El misterio de los gigantes de Moais

Miércoles, 30/10/2024 12:21 PM

De un artículo de prensa

Los bustos pétreos de Rapa Nui estuvieron envueltos en el misterio hasta la expedición de la arqueóloga británica Katherine routledge en 1914

Moáis caídos y semienterrados en la cantera del volcán Rano-Raraku.

Los isleños extrajeron de aquí la piedra para labrar estas estatuas.

En 1722, tres barcos al mando del capitán holandés Jacob Roggevee avistaron en el Pacífico, a 3.760 kilómetros de las costas de América del Sur, una isla baja y llana; como ese día era domingo de Pascua, la bautizaron como isla de Pascua.

Cuando los holandeses desembarcaron descubrieron que, pese a su remota localización, estaba habitada; allí vivía un pueblo que hoy se llama rapanui por el nombre que sus miembros dieron a la isla: Rapa Nui.

Pero lo que realmente dejó asombrados a los navegantes europeos fueron las enormes estatuas de piedra esparcidas por la costa y el interior de la isla, que ocupa una extensión de 171 kilómetros cuadrados.

Estos gigantes, conocidos como moáis, alcanzaban diez metros de alto y ochenta toneladas de peso y se alzaban sobre grandes altares, llamados ahu, realizados con losas de basalto.

Los moais, cerca de mil, tienen un estilo inconfundible: comprenden una cabeza con dos grandes orejas, los hombros y la parte superior de los brazos. En su rostro destaca una prominente nariz, y algunos lucen extraños tocados de piedra.

¿Quién los erigió?

Los moáis eran tanto más impresionantes cuanto que era difícil entender cómo la población de la isla, escasa y pobre, había sido capaz de erigirlos. Así lo observó el célebre explorador inglés James Cook cuando llegó al lugar en 1774, cuatro años después de que el marino Felipe González de Haedo pusiera la isla bajo dominio del rey de España, Carlos III, por lo que le dio el nombre de isla de San Carlos.

El capitán Cook pasó allí muy poco tiempo, pero mostró su admiración por el pueblo que erigió las estatuas: «Apenas podemos concebir de qué manera estos isleños pudieron enderezar semejantes estatuas y, más tarde, colocar en lo alto de sus cabezas los enormes bloques cilíndricos de piedra».

Volcán Rano-Raraku, la mayor cantera de la isla de Pascua.

El enigma de la construcción de los colosos de piedra de la isla de Pascua se mantuvo largo tiempo.

De hecho, no fue sino hasta principios del siglo XX cuando se investigó a fondo la cuestión.

La aportación decisiva vino de la británica Katherine Routledge (1866-1935), una de las primeras mujeres que se licenció en arqueología en Oxford.

Especialista en sociedades del África negra, en 1910 ella y su marido, William Routledge, decidieron organizar una expedición científica a la isla de Pascua.

El viaje lo realizan en un navío de 27 metros de eslora y en 1913 desde Inglaterra.

Tras un largo viaje que los llevó hasta Patagonia y Brasil, el 29 de marzo de 1914 llegaron a la isla de Pascua.

Allí, Katherine excavó y catalogó moáis, altares y plataformas.

También entrevistó a los nativos, y pudo reunir abundante información sobre antiguos mitos y leyendas.

Al visitar la cantera del cráter del volcán Rano-Raraku, una de las tres que usaron los isleños para extraer la roca con la que construyeron los moais, lo que más llamó la atención de la investigadora fue la gran cantidad de esculturas que allí yacían, unas 394, muchas inacabadas o medio enterradas: «Allí yacen estatuas a medio esculpir, tal y como fueron abandonadas cuando, por algún ignorado motivo, los obreros dejaron los útiles y el escenario quedó en silencio».

Katherine estudió también la misteriosa escritura jeroglífica grabada en tablillas o losas de piedra, conocida como rongo-rongo y que aún no ha sido descifrada, así como los diseños grabados en la base de las esculturas.

Katherine los comparó con los tatuajes que lucían los isleños y su semejanza le hizo concluir, acertadamente, que quienes esculpieron las grandes estatuas eran los antepasados directos de los modernos pobladores de la isla.

Los Routledge dejaron la isla en 1915 y Katherine publicó sus conclusiones en 1919, en el libro El misterio de la isla de Pascua.

Dos años después, la revista National Geographic publicó con el mismo título un reportaje firmado por la arqueóloga en el que relataba su expedición.

 

L

 

Routledge formuló la hipótesis de un desastre ecológico como causa de la crisis de la sociedad pascuense. Esta idea se ha visto confirmada por investigadores posteriores, que han reconstruido las distintas fases de la historia de la isla y han analizado su patrimonio arqueológico.

Entre ellos cabe citar al biólogo y explorador noruego Thor Heyerdahl, que organizó una expedición en 1956, así como al antropólogo norteamericano William Mulloy y a su discípulo Charles Love, en la década de 1970.

Actualmente, la arqueóloga estadounidense Jo Anne van Tilburg, gran conocedora de la cultura de la isla de Pascua, ha puesto en marcha el Easter Island Statue Project, una iniciativa para fomentar el estudio de la cultura isleña y proteger y conservar su valioso legado.

Gracias a todos ellos, hoy sabemos que fueron navegantes polinesios quienes colonizaron la isla de Pascua hacia 500 d.C. Desde 1000 al 1500, la isla vivió una época de prosperidad en la que se erigieron los grandes altares con sus enormes estatuas. Éstas representaban a los espíritus de los antepasados, y ante ellas los nativos celebraban ritos y ceremonias; a su alrededor se alzaban las casas colectivas, de planta oval, con muros de piedra y cubiertas de madera y materias vegetales.

Pero entre 1500 y 1722, los clanes de la isla se enfrentaron y los jefes rivalizaron en construir moáis cada vez mayores. El enorme gasto de piedra y madera causó un colapso ecológico. Así, el culto a los antepasados acabó y una nueva casta guerrera tomó el poder; los ahu fueron abandonados y los moáis, derribados. Fue esta sociedad empobrecida y en crisis la que hallaron los primeros europeos que llegaron a la isla de Pascua

Parte de una historia, aún no concluída

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