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Toda la revolución de independencia de América del Sur la hicieron los venezolanos. Venezuela perdió la mitad de su población en aquella horrenda guerra, y así y todo salió a dar la cara por el resto del continente, Y EN EL RESTO DEL CONTINENTE, además de cobardes, abundaban con creces los traidores. Tan traidores que se empeñaron en asesinar a quienes les había dado la libertad, a Bolívar y a Sucre. En la Nueva Granada sólo hubo un General en Jefe, quien era verdaderamente un demente y un asesino, José María Córdova. Un día José María, contemplándose ante un espejo, admirándose en su magnífico uniforme de general, se preguntó auto elogiándose: "¡Carajo, José María!, ¿qué te hace falta?", a lo que un soldado que lo escuchaba le respondió: "El juicio, eso es lo que te falta", a lo que José María, enfurecido corrió a perseguirle con una espada. El pobre soldado aterrado logró meterse debajo de una cama y allí Córdova los destrozó a sablazos. Ese fue el más grande general de Colombia, peleó en Ayacucho distinguiéndose por su valor y coraje.
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Los GENERALES EN JEFE de Venezuela fueron: (ante todo el Generalísimo Francisco de Miranda): Santiago Mariño (Libertador de Oriente), Rafael Urdaneta, José Antonio Páez, Carlos Soublette, Manuel Carlos Piar Gómez, Juan Bautista Arismendi, Francisco Bermúdez, José Félix Rivas, José Tadeo Monagas, un título que también lo merecía el general de División José Antonio Anzoátegui, el General de División Pedro Zaraza y el más grande de todo Antonio José de Sucre. Hay que destacar los grandes oficiales venezolanos que se distinguieron en la Batalla de Boyacá, de Carabobo, Bomboná, Junín y Ayacucho, como son el General Ambrosio Plaza, General Manuel Cedeño y Negro Primero (quienes murieron en la Batalla de Carabobo), el capitán Leonardo Infante, el coronel Juan José Rondón (quien decidió la Batalla de Pantano de Vargas), el general Pedro León Torres (quien murió en la Batalla de Bomboná), el coronel Florencio Jiménez, el Capitán de Granaderos Domingo López Matute (peleó en Ayacucho), General Bartolomé Salom, General Jacinto Lara, General José Laurencio Silva, General Mariano Montilla, General Pedro Briceño Méndez, General Justo Briceño, General José Félix Blanco, General Juan José Flores (presidente de Ecuador), General Manuel Antonio Manrique, entre muchos otros…
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Cuando se planificó ir al Sur a liberar Ecuador y Perú, tanto Sucre como Santander le hicieron serias advertencias al Libertador, en varias oportunidades, de lo riesgoso y mortal que podría significar para la república que él se expusiera a la feroz resistencia y arremetida de los pastusos; que tal campaña debería hacerse tomando la ruta del puerto de Buenaventura. Para entonces, refiere el poeta Julio Arboleda que José María Obando: "... en ese tiempo pudo, entre los hombres más sanguinarios, distinguirse por sanguinario y feroz, y acreditarse como realista sincero, fin único que con sus inauditas crueldades se propusiera, consiguiéndolo tan completamente, que su crueldad se hizo proverbial entre los españoles mismos a quienes servía". No olvidemos que Obando fue el asesino de Sucre, y tal como dijo Tirofijo, la violencia en Colombia comenzó con el Crimen de Berruecos.
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Pese al poder realista en el Sur, surge una sucesión de pequeños temblores: Los pueblos de Guayaquil, Cuenca, Guaranga y Riobamba declaran su independencia. Es que Sucre ha volado para organizar la ofensiva; para ello ha pasado por el Cauca, evita meterse en el infierno de Pasto y se embarca en Buenaventura rumbo a Ecuador. Ante los ataques del Libertador, el enemigo se desconcierta, altera sus planes, se fatiga, se desmoraliza porque la estrategia es mantenerlos en una extenuante posición defensiva. La extensión ilimitada de los nervios del Libertador, su estado de permanente movilidad en un frente universal contra los enemigos de la causa independentista, la sola palabra BOLIVAR, es el recurso militar y moral más poderoso que posee la incipiente república.
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Es un vórtice de planes totales de unión y de esperanza que el escaso cerebro de José María Obando no es capaz de procesar, considera que desde el Río de la Plata hasta Caracas, por obra y gracia de Bolívar y Sucre, hay un solo país que se llama Colombia. Todo le parece un cruce de leyendas o mitos lejanos que el quisiera tener el poder comprender. Se ha vencido en Ayacucho, España ha entregado las armas, y ya no habrá más batallas grandiosas; el general Sucre ha sido nombrado presidente vitalicio de la nueva República de Bolivia. La palabra "vitalicia" le confunde y le conmueve. Van y vienen periódicos que hablan de la necesidad de instaurar un gobierno aristocrático con príncipes traídos de casas europeas, y José María intuye que es el reverdecer de una causa en la que España podría recuperar sus colonias. No hay noche en que a lo lejos no vea el resplandor de las caravanas que vienen de Lima y de Quito, cargadas de fastuosas reliquias artísticas que habrá de iluminar los museos y salones de una de las más esplendorosas capitales del Nuevo Mundo: Bogotá.
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Obando inspeccionaba aquellas cargas luminosas, con pedrerías, ídolos de oro, tacitas como de porcelana china, caravanas, enviadas desde lo más recóndito de las tierras americanas, y con ellas oficios que hablan de la conmovedora declaración en la que Sucre rechaza el mando vitalicio que se le ofrece por lo que ha dispuesto retirarse de la actividad política por un tiempo. Dice aquel Mariscal que necesita prepararse porque gobernar exige de mucho conocimiento. Y Obando se confunde con estas declaraciones que corren con impúdica maldad, pues se comentaba que Sucre era tonto, idiota; que cómo se le ocurría decir que iba a retirarse precisamente cuando la fortuna y la gloria le sonrían. ¿Cómo se le atrevía a decir públicamente que no sabía gobernar?
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Lástima que Sucre no le hubiese tenido a él por edecán, porque le habría ayudado. Obando sentía que gobernar era muy fácil. Por ejemplo, la gobernación de Pasto desde que Obando se había encargado de ella, sufrió grandes cambios. Ordenó indultos que le ganaron la buena voluntad de muchos guerrilleros, que llevaban más de diez años alzados. Pudo recoger grandes cantidades de armas enterradas e incluyó entre sus guardias más cercanos, a bandoleros que habían aterrorizado los caminos que van de Pasto a Popayán. Apadrinó muchos matrimonios y niños, obsequió al pueblo con fastuosas celebraciones, donde él mostraba sus habilidades culinarias en el arte de asar carne; muy cordial, muy sonriente, se regocijaba viendo la cantidad de mujeres que le hacían peticiones de caridad para sus hijos o esposos presos, solicitando un trabajo, rogando una atención para sus males. En aquellos años de pasividad guerrera, Obando fue llenándose de conocimientos políticos importantes. Se hacía leer la prensa que llegaba de Lima y de Europa; era asiduo en las veladas en casa de los más cultos hombres de Pasto. Leyó con gran interés y sometió a severa crítica el documento que Sucre dirigió al Congreso de Bolivia el 6 de agosto de 1825: Por amor a la patria, he tomado sobre mí esta carga, que es excesivamente pesada para un hombre formado en la guerra. He gobernado muy pocos meses y en ellos no he omitido diligencia para sofocar las pasiones y someterlas a la ley. A ningún hombre se ha perseguido; ninguna propiedad se ha atacado; ningún ciudadano ha sido arrestado sino ha sido por la ley. Entre los habitantes del Alto Perú no se oía otra voz que la de la reconciliación y amistad. Los odios consiguientes a una revolución están casi olvidados. La patria, la libertad, son los votos de los ciudadanos; todos quieren un gobierno que haga su dicha; y por fortuna, la opinión pública ha desterrado las ideas que, con tantas ilusiones de prosperidad y perfección, no harían en nuestro país, sino el despojo de la República; una fatal experiencia lo ha demostrado. En diez y seis años de males, instruidos los hombres en las escuelas de la desgracia, ya deben aborrecer los principios desorganizadores, amar la verdadera y sólida libertad, respetar las leyes y someterse a las autoridades legítimamente constituidas. Esta es la relación sencilla de mis operaciones, desde que pasé el Desaguadero; ella está escrita con la franqueza de un soldado; mi conducta queda sometida a vuestro juicio; si ella merece vuestra aprobación, reposaré dichoso en el curso de mis días; pero si vuestra bondad me atribuye algunos servicios a vuestra patria, declaro que no son míos, sino de los legisladores de Colombia a quienes debo mis principios; del Libertador, que ha sido mi antorcha, y del ejército unido que es el protector de las buenas causas. Existen muchos puntos de estos documentos con los que no está de acuerdo. No sabría con exactitud definir cuáles serían estos puntos, pero deja en claro que algún día los dilucidará y los rebatirá en forma. De momento sólo plantea, ¿por qué Sucre habla de que hay que desterrar de la opinión pública las ideas de prosperidad y perfección que han hecho tanto bien en Europa y los Estados Unidos?; ¿no pensado acaso irse a instruir al Viejo Mundo, para aprender cómo se debe gobernar a nuestros pueblos?
En los neo-granadinos no se podía confiar, tan traidores y arteros como los peruanos… ¡Y todavía, carajo!
Por: José Sant Roz
Lunes, 09/12/2024 10:27 PM