se pasaban el día convenciendo a los campesinos de que podían entrar sin temor, enseñándoles que había una puerta de ingreso y otra de salida, y que no se corría ningún riesgo de tisis, aunque se entrara sudando en el vestíbulo refrigerado.

Un chévere legítimo del Luyanó, retinto y esbelto, con una camisa de mariposas pintadas y zapatos de charol con tacones de bailarín andaluz, había tratado de entrar al revés por la puerta de vidrios giratorios del hotel Riviera, justo cuando trataba de salir la esposa suculenta y emperifollada de un diplomático europeo. En una ráfaga de pánico instantáneo, el marido que la seguía trató de forzar la puerta en un sentido mientras los milicianos azorados trataban de forzarla desde el exterior en sentido contrario. La blanca y el negro se quedaron atrapados por una fracción de segundo en la trampa de cristal, comprimidos en el espacio previsto para una sola persona, hasta que la puerta volvió a girar, y la mujer corrió confundida y ruborizada, sin esperar siquiera al marido, y se metió en la limusina que la esperaba con la puerta abierta y que arrancó al instante. El negro, sin saber muy bien lo que había pasado, se quedó confundido y trémulo.

– ¡Coño! –Suspiró– ¡Olía a flores!

Yo tomé conciencia del bloqueo de una manera brutal, pero a la vez un poco lírica, como había tomado conciencia de casi todo en la vida. Después de una noche de trabajo en la oficina de Prensa Latina me fui solo y medio entorpecido en busca de algo para comer. Estaba amaneciendo. El mar tenía un humor tranquilo y una brecha anaranjada lo separaba del cielo en el horizonte.

Caminé por el centro de la avenida desierta, contra el viento de salitre del Malecón, buscando algún lugar abierto para comer bajo las arcadas de piedras carcomidas y rezumantes de la ciudad vieja. Por fin encontré una fonda con la cortina metálica cerrada, pero sin candado, y traté de levantarla para entrar, porque dentro había luz y un hombre estaba lustrando los vasos en el mostrador. Apenas lo había intentado cuando sentí a mis espaldas el ruido inconfundible da un fusil al ser montado, y una voz de mujer, muy dulce, pero resuelta:

-Quieto, compañero –dijo-. Levanta las manos.

Era una aparición en la bruma del amanecer. Tenía un semblante muy bello, con el pelo amarrado en la nuca como una cola de caballo, y la camisa miliciana ensopada por el viento del mar. Estaba asustada, sin duda, pero tenía los tacones separados y bien establecidos en la tierra, y agarraba el fusil como un soldado.

-Tengo hambre- dije.

Tal vez lo dije con demasiada convicción, porque sólo entonces comprendió que yo no había tratado de entrar en la fonda a la fuerza, y su desconfianza se convirtió en lástima. –Es muy tarde –dijo-.

-Al contrario -le repliqué-; el problema es que es demasiado temprano. Lo que quiero es desayunar.

Entonces hizo señas hacia dentro por el cristal, y convenció al hombre de que me sirviera algo, aunque faltaban dos horas para abrir. Pedí huevos fritos con jamón, café con leche y pan con mantequilla y un jugo fresco de cualquier fruta. El hombre me dijo con una precisión sospechosa que no había huevos ni jamón desde hacía una semana ni leche desde hacía tres días, y que lo único que podía servirme era una taza de café negro y pan sin mantequilla, y si acaso un poco de macarrones recalentados de la noche anterior. Sorprendido, le pregunté qué estaba pasando con las cosas de comer, y mi sorpresa era tan inocente que entonces fue él quien se sintió sorprendido.

-No pasa nada -me dijo-. Nada más que a este país se lo llevó el carajo.

No era enemigo de le Revolución, como lo imaginé al principio. Al contrario: era el último de una familia de once personas que se habla fugado en bloque para Miami. Había decidido quedarse, y en efecto se quedó para siempre, pero su oficio le permitía descifrar el porvenir con elementos más reales que los de un periodista trasnochado. Pensaba que antes de tres meses tendría que cerrar la fonda por falta de comida, pero no le importaba mucho, porque ya tenía planes muy bien definidos para su futuro personal.

Fue un pronóstico certero. El 12 de marzo de 1962, cuando ya habían transcurrido trescientos veintidós días desde el principio del bloqueo, se impuso el racionamiento drástico de las cosas de comer.

Más tarde empezaron a faltar los clavos, los detergentes, los focos y otros muchos artículos de urgencia doméstica, y el problema de las autoridades no era reglamentarlos, sino conseguirlos. Lo más admirable era comprobar hasta qué punto aquella escasez impuesta por el enemigo iba acendrando la moral social. El mismo año en que se estableció el racionamiento ocurrió la llamada Crisis de Octubre, que el historiador inglés Hugh Thomas ha calificado como la más grave de la Historia de la Humanidad, y la inmensa mayoría del pueblo cubano se mantuvo en estado de alerta durante un mes, inmóviles en sus sitios de combate hasta que el peligro pareció conjurado, y dispuestos a enfrentarse a la bomba atómica con escopetas.

Aquella Navidad fue la primera de la Revolución que se celebró sin cochinito y turrones, y en que los juguetes fueron racionados. Sin embargo, y gracias precisamente al racionamiento, fue también la primera Navidad en la historia de Cuba en que todos los niños sin ninguna distinción tuvieron por lo menos un juguete

Muchos cubanos, por supuesto, conocían este drama. Pero su raro sentido histórico les impedía pensar…, nadie hubiera podido imaginar, en el incierto año nuevo de 1964, que aún faltaban los tiempos peores de aquel bloqueo férreo y desalmado, y que había de llegarse a los extremos de que se acabara hasta el agua de beber en muchos hogares y en casi todos los establecimientos públicos".

En conclusión, estimados lectores, esta historia novelada recoge una verdad de aquellos tiempos del sesenta en esta frase: "Creo que muy pocos éramos conscientes de la manera sigilosa pero irreparable en que la escasez se nos iba metiendo en la vida".

Al cabo de tanto tiempo y tantas armas mortales añadidas al genocidio conocido por bloqueo estadounidense, pero a la vez de tantas estrategias desplegadas por los cubanos y el resto de los pueblos del mundo, también involucrados y sancionados, falta por escribir todos los capítulos de la más grande y realista novela cuyo asunto dura más de sesenta años, y nadie puede pronosticar cuánto tiempo más se prolongará este engendro de la sevicia de los gobernantes y legisladores de un imperio desalmado.

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