Como lo explica Javier Sanz, en Historias de la Historia, «el sionismo es un movimiento político judío que intenta recuperar Palestina como patria, cuyo fin último consiguió con el establecimiento del Estado de Israel en 1948. El judaísmo es la religión basada en la ley de Moisés, que se caracteriza por el monoteísmo y por la espera de la llegada del Mesías. Por tanto, la distinción parece clara, es más, existen facciones del sionismo laico que propugnan la eliminación del judaísmo, pues lo consideran un lastre que impide la concreción de un Estado laico soberano, sin Dios ni compromiso con la Torá y sus mandamientos». Por su parte, en su análisis titulado «Gazas, guerras y revoluciones», Iñaki Gil de San Vicente explica que «un simple mapa nos muestra la decisiva importancia económica, militar y cultural que tendría el Gran Israel para el Imperialismo si triunfase, porque es el nudo gordiano que une África y Eurasia, sobre un subsuelo repleto de hidrocarburos y otros recursos, y que por ello mismo cierra o abre los grifos de alrededor de un cuarto del flujo de la logística mundial. Ese triunfo sólo podría lograrse por medio de guerras mortíferas y masacres inenarrables, como las que sufre Palestina desde 1948». Adicional a lo anterior, la dirigencia política del Estado de Israel ha terminado por imponer sus propios intereses a las potencias de Occidente, especialmente de Estados Unidos, estableciendo los cimientos de una geopolítica que no se limita únicamente a la región euroasiática sino que se pretende extender a todo el planeta, por muy increíble y audaz que esto parezca.
El sionismo creó un relato que generó una identificación esencial y ficticia con el judaísmo. Logró instalar que las decisiones del Estado tienen la ética judía, y por ello, siempre son decisiones justas. Según tal relato, cada acto de Israel estará orquestado por «dios», y debería, en consecuencia, ser perdonado, apoyado y hasta elogiado por el resto de la humanidad, agregándole la legitimidad de la recompensa que da la victimización. La secularización del Estado, en este caso, funcionó como una herramienta de dominación para la religión. En pocas palabras, el sionismo fagocitó al judaísmo. Copiando lo escrito por Gilad Atzmon en su artículo «El mito del judío errante», refiriéndose al libro «¿Cuándo y cómo fue inventado el pueblo judío?» del historiador Shlomo Sand, profesor de la Universidad de Tel Aviv, «los judíos no son una raza sino un colectivo de mucha gente ampliamente secuestrada por un movimiento nacional fantasmático tardío. Si los judíos no son una raza, no forman un grupo racial y no tienen nada que ver con el semitismo, el antisemitismo es, categóricamente, un significante vacío. Ciertamente se refiere a un insignificante que no existe. En otras palabras, nuestra crítica del nacionalismo judío, de los grupos de presión judíos y del poder judío solo pueden concebirse como una crítica legítima de ideología y de práctica. [...] no estamos y nunca lo estuvimos contra los judíos (el pueblo) ni tampoco contra el judaísmo (la religión); estamos contra una filosofía colectiva de claros intereses globales. Algunos pueden preferir llamarla sionismo, pero yo prefiero no hacerlo. El sionismo es un significante demasiado estrecho para comprender la complejidad del nacionalismo judío, su brutalidad, su ideología y su práctica. El nacionalismo judío es un espíritu y los espíritus no tienen fronteras bien delimitadas. De hecho, ninguno de nosotros sabe exactamente dónde termina la judeidad y dónde empieza el sionismo, de la misma manera que no sabemos dónde terminan los intereses israelíes y dónde empiezan los intereses de los neocons (neoconservadores)».
El prontuario criminal del Estado de Israel no puede ocultarse ni aún justificarse tras la falsa creencia que este representa, o es la continuidad, del viejo reino que se menciona en el compendio de libros que forman la Biblia; como tampoco que él es parte de la restauración profetizada acerca del final de los tiempos o apocalipsis. Para que todo esto sea visto como algo normal se apela a la creencia que señala los ataques que sufriría Israel (no sionista) de parte de la nación de Magog, dirigida por Gog, descritos en los libros de Ezequiel y Apocalipsis. Esto, a pesar de toda la extensa literatura existente respecto a la condición moderna del Estado de Israel y su desconexión con el viejo reino bíblico de Israel, ha servido, sin embargo, para que muchos religiosos fanatizados así lo crean, apoyando, por tanto, las recurrentes masacres cometidas contra la población palestina, negándole a ésta todo derecho a existir como nación libre; manteniendo una permanente campaña propagandística en su contra, culpándola de su propio holocausto. En tal contexto, no es descartable que los sionistas tengan en mira desencadenar una nueva conflagración mundial, con el epicentro en Oriente Medio, secundados por el binomio imperialista gringo-europeo que busca mantener su hegemonía y mermar significativamente la posibilidad del surgimiento de un mundo multicéntrico y multipolar con las naciones del grupo Brics a la cabeza.