El pueblo judío como pueblo-testigo (pueblo–de-Dios) (II)

Lunes, 28/10/2024 12:17 PM

"Un pueblo elegido siente un llamado a servir, mientras que una raza suprema a dominar. La emoción característica de un pueblo elegido es la humildad, la virtud de una raza suprema es el orgullo. Una raza suprema ve la victoria bajo la lupa de sus propios méritos, mientras que un pueblo elegido se la atribuye a Dios, a la Providencia o a la historia, pero no a sí mismo. Una raza suprema considera que la derrota es una humillación; un pueblo elegido la considera un llamado al arrepentimiento"

Rabino Jonathan Sacks

"Creo que todo pueblo (y en forma más limitada, todo individuo) fue "elegido" o destinado para algún propósito particular en el avance del diseño de la Providencia. Sólo algunos cumplen su misión, mientras que otros no. Quizás los griegos hayan sido elegidos para sus contribuciones al arte y a la filosofía, los romanos para sus servicios pioneros en ley y gobierno, los británicos para traer la legislación parlamentaria al mundo, y los estadounidenses para dirigir la democracia en una sociedad pluralista. Dios eligió a los judíos para ser "Mi tesoro" como los pioneros de la religión y la moral; este fue y es su propósito como nación"

Rabino Lord Jacobovitz

"Cuando los eruditos de religión hablan sobre la 'Doctrina de la elección', es sólo una forma elegante de hablar sobre la idea de que el pueblo judío es el pueblo elegido. Pocas doctrinas son tan centrales en la historia y la misión del pueblo judío como esta. Y, así y todo, haber sido elegidos también es controversial y puede fácilmente ser entendido como racismo o supremacía nacional. Por desgracia, algunos pensadores judíos fueron en esa dirección. Más aún, algunos antisemitas lo entienden así, obsesionándose con la doctrina como excusa de su odio injustificable.

Rabino Samuel Lebens

RAÍCES JUDÍAS: DIOS, EL ÚNICO SANTO

En un sentido general, la palabra hebrea "santo" (kadosh) significa dedicado, o puesto aparte. Lleva consigo la connotación de algo separado, puro y limpio, sin mezcla alguna de mal, como una fuente que mana agua clara; algo sólido y consistente, gracias a la fuerza de su integridad; viva llama ardiente en contraste con la oscuridad. Estas alusiones al significado forman una unidad cuando el término se usa en referencia a Dios, "el Santo de Israel" (Is 45-11). Se refiere a Dios como ser absolutamente trascendente, totalmente separado de lo que es finito o está lleno de pecado. Pero la santidad divina no hace referencia, en primera instancia, a una perfección moral o a una pureza ritual. Más bien, alude al misterio y al poder de un Dios misericordioso, la cualidad numinosa de lo divino que mora en una luz inaccesible, Dios como el mysterium tremendum et fascinans, ante el que el corazón humano se siente tremendamente temeroso e irresistiblemente atraído. Aunque permanece siempre escondido, este misterio divino se manifiesta en teofanías que solo sirven para hacer aún más profundo el misterio: la promesa de una gran descendencia a una mujer esclava que huye por el desierto, una zarza que arde y no se consume, un grupo de esclavos que logra la libertad, palabras que queman la lengua de un profeta, una brisa suave. La palabra "santo" alude a la experiencia del ser de Dios, que no se parece a nada ni a nadie, ante el cual el pueblo termina entrando en el silencio, cantando, danzando, elevando sus brazos o hincándose de rodillas en adoración. "La santidad de Dios", radica en el ser Dios de Dios. Es la propia santidad de Dios, la auténtica esencia divina que vive con una energía inconcebible, que las personas no pueden manipular pero que hace posible la propia existencia de las personas.

En el uso bíblico, la santidad de Dios nunca se utiliza, simplemente y de forma no dialéctica, para indicar la alteridad y la inaccesibilidad de Dios, porque el Único Santo es, precisamente, el Santo de Israel. Situada dentro del esquema narrativo del Éxodo y de la Alianza, la santidad es, al mismo tiempo, un término profundamente relacional que se refiere a la implicación de Dios en el mundo a través de su preocupación creadora y redentora. Un ejemplo: cuando los israelitas hubieron atravesado el mar de los Juncos, la profetisa María tomó su tímpano y guio a las otras mujeres con una canción y un baile de alabanza. Contando la historia de su huida sin aliento, una versión del cántico exclama:

¿Quién como tú, entre los dioses, oh Yahveh? ¿Quién como tú, magnífico en santidad, terrible en tus proezas, hacedor de maravillas? (Ex 15-11)

Lo verdaderamente característico o típico del punto de vista bíblico sobre la santidad, es que en él se manifiesta la inconmensurable grandeza de Dios cuando rescata a ese variopinto pero determinado grupo de esclavos. Una y otra vez, los salmos y los profetas ofrecen esta conexión entre la trascendencia divina y la inmanencia, expresándola con toda claridad vinculando santidad y justicia, santidad y amor a la verdad, santidad y gloria a lo largo y ancho de la tierra. Este vínculo es tan sólido que podemos decir que el compromiso compasivo y desafiante es la auténtica forma en que la santidad divina trascendente se da a conocer. Como ha demostrado convincentemente Abraham Joshua Heschel: "Lo que Abraham y los profetas encontraron no fue un numen, sino la plenitud de la solicitud de Dios".

Cuando se investiga con más profundidad la conexión bíblica entre la santidad de Dios y su manifestación en la justicia, verdad o gloria, aparece con toda claridad la idea sumamente profunda de que el intangible, el Dios totalmente otro, siempre va a ser encontrado dentro de una relación salvífica en favor del mundo. Hablamos ahora de la gloria, comenzando con el texto bien conocido de la visión de la vocación de Isaías. Llamado a convertirse en profeta, se ve a sí mismo llevado ante el grandioso trono de Dios, con incienso que arde en las esquinas de la habitación y ángeles que se hacen presentes por doquier. Él oye cómo resuena la alabanza:¡Santo, Santo, Santo es Yahveh Sebaot; toda la tierra está llena de su gloria!(Is 6,3).La triple repetición de la palabra "santo" expresa un grado superlativo; pero, en vez de dejar al Único, sentado, sin más, en su trono, como objeto de culto que inspira temor, el texto presenta esta que irradia sobre el santidad como gloria mundo. El Dios de Israel no es un simple Dios de las alturas, por más que allí more, sino que habita realmente en la tierra. Santidad y gloria: la segunda, precisa el significado de la primera. Un análisis más "profundo" del significado de gloria nos puede conducir al corazón mismo de la noción bíblica de santidad que nunca aparece descrita al margen de la bondad y compasión divinas.

En el lenguaje ordinario, "gloria" es una palabra que significa esplendor, magnificencia, brillantez, lustre, rica ornamentación, poder y valía. Hace referencia a algo hermoso y deseable. La palabra hebrea para designar gloria, kabod, procede de un verbo que significa "pesar mucho" y, por eso, incluye estas connotaciones, llenándolas de un sentido de densidad o importancia profunda. Gloria, pues, significa algo semejante a un gran resplandor. Cuando se usa refiriéndose al misterio santo de Dios, el kabod YHWH, es una metáfora llena de luz que significa el gran resplandor de la presencia divina en el mundo, el brillo denso, desbordante, enorme de la inmanencia de Dios que reposa cerca y viene a iluminar, caldear y poner las cosas en su sitio. Cuanto más se insiste en la infinita trascendencia de Dios en la experiencia de Israel, más técnico se hace el término kabod YHWH en los libros bíblicos para referirse a la presencia divina en el mundo y su acontecer. Aunque Dios mora más allá de los cielos y no se puede comparar con nada de lo creado, las cosas están llenas de Dios y rezuman su gloria; el enorme resplandor de Dios nos rodea. Cuando se vislumbra, aunque sea parcialmente, esta realidad, uno queda situado frente a la automanifestación del ser de Dios, frente al carácter públicamente comprometido y descubierto del incomprensible, Único, Santo. Sin embargo, aunque funciona como un código para la presencia de Dios, la gloria divina nunca se percibe directamente. Al revés, se revela en el mundo, y a través de él y de lo que en él acontece. Entre estos elementos reveladores destaca el mundo natural con su poder y su belleza: "Los cielos proclaman la gloria de Dios"(Sal 19,2) canta jubiloso el salmista. La gloria divina se describe, típicamente, recurriendo a una nube o a la fertilidad de la tierra o al fuego o a la tormenta con el ruido de sus truenos, los rayos y las aguas que se desbordan. Ciertamente, todo este mundo natural es capax Dei, capaz de revelar lo que es invisible, el Creador oculto. Como percibe Isaías en su visión mística del Único que es "Santo, Santo, Santo", la tierra está llena de la gloria de Dios. En la visión bíblica, la gloria es, por tanto, una categoría de la inmanencia divina que se capta a través de la participación del mundo en la belleza divina. El mundo comparte el gran resplandor de Dios, los cielos estrellados le cantan, otras criaturas de la naturaleza lo revelan mediante fugaces destellos, formas de alimentación y a través de todas las tareas intrincadas y misteriosas. Los seres humanos, también, reflejan el esplendor divino, y cuando caen en la cuenta de ello en los momentos de lucidez, "dan gloria" a Dios. Esta respuesta conlleva sentimientos positivos de alabanza y acción de gracias junto con esfuerzos para corresponder a la gloria divina con las propias obras de amor y de justicia.

Pero la gloria divina, el gran resplandor de Dios, no se reduce a la belleza y magnificencia del mundo. El pecado, el dolor y la injusticia echan a perder el bienestar del mundo. Estallan las guerras, sufre el inocente, los pobres tienen hambre, una historia de sangre y lágrimas recorre los siglos. Por consiguiente, el kabod YHWH, jamás percibido directamente, se manifiesta también en el acontecer histórico de la construcción de la paz y de la libertad, y a través de él. Las narraciones del Éxodo conceden gran espacio a este símbolo, utilizándolo para manifestar al Dios que libera a los israelitas de la esclavitud, acompañándoles en la gloria de nube y fuego, a través del desierto, dentro de su propia historia de Alianza. El libro de la Sabiduría lo expresa así: "Ella liberó al pueblo santo y a la raza sin mancilla de la nación opresora [...] los condujo por caminos de maravillas y fue para ellos amparo de día y resplandor de astros por la noche". (Sab 10, 15,17-18) El brillo de la nube y fuego alude a la presencia activa y compasiva del Dios santo en su trascendencia.

Por esta conexión y hasta un grado realmente extraordinario, la gloria de Dios es un tema bíblico de esperanza religiosa. Con palabras de consuelo para el pueblo que sufre el desastre del exilio a Babilonia, el segundo Isaías proclama que "se revelará la gloria de Yahveh"(Is 40,5); es decir, cuando llegue su liberación. Entonces contemplarán una manifestación resplandeciente del poder divino en un momento histórico de liberación y vuelta al hogar, signo de ese día futuro, aún más grande, en que será vencido el mal y todo el mundo se llenará de la gloria de Dios.

En términos bíblicos, el ansia de salvación y de victoria en la lucha contra el mal de la liberación de los pobres de la necesidad en que viven, y de la violencia de los que hacen la guerra, se expresa contundentemente en la esperanza de que la gloria de Dios habitara en la tierra o la llenará, o brillará en el cielo y en la tierra (Sal 85,9; 72,19; Ez43).

Bíblicamente, la gloria de Dios no apunta a Dios como a un Salomón más grande y mejor, sentado en un trono dentro de un espléndido aislamiento. Por el contrario, significa la belleza divina que ilumina al mundo y que, en particular, quiebra la ruptura y la angustia, conduciendo a la curación, redención y liberación. Es un sinónimo de la presencia y acción elusivas del Dios santo en medio del conflicto histórico. En cuanto tal, es una categoría de relación y de ayuda.

IDENTIDAD JUDÍA: SED SANTOS PORQUE YO SOY SANTO

En las Escrituras hebreas, la santidad es algo que pertenece exclusivamente a Dios. Ahora bien, el Dios bíblico, en su calidad de amante lleno de fidelidad, se une al pueblo para compartir esta santidad. El aspecto más característico de la religiosidad del pueblo judío reposa sobre la conciencia que posee de que, habiendo sido liberado de la esclavitud y elegido para la alianza, está llamado a compartir realmente la santidad de Dios. Como encontramos escrito en el Exodo: "Habéis visto cuanto yo he hecho en Egipto, y cómo os he llevado sobre alas de águila y os he traído hasta mí. Ahora bien, si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza, seréis propiedad particular entre todos los pueblos, porque toda la tierra me pertenece. Vosotros seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa".(Ex 19,4-6)

Aplicada al pueblo, la palabra kadosh posee la connotación de "pertenencia a Dios". Amado y acariciado como este es un pueblo marcado por una especial posesión de Dios en la tierra, relación profunda con el Único Santo, que actúa como fuente profunda de poder creativo en su centro más hondo. Esta relación no es un fruto logrado en virtud de sus grandes realizaciones o méritos, sino que se le otorga como un don soberanamente libre: "Si Yahveh se ha prendado de vosotros y os ha elegido no es porque seáis el numeroso de todos los pueblos, ya que sois el más pequeño de todos ellos, sino porque Yahveh os amó". (Dt7,7-8)

Se trata de un don de inestimable generosidad, lleno de implicaciones éticas, aunque no reducido a ellas. Todo lo que se refiere a la otredad trascendente y a la pasión por reconstruir el mundo, expresado por la santidad de Dios, se centra en el mandamiento divino que ahora crea una nueva identidad: "Porque yo soy Yahveh, el que os ha sacado de la tierra de Egipto para ser vuestro Dios". (Lv11, 45). Esta santidad no consiste, en primer lugar y sobre todo, en prácticas éticas o piadosas; tampoco implica el desconocimiento de la experiencia o de la perfección del comportamiento moral. Se trata, más bien, de una consagración de su verdadero ser. El pueblo está imbuido de una cualidad sagrada que conduce a la responsabilidad de convertirse en testigo y de estar al servicio de la bondad del mundo, de acuerdo con la dinámica de amor al mundo propia de la santidad de Dios, en la cual participa. Cuando el pueblo es llamado santo, y cuando algunos tiempos, lugares, cosas y actos son considerados ritualmente santos; cuando, además, se reconoce que una vida santa debe vivirse de acuerdo con la Torah, esa misma cualidad marca a todas esas realidades; es decir, existe una cierta participación en la energía divina que convierte al propio ser en algo sagrado, totalmente distinto de lo que es malo y sucio: "Porque tú eres un pueblo consagrado a Yahveh, tu Dios". (Dt 7,6) La forma concreta en que esta profunda e íntima relación se va construyendo a lo largo de la historia, presenta hoy día dificultades de interpretación, porque la expresión "pertenecer a Dios" puede sugerir la afirmación de una tendencia al exclusivismo segregador, capaz de provocar intolerancia y violencia hacia los que no pertenecen a la comunidad. Puede también crear divisiones en los de dentro basadas en consideraciones sobre superioridad o inferioridad.

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