Entendamos: no hay ningún cambio climático

Jueves, 17/10/2024 12:58 PM

La emisión constante y, al parecer, indetenible, de gases de efecto invernadero, la alta contaminación simultánea de aire, suelos y océanos a causa de los desechos tóxicos de las industrias y las pruebas de armas nucleares, la detección alarmante de plásticos no biodegradables en mares y demás fuentes de agua, y la tala e incendios indiscriminados de grandes extensiones boscosas, como sucede en la Amazonía, son parte de los elementos negativos que han hecho ver que el cambio climático ya no podrá, en adelante, definir lo que está ocurriendo y nos afecta indistintamente a todos desde hace décadas a nivel global. Para ello, muchos expertos en el tema ambiental coinciden en señalar que al cambio climático o calentamiento global le sigue, en una proporción más perturbadora y urgente, la ebullición global, algo que representa un cataclismo en todo el orbe, apenas visualizado mediante algunas profecías antigüas por cumplirse y las espectaculares producciones cinematográficas en las que el exterminio masivo es su rasgo principal. A pesar de todas las evidencias, las potencias europeas y Estados Unidos, junto con sus grandes empresas transnacionales, siguen negando su impacto, lo que haría creer que el cambio climático sólo es una invención de grupos conspiracionistas e izquierdistas que atentan contra el desarrollo.

En su artículo «Contra el mito del progreso, filosofía», Azahara Palomeque puntualiza que «las nociones occidentales de la naturaleza como recurso económico y la historia como desarrollo ocultan una trayectoria de colonización, racismo y machismo que debe ser cuestionada». Lo cual, con todo lo que está aconteciendo y que prefigura un futuro nada halagüeño para todos los seres humanos subalternizados y explotados por el capitalismo neoliberal, al igual que para el resto de seres vivos sobre nuestro planeta, constituye una guía a seguir, si se quiere medianamente comprender la magnitud de la realidad presente en materia ambiental aunque siga siendo una realidad desconocida adrede por parte de quienes rigen la política y la economía de nuestros países, especialmente en aquellos de donde se extraen los diversos recursos naturales que le son altamente vitales a la sociedad de consumo de Europa y Estados Unidos. Es algo imposible (aunque se pretenda obviarlo) abordar la gran catástrofe que se cierne sobre todo el planeta sin llegar a cuestionar el sistema capitalista. Es así cómo las luchas sociales, en su gran mayoría protagonizadas por pueblos campesinos y originarios, tienen entre sus objetivos fundamentales la defensa y la preservación de la naturaleza, al mismo tiempo que suponen un enfrentamiento contra las medidas económicas neoliberales. Tomando como base los aportes de Karl Marx para el entendimiento de la sociedad capitalista, muchas personas entienden en la actualidad que un crecimiento infinito (guiado por la lógica de «producir más» y «consumir más») es imposible en un mundo de recursos naturales limitados; lo que convierte la lucha ecologista en una lucha de carácter político, aunque muchos de sus promotores no lo entiendan aún así.

En muchas de nuestras naciones se ha propuesto la implantación de una economía de carácter socialista (aunque quizás, para algunos, el término no resulte ser del todo el más apropiado) que funcione con un mercado regulado, basado en la justicia y la igualdad social, lo que contribuiría al logro de una distribución equitativa de la riqueza, sin el control habitual de una minoría privilegiada. Esto plantea, en términos profundos, una transformación del modelo civilizatorio dominado por la lógica egoísta del sistema capitalista. Para que ello suceda deben conjugarse dos cosas: por una parte, la lucha política y, por la otra, la lucha económica; esto significa que debe emprenderse la auto-conducción de las masas y la gestión directa del proceso productivo, a cargo de los trabajadores, asumiendo estos la condición de productores colectivos. Ambas tendrán que originar en cada individuo una transformación sustancial de su subjetividad, de manera que siempre exista la posibilidad de ejercer una clase de democracia de mayor amplitud, de mayor consenso y de mayor participación, sin que el clásico burocratismo presente en el Estado y las organizaciones con fines político-electorales la coarten y la desvíen de sus objetivos fundamentales en función de los intereses de una minoría dirigente, sea cual sea su nomenclatura. En el caso concreto de la preservación del medio ambiente es preciso imponerse -como ya lo han planteado varios grupos y autores ambientalistas sobre este tema- una reducción radical de la producción y el consumo. Por lo que es necesario «crear un nuevo sistema, basado en los principios de la complementariedad, la solidaridad y la equidad, del bienestar colectivo y de la satisfacción de las necesidades de todos, en armonía con la Madre Tierra, que reconozca al ser humano por lo que es y no por lo que tiene. En efecto, sólo puede haber equilibrio con la naturaleza si hay equidad entre los seres humanos», tal como se expresó en la Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra, convocada por el presidente Evo Morales en 2010.

Hasta ahora, la impresión generalizada que se tiene es que nadie quiere ser sensible y solidario frente a una humanidad que se autodestruye todos los días, pero es necesario serlo, pese a lo cursi o idealista que ello suene, si queremos darle algún sentido positivo a nuestras vidas. Sin embargo, muchos comprenden que la destrucción de los ecosistemas naturales no solo ha enriquecido enormemente a quienes se benefician directamente de ella, explotando sin muchos y efectivos controles sus diferentes recursos, sino que ha dejado sin hábitat a una diversidad de especies animales y desterrado a otras tantas de origen vegetal, convirtiendo en desiertos amplias franjas de terrenos. Sí, entendamos: no hay ningún «cambio climático». Lo que hay es, siguiendo las advertencias de científicos y ambientalistas, es una catástrofe climática. La transformación, por tanto, de los modos de producción y de las condiciones materiales de existencia siguen siendo las alternativas con que se pudiera asegurar, de un modo definitivo, la continuidad de toda manifestación de vida sobre la Tierra.

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