Si por globalización entendemos un universo anglosajón introducido hace mucho tiempo en los países occidentales, lo anglo se ha adueñado de nuestras conciencias. Sus costumbres, su música popular, su cine, sus juegos, su estilo, sus ideas… sean británicas o estadounidenses, están presentes constantemente en nuestras vidas. Y lo están, justamente en el pensamiento calculador que el filósofo alemán Heidegger distingue del pensamiento meditativo. Hasta la Real Academia de la Lengua española recoge en el diccionario una palabra, en mi consideración espantosa desde el punto de vista filológico por su difícil pronunciación ajena a la fonética española, "resiliencia", por si no fuese elocuente la expresión "capacidad de adaptación". O la palabra "sororidad", asimismo prestada del inglés, y otras muchas por la tendencia del español a pasar por "actual", en los términos que el escritor español Cadarso ridiculizaba a los pisaverdes de la época, en "Los eruditos a la violeta". Porque en España, a mi juicio, se acentúa mucho más este proceso de asimilación, pues la resistencia posible a este fenómeno de colonización cultural es más débil que en otras naciones europeas y occidentales debido a, nada menos, que ocho Planes de Enseñanza en el espacio de poco más de cuatro décadas.
Pero si esto, la progresiva asimilación por el impacto del Nuevo Mundo concretado en "América" (equiparada en el lenguaje ordinario al pujante y naciente Estados Unidos que abrió de par en par sus puertas a una masiva inmigración), viene siendo así desde hace muchas décadas, quizá desde principios del siglo XX, la informática y las nuevas tecnologías de Silicon Valley han terminado rematando la definitiva colonización anglosajona en nuestras vidas y en nuestra mentalidad, la mentalidad asociada al pensamiento calculador. Una colonización por ahora imposible de sacudirse las naciones de encima, hasta que un cataclismo en forma de fenómeno natural o de guerra nuclear, destruya esta civilización occidental. Desde luego que de ese proceso está excluido medio planeta. Pues ni Rusia ni el firmamento eslavo, ni el oriental de China y las naciones de su influencia, ni las que forman parte del BRICS están por la labor, sino todo lo contrario, organizarse sociológicamente en un mundo no demasiado desconectado de los valores y pensamiento eternos y universales.
El propósito de estas reflexiones no es ni siquiera crítico. Es sanador, pues me parece mentalmente saludable ser conscientes de este potentísimo fenómeno de contaminación cultural que, por otra parte, ha existido siempre en función del predominio sobre unos u otros sectores geográficos del planeta, de una potencia política, un imperio, por ejemplo, a lo largo de toda la Historia…