"Si vence el enemigo, ni nuestros muertos se salvarán"
Walter Benjamin
Todos se preguntan acerca del nuevo, aunque riesgoso, equilibrio de poder (OTAN-BRICS+) que genera lo acontecido en Siria; pero lo que se configura dista mucho de poder comprenderse con el concepto de equilibrio. Es más bien todo lo contrario. Pues lo que acaba de suceder es que se ha roto todo equilibrio posible; y esto tampoco significa, como se cree ingenuamente, una iniciativa calculada, pues el caos, por definición, es lo imposible de calcular.
Estamos asistiendo a lo que vamos a denominar: escenario de guerra de sexta generación, cuya nueva variante introduce una ecuación descabellada: el terrorismo como factor democratizador.
Si el concepto de guerra de quinta generación establece la guerra sin límites, la sexta sería la guerra infinita o el caos desatado infinitamente. Si las guerras de quinta generación eran concebidas –como concepto estratégico operacional– como guerra sin límites, su fin consistía en devastar las capacidades racionales de respuesta ante injerencias ampliadas.
En ese sentido, este esquema tenía, como finalidad, generar procesos crecientes de anulación del factor pueblo, a través de operaciones psico-mediáticas de carácter continuo y prolongado, manipulando el inconsciente colectivo para, de ese modo, provocar el desgaste y la frustración generalizada y las capacidades de resistencia política.
El concepto de guerra de sexta generación ya no tiene finalidades explícitas, al menos no en los términos usuales. Pues se trata de poner en caos todo, a ver quién se salva; bajo la confianza pueril de que tiene más posibilidades de sobrevivencia, aquél que tiene más recursos para lograrlo.
Es decir, lo que se ha desatado en Siria es la reformulación de la doctrina core and the gap, o sea, ya no se trata de partir al mundo entre el orden y el caos, sino en desterrar todo orden o equilibrio posible. Esta capitulación imperial ante la última reunión ampliada del BRICS+, que supuso, en gran medida, una efusiva y también ingenua percepción de que se estaba inaugurando el orden multipolar, no tomaba en cuenta el tamaño de la respuesta irreconciliable que se estaba urdiendo ante semejante posibilidad: un mundo compartido.
Por eso no es raro que esta decisión, que proviene del Deep State del deep state, manifieste en Siria que la lucha imperial es incompatible con toda posibilidad de compartir el mundo.
Nadie se atreve a pensar esto, porque nadie se imagina hasta dónde llega la pretensión de dominación exponencial que hace al Imperio ser imperialismo. El ismo describiría la tendencia exponencial de un poder infatuado en sí mismo. El globalismo y su cruzada teológica contra el terrorismo –desde el auto-atentado de las torres gemelas, el 2001–, fue la incubadora donde el terrorismo deja de ser una táctica insurgente para mutar en doctrina.
El terrorismo hecho doctrina y ahora expuesto como factor democratizador (como ya lo manifiesta la propaganda occidental, legitimando a los terroristas como "rebeldes contra el dictador"), es el caos desatado como guerra infinita.
La legitimación imperial del terrorismo parte de la prerrogativa siguiente: el Imperio es indispensable, ergo, todos somos dispensables. Es la culminación del excepcionalismo. La confrontación con el BRICS+ en Ucrania, ahora está explícitamente amplificada en Georgia, Rumania, Taiwán, Corea del Sur y, de modo más perturbador, en Siria. De nada servirá el festejo expandido de la caída del dictador ante lo que se viene. A lo cual hay que añadir que no hubo realmente caída, pues el ejército sirio cedió prácticamente todo, lo cual ya está generando especulaciones de todos lados y con todos los matices que se pueda hacer uso.
Pero si, por un lado, fue un acto de traición dentro del propio Estado Sirio o una negociación entre Washington y Rusia e Irán (con el régimen sionista israelí de por medio), no es lo esencial a considerar; pues eso sólo es parte de la escenografía para el morbo intelectual y periodístico. El mismo raudal de hipótesis da muestras de la complejidad desplegada cuando todos empiezan a negociar su propia sobrevivencia. Incluso podemos decir que la confrontación entre los proyectos de los corredores geoenergéticos de la Ruta de la Seda y la conexión Norte-Sur (Rusia-Irán), por un lado, y el IMEC o "India Middle East Europe Economic Corridor", que hace de Israel actor estratégico en la distribución energética global, quedan sólo como la recompensa de algo de tamaña envergadura, que es, como razón suficiente, la sinrazón de la política de "solución final".
Entonces, la pregunta correcta en este caso sería: ¿en esta aceleración de la confrontación irreconciliable que ha emprendido Washington y la OTAN contra el mundo, hay alguna solución en la "solución final"? Porque la "solución final" que se pretende es el caos en estado puro, pues no va dirigida a un pueblo en particular sino a la humanidad entera.
Ya no es el complejo militar-industrial sino el poder financiero-tecnológico-nuclear, lo que constituye la composición medular del Deep State. Para éste, la guerra es el principio de todo. Resetear al mundo es su prioridad y sólo puede hacerse mediante la guerra. Pero no puede ganar la guerra. En ese caso, el caos infinito que promueve, es el único modo de su permanencia; y esa macabra toma de consciencia es lo que puede desplegarse de modo exponencial.
Eso se va a desatar en Siria, amenazando avanzar a las fronteras inmediatas de la Federación Rusa y China. Y aquí habría que ponderar lo que señaló en el inicio de la guerra en Ucrania, Paul Craig Roberts (un alto funcionario de la administración Reagan): si los rusos creen que Washington es confiable, son demasiado ingenuos. Cuanto más tiempo genera la guerra en Ucrania provoca, no sólo el desgaste, sino hacer que el uso de poder disuasivo ruso, ya no tenga carácter disuasivo sino sea hasta un plus para la propaganda mediática imperial, pues de ese modo expondrían ante el mundo, al nuevo "enemigo de la humanidad".
Todos los espacios ya están minados, para Rusia y China, sobre todo. La rusofobia y la sinofobia son las diatribas de la nueva cruzada de Occidente. Toda la humanidad que se encuentra en medio del camino, rumbo a la "tierra prometida" del reseteo mundial, son dispensables, no interesan en absoluto.
El caos desatado es festejado. Es el triunfo del "mundo libre". El ejercito sionista invade a Siria desde su frontera sur y empieza a destruir infraestructura estratégica de un país a merced de toda clase de buitres. Turquía no se va a quedar atrás, pues también considera a Siria un botín, además de significar el mejor modo de contención definitiva de los kurdos (supuestos aliados de USA e Israel) y proyectar al arco civilizatorio otomano que va, desde el occidente chino hasta los Balcanes europeos (Chipre se halla en medio, con serios problemas de gobernabilidad, teniendo un país dividido). Hamas no ha dicho nada, viendo con suspicacia a una facción de la Hermandad Musulmana tomando las principales ciudades sirias. Los talibán de Afganistán ya han reconocido la transición. Y las posibilidades de contener al Hezbollah reanima un nuevo impulso del proyecto expansivo del "Gran Israel", que no es más que el proyecto sionista anglosajón que restaura el propio Imperio, como volviendo a su origen. Pues el sionismo no nace, precisamente, en el judaísmo.
Es en la época de Oliver Cromwell, a mediados del siglo XVII, que Inglaterra se compromete a crear un Estado judío en Palestina. Aplazado por un tiempo, es retomado este proyecto por los padres fundadores de Estados Unidos; siendo en el siglo XIX, Benjamín Disraeli, como primer ministro británico, quien hace cómplices a la elite asimilada de la diáspora judía, para diseminar la política imperialista de la Gran Bretaña. Es decir, el sionismo nace siendo un proyecto puritano-anglicano de la cristiandad anglosajona, adoptada por la religiosidad protestante que promueve la identidad WASP en USA y continuada por la corona británica.
Lo que no contaba con el respaldo rabínico de la época, es asumido por la asimilación secular judía como proyecto político: el retorno a Sion. Por eso podemos decir: no hay transferencia imperial después de la segunda guerra mundial. Hay más bien una dilatación circunscrita al triángulo estratégico entre Inglaterra, USA e Israel (la City, Wall Street y Tel Aviv), lo que describe al arco anglosajón como el núcleo medular de lo que se conoce como imperialismo y que decanta una sola ideología global como teología política.
Como bien señala Tierry Meyssan, el fundador del sionismo contemporáneo no es Theodor Herzl sino el predicador gringo dispensionalista cristiano William E. Blackstone. Quien introduce una legitimación escatológica, bajo el concepto de "arrebatamiento", que origina el actual fundamentalismo cristiano-judío-sionista. Es decir, el proyecto del "Gran Israel" es, en realidad, una expresión imperial, cuyo objetivo nunca fue la salvación de los judíos (después del holocausto).
Ahora, en pleno desplome del diseño geopolítico unipolar centro-periferia, el genocidio en Gaza y la guerra en Ucrania, son el preludio de lo que se propone la respuesta imperial. Muchos se apresuran, entre los geopolitólogos, en dar por sentada la inminencia del nuevo orden multipolar, pero eso no sucede, ni por inercia ni por mera confianza. China, Rusia y el BRICS+ deben, después de lo sucedido en Siria, considerar con mayor exhaustividad, la excesiva frágil fisonomía de lo que llamamos el des-orden tripolar.
Si el caos es la nueva normalidad, no hay normalidad alguna. Si lo que se viene, después de Siria, es el desmoronamiento paulatino y vertiginoso de países enteros, con la tolerancia de potencias que negocian únicamente sus intereses, guardando además un silencio cómplice y viendo cómo se devoran a un país (como preludio de la nueva normalidad); entonces la normalidad nos conducirá al suicidio intensivo de Estados que aun confían en el favor imperial (como habría sido el caso del presidente sirio y sus últimas negociaciones con la OTAN y las monarquías árabes), en un mundo que ha dejado de serlo. Si ya no hay un mundo compartido por y para todos, eso ya no merece llamarse mundo.
*La Paz, Bolivia, 10 de diciembre de 2024
Rafael Bautista S.
autor de: "El Ángel de la Historia, vol. II:
La disputa del arco sudamericano
y la geopolítica del reinicio global"
Dirige "el taller de la descolonización"
rafaelcorso@yahoo.com