Como seres vivos estamos sujetos a una serie de leyes naturales. Estamos atados al Planeta Tierra, sujetos a ella por la fuerza de gravedad, sometidos a un conjunto de fuerzas y circunstancias, como la biósfera planetaria: una superficie terrestre biodiversa, somos dependientes de la geósfera, del aire atmosférico y del agua para sobrevivir. Incluso fuerzas ocultas, como el magnetismo terrestre, la fuerza gravitatoria de la Luna, y la acción protectora de la capa de ozono, entre otras, ejercen una influencia que ha determinado lo que hemos devenido en ser, gracias a la evolución. Somos parte de la biodiversidad que convive en la superficie del planeta, y por tanto sujetos a las mismas fuerzas naturales que el resto de los seres vivos y no vivos.
Son esas las primeras leyes a las que estamos sometidos. Gaia, y nosotros como parte de ella, nos debemos a esas fuerzas naturales. Por tanto, son leyes comunes a toda la humanidad el preservar el equilibrio del Universo. La salud de Gaia es nuestro primer deber. Nuestra civilización requiere seguir las leyes ecológicas de nuestro planeta; es más, del Universo. Sólo nos está permitido aquello que va en esa dirección. Nuestra sociedad, nuestra forma de relacionarnos, de producir y de consumir, están restringidas por la Naturaleza.
La ecología es, entonces, la directriz matriz y transversal de la sociedad humana. La política debe estar supeditada a ella, y la economía, a ésta última.
Esta concepción colide con lo expuesto por algunos "Transhumanistas", que consideran "natural" todo lo que sea capaz de hacer el ser humano, así viole el equilibrio del Universo. No comparto esa visión.
El planeta, su biósfera, su geósfera, el aire, el agua, son recursos comunes a toda la humanidad; más aún, a todos los seres vivos, de los cuáles necesitamos para sobrevivir en este planeta. Son, por tanto, patrimonio común de todos los seres. A nosotros, dotados por evolución del mayor grado de conciencia conocido, nos corresponde el mayor grado de responsabilidad en la administración de esos recursos para todos. Los demás seres vivos lo hacen muy bien, por instinto. La racionalidad nos da a nosotros la potestad de acatar o no las leyes de la Naturaleza, y por tanto, la responsabilidad para nosotros y para todos los seres vivos y no vivos. No lo estamos haciendo muy bien.
Así como hay diversas especies vivas, y todas cumplen estas leyes, también se deben cumplir para nosotros, más inteligentes, supuestamente.
Para poder cumplir con esa responsabilidad, citamos el folleto "Principios Ecosocialistas para el Siglo XXI", de Miguel Ángel Núñez, en el que identifica varios principios ecosocialistas:
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Auto contención o autolimitación. Establecer un nuevo contrato social, y una nueva forma de producir y de consumir, ya que no es posible el crecimiento material indefinido: un desarrollo humano sin crecimiento (cuantitativo), para no superar los límites de la sustentabilidad de los recursos naturales, preservando al mismo tiempo, todo lo posible, la libertad de opción. El autor llama la atención sobre la aplicación de la ley del menor esfuerzo, utilizada entre nuestras civilizaciones originarias: se valora como el poco o mínimo esfuerzo invertido, haciendo el menor uso de nuestros recursos naturales y obteniendo el mayor número de beneficios sociales para nuestras comunidades.
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Precaución. Se requiere conocer, estudiar, formarse, capacitarse, prepararse. Debemos reflexionar sobre la escasez / sobre-explotación de recursos naturales y cómo nuestra calidad de vida está sustancialmente mermando.
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Interculturalidad. Apostar por la cultura de la vida, la coexistencia pacífica.
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Eco-ética. Debemos hacer todo el esfuerzo que sea necesario para entender, ubicarnos y revisar nuestras bases éticas y morales.
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Igualdad social.
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Participación.
En mi triada de libros sobre "Urgencia Ética del Socialismo", decía que (basándome en "Hacia una ética global y una ética pública", de Ricardo Morales Basadre, 2001): hay una serie de reglas de consenso prácticas que puede ir ayudando a llegar a ello:
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Regla de ecología (sobrevivir es más importante que vivir mejor);
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Regla de solución de problemas (prohibido un desarrollo científico y tecnológico que cree más problemas que soluciones);
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Regla de aportación de pruebas (en todo nuevo producto que se lanza al mercado, corresponde a la industria probar que no causará daños sociales y ecológicos, y que se han internalizado todos los costos);
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Regla del bien común (el interés colectivo prevalece sobre el del individuo y el de la humanidad sobre el de un país);
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Regla de reversibilidad (los procesos reversibles deben prevalecer sobre los irreversibles).
Si bien estos principios son generales para todos los seres vivos del planeta Tierra, y por tanto para nosotros los humanos, la humanidad es muy diversa. Hay diferentes visiones de mundo, civilizaciones, culturas, religiones. A cada una le corresponden diferentes modos de vida. No es factible pretender imponer leyes comunes para todas ellas, más allá de los principios generales que hemos visto hasta aquí. Así que más allá de las leyes naturales, cada civilización requiere instituciones sociales y culturales diferentes.
Pero, si bien la sociedad humana ha evolucionado desde las bandas dispersas, hasta las tribus, pueblos ciudades estado, y naciones estado, y hay mucha diversidad, hay un proceso de globalización planetaria que ha creado, bajo cada cultura y forma social, un común denominador.
Por otra parte, las primeras sociedades requerían leyes muy centralizadas. Pero en la medida que el grado de conciencia ha ido evolucionando de lo mágico, a lo mítico y a lo racional, las leyes se han ido limitando cada vez más a lo esencial, dejando cada vez más elementos de juicio a la conciencia de las personas.
Hay cuatro teorías éticas fundamentales, según dos criterios de clasificación.
El primer criterio se refiere a la justificación que se da a la conducta, responde a la pregunta de ¿cuándo es buena una conducta? Si consideramos que es buena cuando produce la mayor cantidad de felicidad, tenemos la teoría "consecuencialista", o utilitarista, o teológica. Si por el contrario, consideramos que es bueno si es compatible con el respeto humano, tenemos la teoría "deontológica" (de ‘deontos’ = valor).
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El consecuencialismo justifica una conducta por sus consecuencias, por lo que sólo después de consumado un acto puede saberse si se justifica, a menos que ya haya experiencia (jurisprudenciaa). La aplicación de esta teoría por sí sola puede llevarnos a posiciones moralmente inaceptables (por ejemplo, el sacrificio de la minoría a favor de la mayoría).
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La teoría deontológica parte de tratar a los demás como yo quiero que me traten. Una conducta se considera buena si se puede erigir en máxima para todos los seres humanos. Lo que importa es la intención. Se parte del hecho que las consecuencias de un acto no tienen ninguna influencia en su calificación moral, lo que muchas personas no aceptarían.
El segundo criterio de clasificación se basa en si su aplicación depende de una regla o se evalúa caso por caso.
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Si consideramos que es esencial que las reglas morales hayan sido decididas de antemano, en frío, y se apliquen de manera automática cuando nos enfrentemos a un caso concreto, estamos ante la teoría de la "regla". Este ha sido el criterio más utilizado por la civilización humana hasta ahora.
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Si consideramos que la persona que está en relación íntima y directa con un problema, es la que se encuentra en las mejores condiciones para resolverlo, caso por caso, estamos ante la teoría del "acto". Esta teoría pone en tela de juicio la misma existencia de reglas morales.
En resumen, los especialistas en ética contemporáneos coinciden en preferir la teoría deontología del acto (tratar a los demás como yo quiero que me traten, y caso por caso). En general, mientras más evolucionada una sociedad, se tenderá a preferir la teoría del acto sobre la regla. Lo esencial es preservar la capacidad de decisión libre y directa de cada persona.
En todo caso, se necesita combinar las teorías, los paradigmas pueden ser útiles si los usamos ambos y dejamos que corrijan mutuamente sus deficiencias.
Así, tendremos una combinación de elementos que se irán modificando en la medida que la sociedad planetaria evolucione.
Tendemos a pensar que necesitamos unas normas universales, que dependan de algo superior, como por ejemplo en la fuerte inclinación que tenemos a respetar a otras personas, inscrita en lo más hondo de nuestra constitución biológica, en nuestro linaje evolutivo.
Pero fundamentar la ética sobre absolutos es innecesario y perjudicial, pues la creencia en ideas o valores absolutos ha conducido a guerras y sufrimientos. Es innecesario, pues diversas guías morales, surgidas de diferentes tradiciones, pueden conversar productivamente entre sí, contribuyendo a depurarse. Uno de los mejores medios para desarrollar y purificar nuestra ética es precisamente exponerla a la interacción con otros sistemas morales, ponernos en el lugar del otro y analizar si esas normas son realizables en nuestro medio.
Podría decirse que hay cuatro principios éticos a seguir por todo ser humano, independientemente de la cultura y tradición: no actuar directamente en contra de un valor fundamental, libertad, toma de medidas para evitar acciones contrarias a los valores, y contribuir al bien común.
El no actuar directamente en contra de un valor fundamental es el primer paso, es decir, al menos no entorpecer.
Garantizado ello, la libertad es un principio fundamental, sujeta al principio anterior.
Para quienes abusen de la libertad, está el tercer principio ético: medidas para evitar acciones contrarias a los valores, o sancionar a los transgresores.
Y la cuarta, más allá de los tres principios anteriores, contribuir al bien común, no quedarse en el dejar hacer, sino participar.
Los valores son menos abstractos que los principios. Los valores no son universales, sino que se dan en función de la cultura predominante en cada sociedad. Los valores forman parte de los objetos, acciones y actitudes que el ser humano persigue por considerarlos valiosos. Dentro de este rubro se encuentran: la salud, la riqueza, el poder, el amor, la virtud, la belleza, la inteligencia, la cultura, etc. En fin, todo aquello que en un momento, deseamos o apreciamos.
En conclusión:
Como seres vivos estamos sujetos a una serie de leyes naturales. La salud de Gaia es nuestro primer deber. A nosotros los seres humanos, dotados por evolución del mayor grado de conciencia conocido, nos corresponde el mayor grado de responsabilidad en la administración de los recursos del planeta.
Podemos proponer como principios la auto contención o autolimitación, la precaución, la interculturalidad, la Eco-ética, la igualdad social y la participación.
Hay una serie de reglas de consenso prácticas que puede ir ayudando a llegar a ello: Regla de ecología, Regla de solución de problemas, Regla de aportación de pruebas, Regla del bien común y Regla de reversibilidad.
Si bien estos principios son generales para todos los seres vivos del planeta Tierra, y por tanto para nosotros los humanos, la humanidad es muy diversa y no es factible una Ley General para el planeta.
Pero el mundo de hoy está globalizado.
En la medida que el grado de conciencia evoluciona, las leyes se limitan cada vez más a lo esencial, dejando cada vez más elementos de juicio a la conciencia de las personas.
En general, mientras más evolucionada una sociedad, se tenderá a preferir la teoría del acto sobre la regla.
Los fundamentalismos (religiosos, culturales, económicos) no tienen razón de ser hoy en día.