Por estos días leí la queja de una escritora quien indicaba su desastre mental al no poder desligarse de las redes sociales. Se declaraba, literalmente, atrapada por las redes e incapaz de hacer nada para concentrarse en su creación intelectual.
Esto ocurre en verdad y llega al extremo, a la misma muerte, real y dolorosa. Sé de la historia de un chico en Corea del Sur, quien pasó poco más de 72 horas seguidas frente a su computadora, entre juegos, conversaciones con amigos virtuales y lecturas banales, hasta que finalmente colapsó. Sus padres lo encontraron muerto frente a la pantalla de su ordenador, con media pizza entre los dientes.
Es que las redes sociales son adictivas. Hace años una vieja amiga me indicaba que en la estructura de los dispositivos electrónicos, existe una especie de prisma que irradia cierta luz y eso hace que exista más o menos cercanía con las personas y sistemas cibernéticos con quienes interactúas.
Lo cierto es que las redes sociales y en general, la Internet, nos han hecho la vida más llevadera, nos han acercadonotable y significativamente. Con la antigua tecnología del libro impreso la vida se lograba interiorizar un poco menos y quizás hasta en blanco y negro. Uno tardaba más para asimilar, para acercarse al destino, apreciarlo y hasta imaginarlo. Esta tecnología de ahora es más intensa, mucho más real y cercana a nosotros. Es la propia ‘verosimilitud’ que construye sus verdades, sus propias realidades, por lo tanto, aporta la propia construcción y re-construcción de su destino.
Las redes sociales se van haciendo constantemente. Ese hacerse y re-hacerse es lo que llama la atención, es lo que atrapa y hace que nos deslicemos en esa infinita red de redes. Un tema te lleva al otro, un avatar te asoma el rostro de alguien afín a ti, y así te sientes semejante y terminas acercándote un poco más, te atreves a ser tú y descubres que eres el resultado de una multitud de existencias.
Estar frente a la pantalla de un ordenador es sentir que puedes penetrar el mundo, cada ángulo de tu entorno es posible observarlo. Por eso las redes sociales cada día exigen de ti mayor capacidad de análisis, de observación y agudeza mental. De lo contrario, fácilmente puedes caer en la banalidad de mundos que te distraen y desembocas en las otras apariencias; las distopías que son un mundo de realidades que imponen su verdad, esas denominadas ‘fakenews’ donde puedes también existir entre los bordes, las márgenes de un inmenso río de alucinaciones y alucinados.
Amo las redes sociales como el destino posible que nos acerca a otra humanidad, más auténtica, menos prejuiciosa, mucho más plena y cotidiana. He visto el mundo a través de las redes sociales, y más allá de las apariencias, de eso que puede ser cercano a lo verdadero, siento que también encuentro en la realidad-real, en el ‘aquí y el ahora’, la mano frágil del otro que busca acercarse, y es precisamente ese encuentro el eterno discurso de quien es tu semejante, tu igual, esa parte de ti, esa gota de sangre, de mar, que se hace tan cercano, tan hermano.
Después de todo, las redes sociales no son ni tan agresivas ni tan gratificantes. Son eso; el reflejo de ‘algo’ que siempre has querido ser. Una posibilidad para el encuentro, una oportunidad para ver más allá de tu imposibilidad física para penetrar el misterioso milagro de estar vivo, aún en los mismos extremos de la existencia.
Por eso las redes sociales no deben tenerse como algo insignificante ni tampoco, como un ‘servicio social’ para auxiliar nuestra soledad ni nuestros silencios. Ellas son el mismo mundo, la propia humanidad renovada que llevas encima. Con ellas, sabes que el mundo es una familia, con su ruina y su grandeza que te atropella, como una fiesta que no cesa de hablarte las 24 horas de tu semana. Donde quiera que estés, ellas te habrán de acompañar. Son nuestro destino.Con su neo lenguaje, con sus memes como jeroglíficos de un nuevo idioma universal donde todo discurso es reducido y resumido en imagen. Hemos de hablar y leer los nuevos tiempos con otros lenguajes más cercanos. Una intimidad donde las palabras se disuelvan en imágenes que reflejen estos nuevos sentimientos, esta nueva expresión, este deseo de trascendencia y de libertad que ningún idioma puede expresar.