Por lo visto algunos políticos chilenos aprecian y analizan la dinámica política de manera bastante cándida e inocente, donde todo es paz y amor, como si fuesen las aguas de un pequeño riachuelo, que corren inofensivamente. Así por lo menos lo dejan ver personajes como el presidente Gabriel Boric, el exsecretario general de la OEA, José Miguel Insulza, y la senadora Isabel Allende, hija del fallecido presidente Salvador Allende.
Para estos tres personajes en la dinámica política no hay actores intervinientes. Los gobiernos de las grandes potencias no ejercen presión sobre los gobiernos de países más pequeños, y sus organismos de inteligencia y contrainteligencia no planifican y ejecutan operaciones especiales. Las corporaciones multinacionales no sobornan a políticos y funcionarios de gobierno de algunos países. Y con respecto a los medios de comunicación, santa palabra: lo que ellos difunden es la pura verdad. Ni se diga, en los tiempos actuales, del papel que juegan las redes sociales: lo que por ellas circula son inocentes mensajes cargados de bondad.
Así las cosas, parece ser que el derrocamiento del presidente Salvador Allende, en 1973, es solo un mito. Nada de lo que cuenta la historia es verdad. En tales acontecimientos no hubo intervención de potencias extranjeras. Tampoco hubo ninguna participación de gremios y sectores de la población de las llamadas clases media y alta. Y los medios de comunicación de la época, nacionales e internacionales, se mantuvieron neutrales. Nada de estar influyendo en la población y creando determinada tendencia en la opinión pública.
Ahora habrá que enmendar esa página de la historia chilena. A Salvador Allende no lo derrocaron. Él se cayó solito. No hubo conspiración, ni operaciones insurreccionales. Tan solo unas bombitas sobre el Palacio de la Moneda fueron más que suficientes. Las buenas intenciones siempre estuvieron de por medio.