No hay país en Europa que tenga más viviendas que España, en relación a su población. En España, una de cada cinco familias tiene una segunda vivienda, La cifra de segundas residencias duplica la media de los principales países europeos. La intolerancia, la presunción y la desmesura son tres rasgos muy acusados de la idiosincrasia española. Poco se libra del exceso. Lo mismo se aborrece a un gobernante hasta amenazarle, que los aficionados adoran a un deportista rayando en indignidad. Y a su vez el deportista no da la talla en elegancia. Este es el caso de Nadal y de Alcaraz, que atribuyen su derrota en la Copa Davis, a ser muy rápida la pista española de Málaga donde se jugó la final. Ni siquiera consideraron siquiera una deferencia o una ventaja jugar "en casa".
Pero esto de doblar la media la cifra de segundas residencias es muy grave desde el punto de vista político y social. Los presupuestos del Estado dedican cifras que marean a Defensa y una cifra irrisoria a la construcción de viviendas sociales.
Y así, mientras, incontables personas viven hacinadas en pocos metros cuadrados compartiendo piso o habitaciones, muchas de ellas con 40 o más años que siguen conviviendo con los padres, al acecho de heredar, en tiempos en que la longevidad da graves problemas a la Economía de los estados liberales, una gran parte de la sociedad española, 512 por cada mil habitantes, es propietaria de dos viviendas. Lo dicho, la corrupción, la desmesura, y la ostentación que ofende, son las marcas de identidad del español. A la mitad de España le parece deshonrosa la sobriedad, hace gala del lujo y desconoce las palabras humildad y la necesidad forzosas… de momento. Si no fuese por la UE, que hizo desde su fundación de España una gigantesca caseta de feria y una taberna de 500 mil kilómetros cuadrados, pues apenas hay industria, la ganadería está amenazada y también la agricultura por el cambio climático, a los españoles a buen seguro se les bajarían los humos…