Pedro Castillo como "el fantasma que no camina". De golpeado a golpista

Martes, 16/01/2024 03:37 PM

Pedro Castillo es un personaje que sigue siendo extraño y hasta oscuro. Apareció de la nada y como el "Fantasma que camina", con su máscara, no por ocultar su identidad, sino porque pese si en Lima le veían, pocos, muy pocos, sabían quién era y de dónde había salido, de repente, aparece de presidente de la república. Es verdad que ganó las elecciones en la primera ronda, con muy bajo porcentaje, si mal no recuerdo creo que con un 13 % y la segunda con el 50%. Pero muy poca gente, hasta en el Perú mismo, sabía de su existencia, pues sólo había sido un maestro de escuela rural sin ninguna significación ni participación sustantiva en la vida política de su país.

Lo de Pedro Castillo, aparte de parecer como el fantasma que camina, enmascarado y que opera en medio de la oscuridad para intentar imponer la justicia, vengar a los humillados y asesinados por la delincuencia que en el Perú, se ha apoderado por años del Estado, fue y es además un solitario. Fundó o formó parte de un pequeño partido llamado Perú Libre, con muy poca gente, de quienes en muy poco tiempo se apartó, casi acabando de asumir el cargo de presidente, porque no tuvieron tiempo de ponerse de acuerdo en el qué harían. Y porque quienes en la segunda vuelta le apoyaron, quisieron aprovechar aquel como fenómeno para sus fines personales.

Solo unas consignas generales sobre la justicia, como aquello de lucharemos por los humildes, que de pegamento es poco efectivo, nada racional, sólo emotivo, les acercaron y apenas, estando en el gobierno, soplaron los primeros vientos, cada uno andaba por su lado. Los pocos aliados con quienes llegó al gobierno, casi de inmediato lo dejaron solo o de él se apartaron. Hasta en el congreso mismo, resultado de las mismas elecciones, muchos tomaron otro camino. Quizás, pienso, hasta por lo del presidente con ese sombrero que alude algo irritante, lo dejaron sólo y lo creyeron incompetente y hasta un estorbo y fea mancha.

Y es que Castillo, por esa como azarosa llegada a la presidencia, acompañado de gente que no tuvo tiempo de acordarse con él en nada y él tampoco con ellos, pues llegaron al poder sin soñar siquiera que llegarían y de pronto se hallaron en palacio y con las riendas en las manos, como quien despierta de un sueño, sin saber que todo era verdad o seguía siendo un sueño. Y cada quien comenzó a mirar como quería. Y Castillo sintió miedo de estar en aquello y empezó por deslindarse de quienes creía debía hacerlo para que el poder de facto de la sociedad peruana lo asumiese como suyo y su digno representante. Pero dentro de los suyos pensaron lo mismo, pero viéndole a él como un estorbo.

Pero ese poder que, en la sociedad peruana quita y pone presidentes como con demasiada premura, no podía aceptar que ese campesino, simple maestro de escuela rural, con un sombrero que enfatizaba su original discurso "subversivo" en favor de los pobres y la unidad de América Latina, el cual cambió muy pronto ante su soledad, poco poder y escasa ideas, siguiese en la presidencia. Quizás pudieran haberlo convertirlo como parecía fácil, pues él ya daba muestras que querer serlo, en lo que Pedro Pablo Kuczynski llamó "perrito faldero", para referirse a los presidentes de América Latina ante EEUU y quienes dominan en Perú, pero venía demasiado de abajo, quizás un indio todavía y a los poderes fácticos y su gente, eso pudiera parecer una ofensa y hasta indignidad.

De nada le sirvió a Pedro Castillo deslindarse y más que eso ponerse muy lejos de Maduro, hasta con frases estruendosas, tratando de ganarse las gracias de quienes en Perú, al margen de los votos y la voluntad popular, siempre han ejercido el poder.

Se quedó solo por imprudente y temeroso. Quienes le ayudaron a ganar la presidencia, tómese en cuenta que apenas ganó la primera vuelta con sólo 12%, le abandonaron por diversas razones, como su falta de entereza, claridad de propósitos, propio de una candidatura nacida de la nada, lo que para nosotros significa sin historia, proyecto claro, luchas, discusiones largas, hondas y sin soporte amplio y profundo en la sociedad peruana. Fue una candidatura prefabricada, ganadora de manera contingente y con un partido pequeño, sin historia, las elaboraciones debidas y respaldos de última hora por lo imprevisto, hasta azaroso, en un país políticamente también azaroso y donde al parecer, la clase dominante y las fuerzas armadas ejercen un fuerte control y dominio. Tan azaroso fue aquello que Lina Boluarte, la actual presidenta, formó parte de la alianza que eligió a Castillo y por la cual llegó a presidenta del Congreso.

A Pedro Castillo, el solitario presidente, maestro de escuela rural y sin el talento de maestros como Simón Rodríguez y José Martí, le faltó algo sustancial para ganarse el respeto. Falto de relaciones sustantivas y llegado el caso hasta pidiendo perdón y distanciándose de quienes pudieron ayudarlo, por lo que quedó en el absoluto aislamiento, el congreso, sin necesidad de mover la fuerza militar, con cuyo apoyo cuenta de sobra, por razones clase e historia, le sacó de la presidencia. Y este, el congreso, lo sacó de la presidencia, la mejor manera de decirlo, pues bastó un simple empujón; lo detuvieron mientras se desplazaba en un carro hacia la embajada de México, según él, a llevar a su familia y las repercusiones fueron pocas; pues quedó sólo con aquel pírrico respaldo del 12.5 % con que ganó en la primera vuelta. Y, para más señas, un respaldo más que todo distribuido en el mundo rural del país de los incas.

Es decir, a Pedro Castillo, le dieron un empujón, que llamaremos golpe de estado por simple formalidad, pues los militares, pese estar de acuerdo con ello y muy viciados en eso de desplazar del poder a quien sea, siempre que del norte les hagan la seña, no desplazaron sus fuerzas para sacarlo del poder sino para contener en la calle a los pocos que salieron a protestar. Pareciera que, de ese golpe, el único preso fue Castillo. Y las protestas no fueron muy abundantes y menos contundentes. Todo pasó rápido y en América Latina, casi nadie mostró interés por aquello, como si nada hubiese sucedido y si acaso, alguien hizo un gesto o protestó sólo por mera formalidad, tampoco puso mucho énfasis. A Pedro Castillo, el fantasma que camina, enmascarado, solo y en la oscuridad, le dejaron solo, pese le dieron un golpe de Estado, sin motivos verdaderos, valiéndose del Congreso. Y una golpista, que pese la debilidad y soledad del golpeado, por su gestión es objeto de un descomunal rechazo como la señora Boluarte, asumió la presidencia.

Pero ahora, por esas cosas extrañas de la vida, surgidas del "Insólito Universo", "La fiscalía peruana solicitó el viernes 34 años de prisión para el expresidente Pedro Castillo por los delitos de rebelión, abuso de autoridad y grave perturbación a la tranquilidad pública cometidos a fines de 2022 cuando el entonces mandatario intentó disolver el Parlamento".

Es decir, la narrativa de la "legalidad" peruana convierte al débil, indefenso y solitario Pedro Castillo, abandonado por la gente que le ayudó a llegar a la presidencia, en un golpista, merecedor de pagar sus culpas hasta por 34 años de prisión, como a Alberto Fujimori, que fue responsable de innumerables delitos y hasta crímenes masivos.

Y la nota pone énfasis que el presidente constitucional del Perú, electo en unas elecciones libres "es acusado de perpetrar el golpe de Estado el pasado 7 de diciembre de 2022".

https://www.aporrea.org/internacionales/n389546.html

La señora Boluarte, que fue electa en las planchas del Partido Perú Libre, el mismo de Pedro Castillo, como miembro del Congreso y por lo que llegó a ser presidenta del mismo, se hizo solidaria de una decisión sin fundamento, sólo por asumir la presidencia de Perú, como alegar "incapacidad del presidente", de lo que pudo haberse enterado antes de haberle apoyado, mientras aquel idiota que fue Pedro Pablo Kuczynski, pudo completar su período.

De modo que no conformes de haber sacado de la presidencia a Castillo, por considerarle incompetente, una decisión difícil hallarle sustento en las leyes, ahora intentan condenarle a una larga pena de 34 años de prisión, lo que parece como una venganza frente a un humilde hombre por el sólo hecho de haberle ganado las elecciones a la vieja oligarquía peruana y sus aliados, con la ayuda de esos políticos ansiosos de gozar del poder.

Pero lo más lamentable de todo esto es que el pobre Castillo, a quien desde un principio le percibí sólo y sin ideas para hacer algo trascendente en Perú, pese su humilde origen, que lo debió haber motivado para lo grande, se ha quedado más sólo. Cuando lo sacaron del poder, las protestas fueron muy débiles y demasiado formales quizás. Apenas Manuel López Obrador, el presidente de México, se mostró bastante solidario con el colega depuesto y ahora, cuando es amenazado de hacerlo prisionero por largos años, acusado de golpista, habiendo sido él el golpeado, la víctima hecha victimaria, el silencio es total.

El hombre quedó solo en las sombras, como el fantasma que camina, sólo que lo imagino en un estrecho calabozo y no por las calles solitarias y oscuras combatiendo el delito.

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