Estados Unidos y su destino de ocupación constante de guerra y de conquista

Miércoles, 25/12/2024 02:53 PM

"La nación que entrega a otro un odio habitual o una afición habitual es en cierta medida un esclavo. Es un esclavo de su animosidad o de su afecto, cualquiera de los cuales es suficiente para provocar el mal camino de su deber y su interés". George Washington

Las recientes declaraciones de Donald Trump en las que amenaza al gobierno de Panamá con ocupar el Canal de ese país si no se atiende a sus imperiales amenazas, son una muestra y testimonio de lo que podría ocurrir en los próximos años.

Han transcurridos siglos y hombres de las más variadas visiones políticas han intentado atrapar con algunas o muchas ideas las misiones y destinos de sus pueblos. Esos juicios muchas veces han reflejado o no la verdadera e íntima naturaleza de los coetáneos de esos personajes en sus intentos de asignar al pueblo de entonces y del futuro una verdad esencial de sus patrias. Sólo el tiempo ha podido esclarecer el enigma que existe detrás de toda afirmación absoluta en que la composición social y sus clases dominantes pueden decidir mucho sobre un difícil proceso de transformaciones que determinarán la veracidad del vaticinio definitivo sobre ese destino. Pero además de estos juicios válidos o no para un país concreto, que profetizaban una eternidad de dominio imperial, encontraron en un momento histórico la réplica ideológica y armada de otros pueblos que derribaron estrepitosamente "a los supuestos eternos imperios".

Tal vez fue George Washington, el primer Presidente de los Estados Unidos y Padre de la patria, quien tuviera un atisbo de adivinación de la naturaleza política de sus continuadores futuros, cuando en su último discurso al concluir su segundo periodo presidencial, introdujo consejos sobre la política exterior que su país debía practicar. Pero desgraciadamente para los Estados Unidos y el resto del mundo, sus sucesores, prácticamente todos hasta hoy en día, se han encargado de traicionar estas ideas que trazaban una norma sabia y civilizada de relaciones con otros países.

"Observen la buena fe y la justicia hacia todas las naciones. Cultiven la paz y armonía con todos. La religión y la moralidad ordenan esta conducta.

En la ejecución de dicho plan nada es más importante que antipatías inveteradas y permanentes contra determinadas naciones y apegos apasionados por las demás deban ser excluidas, y que en lugar de ellos, justos y amistosos sentimientos hacia todos deben ser cultivados. La nación que entrega a otro un odio habitual o una afición habitual es en cierta medida un esclavo. Es un esclavo de su animosidad o de su afecto, cualquiera de los cuales es suficiente para provocar el mal camino de su deber y su interés. La antipatía en una nación contra otra la predispone con más facilidad a ofrecer insultos e injurias, al tomar posesión de pequeñas causas de resentimiento, y a ser arrogante e intratable cuando se producen ocasiones accidentales e insignificantes motivos de disputa.

La paz a menudo, a veces tal vez la libertad de las naciones, ha sido la víctima… La armonía, la relación liberal con todas las naciones es recomendada por la política, la humanidad, y el interés".

El distante siglo XIX, con su cúmulo de hechos e ideas, muchos ultrapasados, pero otros vigentes como heridas todavía sangrantes nos obligan a alertas y reflexiones en momentos en que la memoria puede ser un arma de resistencia y de combate, así como un instrumento para preservar la vida de la patria.

Los gobiernos y clases políticas estadounidenses permanecen atados y subordinados a sus viejas apetencias imperialistas que después de su independencia entronizaron como credo y práctica internacional.

En relación con América Latina y el Caribe la llamada Doctrina Monroe de 1823, que después de dos siglos los políticos estadounidenses afirman trascendente y vigente, es la expresión de la política falaz para apropiarse de variadas formas de la soberanía de estos pueblos.

En relación con Cuba, Martí apuntaba la esencia de un diferendo histórico, y es que jamás, salvo en lo recóndito de algunas almas generosas, fue Cuba para los Estados Unidos, más que posesión apetecible. Y para mayor abundamiento en esta cuestión, señalaba las instrucciones de Henry Clay en 1828 en el sentido de que los Estados Unidos, por su interés notorio sobre la isla, no deseaban cambio alguno en la condición colonial española de Cuba. También recalcaba Martí el carácter avasallador y expansivo de la nueva república imperial que se reflejaba en las ideas y expresiones de Oliver Wendell Holmes (padre) siguientes: "Somos los romanos de este continente… Somos los romanos, y llegará a ser ocupación constante nuestra la guerra y la conquista". De ahí que no resultara extraño que Martí, refiriéndose a los Estados Unidos como nación de espíritu agresivo, la calificara con los epítetos siguientes: "vecino esencialmente hostil y diverso…vecino avieso… desdeñoso vecino… Roma americana".

La profecía de Holmes se ha cumplido si analizamos los acontecimientos ocurridos durante el resto de los siglos hasta el actual, con las expansiones e invasiones estadounidenses a otros territorios en la parte norte del continente, y más tarde en la América Central y Suramérica, y en las islas del Caribe. Además todo esto se ha extendido a los países más distantes de sus fronteras en los otros continentes. En el siglo XXI persisten en esa política autoritaria y amenazadora contra el resto del mundo, sin distingos de naciones grandes y chicas, cercanas o distantes.

Ante esta realidad para Cuba las alertas martianas de ayer, hoy y siempre serán útiles, y que se expresaron, por ejemplo, en carta de 2 de enero de 1890 a Gonzalo de Quesada: "Duerma con los ojos abiertos, porque ya sabe que en el mundo eso es necesario, y anda uno sobre trampas y redes; pero conserve esa pureza de corazón".

Y es que las relaciones de los Estados Unidos con el resto del mundo permanecen signadas por un destino maléfico en que de nada han valido el desarrollo del derecho internacional en el siglo XX y XXI y la aprobación y vigencia de la Carta de las Naciones Unidas con su definición de los principios y derechos de las naciones, y entre ellos el de autodeterminación, soberanía y la paz de los pueblos.

Una mirada al interior de la era Trump que se avecina le ha permitido, al profesor Paul Krugman de la Universidad de la Ciudad de Nueva York y Premio Nobel de Ciencias Económicas 2008, reflexionar que "aunque el resentimiento puede llevar al poder a gente mala, a largo plazo no puede mantenerla en él". "Si nos enfrentamos a la caquistocracia – el gobierno de los peores – que está surgiendo en estos momentos, puede que con el tiempo encontremos el camino de vuelta a un mundo mejor".

Ante esta realidad que parece espeluznante no hay otra forma de pensar que si todo cambia y, por ejemplo el imperio romano sucumbió en un momento histórico, así como ocurrió con los otros imperios, un día vendrá en que las cosas tomarán un mejor camino y esperemos los otros cambios que la dialéctica social impongan a los estadounidenses y a la humanidad por una necesidad histórica de supervivencia y de paz.

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