Bondades de la globalización

Miércoles, 31/01/2024 11:51 AM

Ese plato único que se sirve a las masas para sobrellevar la existencia, se llama globalización. Si quieres lo tragas y, si no te gusta, también, porque es lo que hay. No cabe la posibilidad de variedad real, si acaso, virtual. De entrada, habría que señalar el ingenio de los promotores para confeccionar este término tan manoseado, sin desmerecer de los que lo han consolidado doctrinalmente, ya que viene a divulgar las bondades de un producto de explotación vendido como beneficioso para todos, pero cuyos beneficios efectivos solamente alcanzan a unos pocos. Tampoco hay que exagerar en lo de cargar las tintas sobre los inconvenientes de la globalización, solamente se trata de apuntar algo así como que todo en ella no son lo que se ha llamado males, porque también cuentan sus bondades.

Evidentemente, lo que sale a la luz de la globalización, movido por los intereses de la tecnología capitalista, ofrece mejoras sustanciales para quienes pueden disfrutar de las ventajas que se venden en las llamadas sociedades ricas,. No sucede así con los situados al margen de esa falsa riqueza, cuyas gentes permanecen a la espera de tratar de acceder a ellas, con la mirada puesta en las agencias redentoristas, que suelen vender ilusiones, o dando el gran salto al otro lado.

Con respecto a la parte gris, si se corre el velo, no hay dificultad en observar que el negocio es para el capital y los oficiantes del capitalismo, dispuestos a dejar en insignificancias las peores previsiones sociales, tiempo atrás adelantadas. Esa misma tecnología del dinero, cuyo desarrollo se ha proyectado a niveles insospechados, bajo control de los amos del mundo, es el reclamo publicitario para garantizar la perdurabilidad del nuevo orden, con sus efectos materiales en la mejora de la calidad de vida de las gentes.

La parte negra, iluminada con grandes explosiones de misiles, es la vuelta a la barbarie, a la guerra, a lo más vil del ser humano, retrocediendo siglos en la carrera hacia su mejora. Todo ello por arte de los intereses de quienes han tomado la delantera, y quieren conservarla a cualquier precio, de lo que llaman paradójicamente progreso, que se traduce en imperialismo, como arma protectora para el mercado único, dominado por la minoría dirigente, representada por quienes nunca salen a escena, porque son como espectros sin rostro.

Como su nombre viene a indicar, la globalización presente se trata de un proceso de tintes mundialistas, que dejando al margen antecedentes históricos con los que tiene en común la idea imperialista, aprovecha la segunda gran guerra del pasado siglo para poner en escena la necesidad de una amplia colaboración política internacional. El nexo es el lenguaje del dinero. Asistimos a toda una estrategia previa de seducción generalizada, propia de cualquier ideología, que emplea términos como progreso, al punto de que globalización se identifica con progreso, y aspira a trasladarlo al mundo real, con ayuda de la tecnología, haciéndose imprescindible al invocar que su meta es la mejora de la calidad de vida de las gentes. El bienestar sigue la misma línea para ganar adeptos, y de manera realista se refugia en el mercado, entrando en el que es el eje central del proyecto global. Un mercado único controlado por la minoría que domina el dinero, transformándolo en capital como instrumento de poder de esa minoría. Para garantizar ambos dogmas, de los que el gran capital se postula como garante exclusivo, la nueva creencia en el bienestar inmediato de las gentes ya no invoca términos escatológicos, porque se queda más acá, y basta con asumir la creencia en el valor del dinero, como si de un ídolo se trata, y asistir para adorarlo al templo del mercado. Una realidad material demasiado presente, en vías de alcanzar su máxima dimensión, que parece caminar en simbiosis con la idea de progreso. Detrás del entramado mercantil visible asistido por la ideología, que aspira a cambiar el mundo para mejor, solo es posible apreciar un instrumento para manipular la racionalidad y ponerla a su servicio. En definitiva, se trata de una ideología que, tomando como referencia el significado del dinero, sirve de combustible para poner en marcha el motor económico, para seguidamente infiltrarse en la política y, desde ambas dimensiones, construir una sociedad a la medida de los intereses de la casta dominante.

Sin embargo, en el panorama que se observa en torno a la globalización a través de los distintos medios de difusión, salvo algún que otro desaguisado, todo son ventajas. Empeñándose en promocionar un mundo feliz automatizado, donde se mueven las personas como marionetas en sus redes, procurando correr la cortina para ocultar las imágenes incómodas. Se señalan, entre sus numerosas bondades, por ejemplo, que ahora las finanzas recorren el mundo al instante sin dificultades, las empresas se pueden instalar en cualquier lugar que ofrezca interés comercial, el mercado ya no tiene fronteras, las innovaciones circulan con mayor rapidez, … e incluso se añade que las gentes pueden moverse sin apenas trabas fronterizas. Pero más allá del diseño y de la marcha de la maquinaria, habría que hacer una pequeña reseña en torno a la obligada ideología en su dimensión política, que se invoca como soporte intelectual del gran engaño, reducida a proclamar la libertad, la igualdad, los derechos y la democracia del voto. Lo sustancial es que, cumpliendo con su función de crear apariencia, ha dado cobertura a este proceso que publicita demasiado, pero conduce la existencia colectiva en la dirección de los intereses de esa minoría, sobre la que planea el capital.

Prescindiendo del maquillaje, humanamente considerada, la globalización viene a suponer el fin de la individualidad librepensante, ahora dirigida por la doctrina capitalista, y de todos aquellos mitos ilustrados de superación personal, manteniendo intacta la continuidad del elitismo. Mientras, la sociedad viva, en gran parte, ha sido reemplazada por un conjunto de seres zombis, drogados y autómatas que marchan al ritmo que se les marca, sin salir del cercado del mercado. Las bondades que sibilinamente oferta a las gentes la ideología, como tutela mercantil para realizar la pretensión natural de bien-vivir y la universalidad del proyecto, responden a dos principios clásicos de dominación, imperialismo y totalitarismo, ahora, más que nunca, desde el soporte de la tenencia del dinero, adaptados al estado del conocimiento y la relevancia tomada por la tecnología. Ya en la práctica, establecido el nuevo imperialismo económico, utilizando las potenciales mejoras que ofrecen la tecnología y el dinero, se ha hecho realidad merced al pleno control de la política, como tenaza para tener bien sujetas a las masas por su elite de circunstancias. Con lo que surge un riesgo añadido ante la falta de oposición ciudadana, entregada al reconocimiento del sistema, se trata del totalitarismo de nuevo cuño. Este es el fin último de la globalización, camino de ser plena realidad, un imperio universal, con una sociedad única sometida a sus exigencias; todo ello dirigido por la minoría dominante que fundamenta su poder en el capital, un elemento en constante dinamismo, del que se proclama guardíán absoluto.

En el plano distópico, el planteamiento del mundo surgido con la globalización capitalista, más allá de la ideología única, la propaganda política y la publicidad comercial para ilusionar a la masa incauta, ha quedado claramente conformado. Así resulta que, en el plano social, se define en términos huxleyanos; en el terreno político, como orwelliano; en el burocrático, muy útil lo de kafkiano; en el del conocimiento, doctrinal y virtual, se impone el modelo bradburyano; en general, cualquier mención al sistema, pasaría por entenderlo como totalitario. No obstante, saltando al terreno de la utopía, baste recordar que hasta los dinosaurios se extinguieron.

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