El síndrome cinéfilo

Martes, 17/09/2024 12:32 PM

Gracias a reclusiones involuntarias impuestas por la edad, las pandemias, las falsas amistades, las hipocresías ideológicas, los despropósitos políticos y otros elementos hostiles, me he visto aún más intensamente sumido en mis lecturas, la escritura de mis modestos libros y ensayos y, recientemente, en un nuevo síndrome que consiste en quedarme frente al televisor preparado con los controles a mirar a través de You Tube, Netflix u otras plataformas, centenares de filmes de cualquier género, y de este modo permitir a mi mente curiosa solazarse en el desplazamiento vía control remoto por un océano de películas de todo tipo, lo cual me ha permitido apreciar filmes de hace medio siglo o más en los géneros de ciencia-ficción, acción, terror, épica, comedias, dramas, tragedias y tragicomedias, filmes sobre catástrofes o magnicidios, películas sobre asuntos políticos, bélicos, eróticos, sensacionalistas: todos ellos brevemente interrumpidos por videos de patrocinantes, avisos comerciales y un sinfín más de imágenes donde observamos a personas intentando cantar, dar sermones, conferencias o menear el cuerpo, mientras un buen número de "influencers" pretenden tomar el lugar de políticos profesores, o acaso convertirse en consejeros de la moral pública. Al final he acabado por acostumbrarme a tales formatos audiovisuales, a fin de atenuar un poco la deliciosa intoxicación literaria que padezco hace años y a la cual me someto a diario, pensando también que es una manera de curarme de los nuevos esquemas culturales y educativos de la sociedad global, o de ese nuevo tipo de modelos de enseñanza que, a mi modo de ver, han mostrado una alarmante decadencia de fondo.

De aquí, entonces, que pase buena parte de mis tardes o noches apreciando aleatoriamente películas de cualquier nacionalidad, mexicanas por ejemplo, como pudieran ser las del genial Luis Buñuel cuando vivió en México y se hallaba exilado en ese país debido a la Guerra Civil Española; sus filmes, que bien pudieran ser considerados una suerte de realismo mágico mexicano, mezclas de surrealismo con realismo extremo, merecen el calificativo de alucinantes; también por supuesto las películas de mi favorita mexicana Silvia Pinal, deliciosa comediante con una chispa picante, que brilla por si sola. Por supuesto también a la femme fatale María Félix y su saga de caracterizaciones malvadas tan emocionantes; o los roles divinamente patéticos de Dolores del Río; las múltiples viejecitas que encarnó Sara García; los hermanos Julián y Fernando Soler actuando de manera impecable en tantos filmes melodramáticos, muchos de ellos dirigidos magistralmente por el mismo Fernando Soler; pero sobre todo los filmes de Fernando de Fuentes, suma expresión del cine mexicano y uno de sus fundadores; mientras otras películas las debemos a la figura del gran actor de carácter Pedro Armendáriz, al que siguen otros grandes actores como el Indio Fernández, Carlos López Moctezuma o Arturo de Córdoba; luego estarían los charros galantes y cantores como Pedro Infante, Jorge Negrete o Antonio Aguilar y de las divas Flor Silvestre, Lucha Villa, Consuelo Velásquez y la bailarina Tongolele; los galanes urbanos Enrique Lizalde y Joaquín Cordero; los comediantes Mario Moreno Cantinflas, Germán Valdez "Tin Tan" y Resortes; en fin, en el cine mexicano podemos apreciar de nuevo, y de manera generatriz, el alma de un pueblo fuerte que tanto ha influido en los venezolanos.

También he apreciado por estos canales buenas cintas del llamado Cine Negro Americano en donde resaltan las caracterizaciones de actores como Edward G Robinson; series como Los Intocables cuyo personaje central Eliot Ness fue interpretada por Robert Stack y la famosa serie El fugitivo caracterizada por David Janssen; las producciones de ciencia ficción Viaje a las estrellas y Perdidos en el espacio; la serie de televisión más vista en el mundo El Zorro, protagonizada por Guy Williams; o la serie de humor negro La familia Monster; he podido disfrutar de numerosos capítulos de La dimensión desconocida en el género de misterio, dentro del cual también destaca Alfred Hitchcock presenta. De estas dos últimas puedo decir que he visto casi cien. Mientras que, del género de gánsteres, el más abundante después del western, es también donde están los peores trabajos. Diremos que, del western, género norteamericano por excelencia, han quedado numerosos clásicos de donde sobresale A la hora señalada donde destaca Gary Cooper y Grace Kelly en los roles principales. seguidos muchos años después por los westerns spaguetti de Sergio Leone que inundan You Tube, únicos en su clase. Por esta vía he disfrutado también casi toda la producción de Charles Chaplin, un genio del humor inteligente que con sólo mirarlo unos minutos las carcajadas ya brotan locamente de mi garganta. Del cine europeo también caen algunas aleatoriamente, como por ejemplo la francesa Las diabólicas del director Henri Clouzot, obra maestra de la intriga y el humor negro en los años sesentas.

En cuanto a lo que pudiéramos llamar cine literario llegan a mi memoria unas cuantas producciones apreciables en este medio, como por ejemplo las películas sobre la obra de Franz Kafka que vi a principios de este año y comenté ampliamente por las redes con motivo de los cien años del viaje final del escritor checo (la pueden leer en el enlace https://nilaediciones.com/tag/ensayo/ o https://www.aporrea.org/internacionales/a328862.html) películas sobre clásicos de ciencia ficción como 1984 y Un mundo feliz (más suerte tuvo Orwell que Huxley en este formato), sin contar los grandes clásicos 2001 Odisea del espacio de Kubrick o Fahrenheit 451 de Francois Truffaut, u otros clásicos de América Latina como Pedro Páramo de Carlos Velo, con guión de Carlos Fuentes, basada en la célebre novela de Juan Rulfo, que ahora por cierto viene siendo anunciada por Netflix en una versión fílmica de Rodrigo Prieto; así como Cien años de soledad también en Netflix ha sido anunciada, a ver si logran tener suerte los directores Alex García López y Laura Mora Ortega con esta novela, al parecer imposible de llevar a la pantalla por su carácter eminentemente literario, ambas obras la del mexicano como la del colombiano situadas dentro de la corriente del realismo mágico. De hecho, cuando los personajes novelescos son tan fuertes, ocurre que cada lector, mientras lee la novela, se inventa su propio perfil, en este caso uno como José Arcadio Buendía y otro como Pedro Páramo. Justo ahora, antes de concluir estas breves líneas, termino de ver una versión brillante del director Martin Ritt sobre El sonido y la furia, la magnífica novela de William Faulkner; en la película de Ritt destacan las actuaciones de Yul Brinner (con pelo) y Joanne Woodward, donde se pone de relieve la impecable dirección, fotografía, guion y música tan propios de estas grandes producciones de la 20 Century Fox. Viendo la película de Ritt, mi memoria viajó a mi adolescencia cuando pude apreciar del mismo Martin Ritt el filme Un largo y ardiente verano con reparto encabezado por Paul Newman (Ben Quick) su esposa Joanne Woodward (Clara Varner), Anthony Franciosa, Lee Remick, Angela Lansbury y Orson Welles; o me sentaba a disfrutar de la serie de televisión en 26 capítulos, del mismo nombre, también inspirada en la trilogía El villorio de William Faulkner y protagonizada por Roy Thinnes, Nancy Malone, Lana Wood, y Paul Geary, dirigida por Dean Riesner; en ambos casos uno podía saborear el gusto de la intensa vida del sur de los Estados Unidos, sus costumbres y luchas con un dejo de nostalgia como la que se encuentra en las novelas del Faulkner, decididamente el gran novelista de Estados Unidos en el siglo XX.

También me encontré por ahí con dos clásicos del cine venezolano tomados justamente de dos novelas, ambas de Iván Feo: País Portátil (en codirección con Antonio Llerandi) basada en la obra homónima de Adriano González León, e Ifigenia basada, por supuesto, en la novela de Teresa de la Parra, ambas muy buenas y donde pude reconocer las caras de un montón de amigos míos que ya están en la séptima dimensión; de la primera destaco las actuaciones de Alejandra Pinedo, Eliseo Perera, Eduardo Gil y el propio Adriano González León, quien se divirtió mucho actuando por primera vez en una película; de la segunda destaco por supuesto a María Alejandra Martin y Jean Carlo Simanca; ambas me produjeron una especie de nostalgia de los buenos tiempos en Sabana Grande, Caracas, en le época de la "República del Este" donde bromeábamos sobre cada cosa viviente. Iván Feo falleció en estos días y debe ser reconocido como uno de los mejores directores nuestros.

En el siglo XXI, en cambio, nos vemos inundados por películas de superhéroes que pronto perdieron su encanto, pues no tuvieron la fuerza de los comics de donde fueron extraídos, y así las apreciamos vía streaming: o bien abusan de los efectos especiales o lo hacen a través de personajes que no son superhéroes pero actúan como tales: tal el caso del actor inglés Jason Statan, quien puede exterminar el solo a cuarenta hombres armados hasta los dientes, enfrentarse a un regimiento, volar edificios, rescatar rehenes, poner bombas, conducir aviones y helicópteros, saltar de trenes en movimiento, al final sufrir sólo un rasguño en la frente y, para colmo, tener sexo con la mujer más atractiva de la historia. Este tipo de actuaciones inverosímiles son propias del cine efectista que Hollywood vende a adolescentes y niños de manera descarada. Las mismas películas del agente 007 James Bond, antes protagonizadas por Sean Connery o Roger Moore, ahora carecen de encanto al ser encarnadas por suertes de personajes robots destructores al estilo Jason Statan. Me refiero aquí a personajes y no a actores que, como Daniel Craig, hacen buenos papeles. En cambio, al pésimo actor Sylvester Stallone no lo podría comparar con un Bruce Willis o un Arnold Schwarzenegger quienes, no siendo muy buenos actores, poseen un indudable encanto. Personalmente, soy fanático de Arnold, y no me pregunten por qué. Se le admira o no se le admira, y punto.

Pero la sorpresa de este nuevo síndrome cinéfilo la he experimentado con las series rusas de formatos en capítulos, que ahora también están de moda vía You Tube y cuya forma narrativa ya es cosa común en el cine americano propiciado por Netflix. Las rusas me apabullan por una cansona simplicidad de edición donde se plantean determinados temas dentro del más puro realismo cotidiano, le llamaría yo; ahí cualquier incidente de la vida corriente de una familia como celos, envidia, codicia, mediocridad, desequilibrio mental o un simple error, pueden generar complicadas situaciones que poco a poco se resuelven en un final feliz: todo ello desarrollado con actores y actrices esbeltos, rubios, bellos e impecables viviendo en ciudades hermosas. En estas producciones advertimos la malicia o la insania de muchos de estos personajes; pero nunca la maldad dirigida, los vicios o la violencia explícita presentes en las series estadounidenses, donde los personajes son tan pero tan malévolos o retorcidos, que bien pudieran apuñalar a traición a sus propios padres. Por supuesto, ambos son extremos esquemáticos, y por ello mismo tediosos y aburridos.

Algo similar ocurre en muchas producciones de Netflix que, aun siendo impecables en su dirección, actuaciones o recursos técnicos o fotográficos como las recientes Ripley (un remake) o Accidente, se alargan en demasía con capítulos de una hora cada uno, lo cual suma cinco horas o más de exhibición continua y constituye un verdadero abuso del tiempo del espectador. Por algo, la duración de un filme debe estar entre los noventa minutos o máximo dos horas, a fin de que no fatigarnos. En el caso de películas de tres o más horas, se nos permitía en las salas una pausa para descansar, tomar algo o hacer nuestras necesidades antes de volver de nuevo a la sala.

No puedo negar el placer de esta nueva forma de mirar películas que ha generado en mí este nuevo síndrome cinéfilo de controles remotos sobre una pantalla, la cual me espera para mirar lo que yo desee en el instante que yo elija. Como en todas las cosas aparentemente fáciles, lo importante esta vez seria no dejarme ideologizar o manipular, sobre todo no hacer mucho caso de las informaciones tendenciosas ni de los órganos muy conocidos de comunicación, cada uno dependiente de determinados intereses económicos ya preestablecidos, que muchas veces están mucho más allá del bienestar público. Recomiendo en este caso tener el cuidado de presionar el botón "omitir" cuando el patrocinador insista demasiado en lavar nuestro cerebro, no vaya a ser te intenten vender el producto equivocado.

En fin, en medio de este streaming (al margen del cual, por cierto, Francis Ford Coppola y Kevin Costner tuvieron que hacer y pagar de sus bolsillos sus respectivas películas, recién estrenadas) de este caudal apabullante de información cultural donde reina el espectáculo, la música, las noticias, las obras fílmicas malas o buenas, nuevas o viejas, baratas o costosas, y en medio de todo esto puedes a veces encontrarte con una obra que puede removerte de la cabeza a los pies a través de un mensaje o un recuerdo de esos que el cine, esa gran invención, puede transmitirte cuando tu propio ocio o tu propio tedio ya no saben a dónde dirigirse.

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