Se trata del Morbillivirus, un patógeno que en la década de los 90 terminó con la vida de más de 1.000 delfines y que ha vuelto a afectar a la población de estos cetáceos. Desde 2012 una nueva cepa del virus ha llegado del océano Atlántico y ya ha provocado una decena de varamientos en Valencia y otros seis en Sicilia.
La nueva variedad llegada al Mediterráneo no se contagia tan fácilmente como las anteriores, por lo que no produce brotes, pero es más mortífero. Aunque el origen del Morbillivirus se desconoce, investigadores de la Fundación Oceanográfic apuntan a la contaminación como un factor que potencia su mortalidad.
«Los contaminantes que hay en el mar producen que el sistema inmune de los delfines se debilite. Por eso cuando el animal entra en contacto con el virus provoca muertes masivas», explica Consuelo Rubio-Guerri, coordinadora de Investigación de la Fundación del Oceanográfic. Los brotes han tenido lugar justo cuando los niveles de contaminación del mar eran más altos, por lo que la presencia de tóxicos es la principal hipótesis de los científicos. «En el Mediterráneo hay muchísimo movimiento, vertidos y grandes masas de turistas que utilizan las playas y cruzan el mar con los cruceros. Además, es como un lago y los niveles de tóxicos son bastante altos», lamenta Rubio-Guerri.
Daños neurológicos
El virus pertenece a la familia del sarampión o del moquillo en los perros y no afecta a los humanos. Entra por la vía respiratoria, según las lesiones que produce en los pulmones, y cuando llega al cerebro supone el fin para los delfines. La investigadora detalla que «una vez circula por todo el organismo empieza a producir daños neurológicos y provoca convulsiones, problemas al nadar y hace que se separen del grupo, no puedan comer y, finalmente, mueran». Algunos de los delfines que llegaron vivos a las costas valencianas ya presentaban síntomas y sufrían convulsiones, por lo que su fallecimiento sucedió momentos después del rescate de los científicos.
Este virus es solo una de las amenazas que padecen los cetáceos en el Mediterráneo. La sobrepesca ha provocado que se desplacen en busca de comida, lo que ocasiona de manera constante conflictos entre especies que antes nadaban y cazaban a sus anchas y ahora tienen que compartir su hábitat. Además, la interacción con las embarcaciones, sean o no pesqueras, también produce varamientos. Los investigadores han llegado a recoger delfines con cuerdas en las aletas, lo que muestra -según la coordinadora- que los han cogido y luego los han devuelto al mar. Los delfines nacidos después de 2011 no están inmunizados y son más vulnerables frente al virus.
El peligro ahora reside en la población juvenil de delfines. Los científicos sostienen que los cetáceos más longevos han conseguido inmunizarse frente al virus desarrollando anticuerpos tras los brotes de 1990, 2007 y 2011. Los lactantes también estarían protegidos por tomar la leche de la madre. Pero los que han nacido después de que se produjera la última epidemia son los más vulnerables. Su muerte supondría un duro golpe para la especie porque pondría en peligro su supervivencia en el Mediterráneo.
De momento los especialistas no han encontrado una solución para los delfines. «La vacuna no es viable porque si la desarrollamos, lo realmente difícil sería ponérsela a los animales. Es verdad que existen vacunas orales que se han utilizado para los jabalíes, pero es mucho más complicado aplicar esta idea en el mar», destaca Rubio-Guerri. Por tanto, la única alternativa que valora la investigadora es «seguir estudiando cómo actúa el virus para poder prever si va a haber una epidemia o saber cómo se va a comportar en un futuro para poder estar preparados».